Twitter, qué asco más rico

El hombre más rico del mundo, un sudafricano excéntrico y ególatra que atiende por Elon Musk, se ha comprado Twitter por la bonita suma de 44.000 millones de euros. Lo ha hecho, sin más y sin menos, porque se lo puede permitir. Ya, pero, ¿con qué fin? Pues esa es la madre del cordero. Ahora mismo hay casi tantas teorías al respecto como usuarios activos de la cosa esa del pajarito azul, que son 330 millones en todo el planeta. Ese dato, de entrada, nos sirve, para saber, mediante una simple división, que el tipo ha pagado 133 euros por cada uno de los que hacemos uso del artilugio. No sé decirles si somos un chollo o salimos por un ojo de la cara, pero sí soy capaz de ver que mientras sigamos voluntariamente alimentando el invento, tendremos que asumir que nuestra condición no es la de clientes sino la de productos sometidos a compraventa.

Ahí es donde termina de interesarme, salvo como mera curiosidad, lo que pretenda hacer o dejar de hacer el megamillonario con el juguete recién adquirido. Imagino que no va a ser nada mucho mejor pero tampoco peor que lo que han venido haciendo sus anteriores propietarios. Literalmente, de lo suyo gasta y, vuelvo a repetir, si lo hace con nuestro consentimiento, poco tendremos que decir. O, siendo más cínicos, tendremos mucho que decir, pero nada con más valor que cualquiera de las piadas que echamos a volar en la red social de marras. Vamos, que nos pongamos como nos pongamos, independientemente de quién sea su dueño, Twitter seguirá siendo ese lodazal inmundo en el que retozaremos con fruición al tiempo que lo ponemos a caldo. Qué asco más rico. Tan rico como Musk.

Otra vez los límites del humor

Uno de los mil afluentes del ya archicomentado soplamocos que le atizó Will Smith a Chris Rock en la ceremonia de los Oscar desemboca en el proceloso mar de los límites del humor. Una parte de los justificadores a medias de la galleta sostiene que, por feo que esté arrearle un mandoble a un congénere, hay que consignar como eximente el hecho de que el agredido hubiera hecho méritos para que le untaran el morro. Méritos que aluden, claro, a la indignidad de hacer un chiste sobre una enfermedad (en este caso, la alopecia) ante decenas de millones de espectadores. La argumentación de este sector es que lo menos que se merece alguien que se casca una gracieta tan miserable es un galleta. Y luego están los que llaman al boicot, la cancelación o la denuncia en el juzgado de guardia.

Como esto va de banderías extremas e irreconciliables, enfrente se sitúan quienes sostienen que no hay ningún asunto sobre el que no se puedan hacer chanzas. Según ellos, no hay nada que objetar a las bromas sobre el cáncer, las violaciones, los atentados terroristas mortales, el holocausto, la discapacidad o las patologías mentales. Incluso, como hemos visto no hace demasiado, se defiende a un tipo (de nombre, David Suárez) cuya especialidad son las chacotas sexuales sobre mujeres con síndrome de Down. Lo tristemente gracioso, valga la paradoja, es que al tiempo que se defienden estas demasías en nombre de la sagrada libertad de creación y expresión, se pretende cerrar la boca a los que, justamente en uso de esa libertad de expresión, y sin ánimo censor alguno, nos ciscamos en la puñetera calavera de los despojos humanos que se ríen de la desgracia ajena.

Un abucheo sin más ni menos

Tiene uno que restregarse los ojos y (si tal cosa pudiera hacerse) los oídos. Un abucheo al presidente del Gobierno español en el desfile mi-li-tar de la His-pa-ni-dad se convierte en supernotición del carajo. Que no digo que no dé la cosa para un titular y una pieza de aliño. Pero, oigan, que ayer la prensa de la diestra y la de la siniestra, que con frecuencia son tal para cual, andaba de lo más pilongas por los exabruptos que la carcunda reunida en la Castellana le dirigió al encantado de conocerse inquilino de Moncloa. Para los tirios del ultramonte, el concierto de pitos es la prueba irrebatible de la la falta de respaldo popular del aludido. “No le sirvió de nada ocultarse tras el rey”, se regodeaba un medio de orden. Inmediatamente después añadía que bien merecido se lo tiene por encamarse con separatistas y por trazar un plan para castigar a Madrid, o sea, a Madriz con el desmontaje de ciertos armatostes institucionales..

Tan cómicos y cansinos como los del otro lado de la línea imaginaria que porfiaban como intolerables y “profundamente antidemocráticos” los silbidos y las menciones a la parentela de Sánchez. Siento no haberme quedado con el nombre del parlanchín de la cadena Ser que pontificó que los cuatro descontentos que dieron la nota en la parada de militronchos pertenecían a la misma ganadería que los asaltantes del Congreso de Estados Unidos o que los fascistas que el otro día intentaron tomar la sede de uno de los principales sindicatos de Italia. Todo, como si no fuera en el sueldo de cualquier mandarín que una parte de sus administrados le pusieran a caldo de perejil.

Señalar está mal siempre

Vox tuitea la imagen del máximo responsable de RBA, la editora de la revista El Jueves, acompañada de un texto que invita a la intimidación y aporta la localización de su despacho. A todas luces, es un señalamiento matonil inaceptable, condenable y denunciable incluso en sede judicial, si es que no es un comportamiento que requiere actuar de oficio. No es solo un ataque indiscutible a la libertad de expresión sino, además, la instigación a cometer un delito contra la seguridad de la persona aludida, su familia o los trabajadores de la editorial o la propia publicación. Es algo que queda fuera de toda duda y me alegra la claridad meridiana con la que se ha visto por casi todo el mundo. Quizá aquí proceda agradecer a Vox, aunque sea con ironía, su contribución pedagógica. Nos han mostrado un hecho reprobable de manual. Ahora la pelota ha caído —aviso del giro de esta columna— al tejado de muchísimos de los que se están echando las manos a la cabeza por esta indignidad, cuando miran hacia otro lado frente a otras idénticas. Eso, claro, si es que no las perpetran directamente. Está mandando muchas narices que varios de los más contumaces señaladores de enemigos del pueblo se hayan situado a la cabeza de la manifestación. Eso que con tanta razón los solivianta y encorajina es exactamente igual a sus prácticas mafiosas cuando apuntan y disparan sus misiles dialécticos con nombres y apellidos hacia quienes les resultan molestos. Pero entonces hablan del legítimo derecho a la crítica, o peor, apelan a la todavía más legítima lucha contra el fascismo, categoría en la que cabe cualquier desafecto a su causa.

Libertad de expresión, según

Ya estamos otra vez con la pelmada cansina y tramposa de la libertad de expresión. Tiene uno las renovaciones de DNI suficientes como para no tomarse en serio a tanto digno que nos alecciona sobre el irrenunciable derecho a piar lo que le salga al personal de la sobaquera. No suele fallar, por otra parte, que cuanto más se levanta la voz y más se empina el mentón, se resulte menos creíble en la soflama. No es casualidad que uno de los que con mayor brío dialéctico se ha ejercitado en las parraplas inflamadas, un tipo de profesión vicepresidente segundo del gobierno español, sea el mismo que cada tres por dos hace listas negras de periodistas, pseudoperiodistas y medios a los que hay que emplumar.

La pereza de entrar en la discusión se torna infinita cuando uno tiene que empezar explicando que no es partidario de entrullar a memos bocazas que quieren ir de malotes sin asumir las consecuencias de serlo. Y luego está eso que tanto encabrona al retroprogrefacherío, lo de preguntarles si hay el mismo derecho a pedir la muerte de Patxi López o de un militante del PP —por citar alguna de las soplapolleces miserables del tal Hasél— que a alentar el apiolamiento de judíos, como hizo el otro día esa cagarruta humana del homenaje a la División Azul. “¡No es lo mismo!”, contestarán al unísono. Ya me lo sé.

En el nombre de Alá

Un profesor de secundaria es degollado en París por haber enseñado a sus alumnos unas caricaturas de Mahoma cuando impartía una asignatura llamada Libertad de expresión. Un completo horror sin lugar a los matices, ¿no creen? Pues se equivocan. Es verdad que en el primer bote las reacciones fueron de espanto entreverado de esa tonta incredulidad que todavía nos producen las cosas que no son en absoluto excepcionales; como si hubiera algo de sorprendente en la enésima atrocidad cometida en nombre de Alá. Sin embargo, muy pronto al lado de los silencios atronadores de rigor, empezaron a brotar los peroesques.

Y así, los dueños de la moral verdadera fueron formando fila para sermonearnos. No les parecía bien del todo cortarle la cabeza a alguien, “pero es que” ese alguien había ofendido los sentimientos profundos de toda una comunidad. O, en una versión un grado más repugnante, el maestro asesinado se había extralimitado en sus funciones docentes y, en consecuencia, se había buscado su trágico final. Lo tremebundo es que tales comentarios vomitivos llevaban la firma de los habituales y muy contumaces detectores infalibles de amenazas contra la libertad. Ni se huelen los muy cretinos (o sea, no quieren hacerlo) que no hay amenaza mayor que la que supone el islamismo radical al que tantas loas componen.

Disparen al no adepto

Con una inmensa pereza bañada en un tanto de bilis, sigo donde lo dejé ayer. No contento con los avisos a navegantes de los Obergruppenführer Echenique y Monedero, el líder máximo Iglesias Turrión salió en persona mesándose la coleta a advertirnos a los periodistas de que tendremos que acostumbrarnos a que nos critiquen y nos insulten cuando hayamos mostrado un comportamiento desviado. Y miren, aunque no me gusta cómo lo dijo, ni siquiera es eso el origen de mi cabreo. Faltaría más que nuestro trabajo no pudiera ser objeto de la crítica y, metidos en gastos, del insulto de quien solo es capaz de argumentar a base de escupitajos dialécticos. La mano de collejas la tenemos asumida desde que tecleamos la primera letra o se pone en rojo la luz del estudio.

Lo que no cabe, y menos, si eres vicepresidente de un gobierno que se dice democrático, es azuzar a tu jauría de chacales furiosos porque un fulano del gremio plumífero no dobla el espinazo ante tu augusta figura. O, simplemente, porque tiene una ideología y unas creencias que no son las tuyas. Y esto lo escribe alguien que cada dos por tres es hostiado a modo por hatajos de matones de obediencias políticas diversas. A ver si los justicieros zurdos aprenden de su venerado Chomsky, que en USA acaba de pedir a los partepiernas que se corten un poco.