Twitter, qué asco más rico

El hombre más rico del mundo, un sudafricano excéntrico y ególatra que atiende por Elon Musk, se ha comprado Twitter por la bonita suma de 44.000 millones de euros. Lo ha hecho, sin más y sin menos, porque se lo puede permitir. Ya, pero, ¿con qué fin? Pues esa es la madre del cordero. Ahora mismo hay casi tantas teorías al respecto como usuarios activos de la cosa esa del pajarito azul, que son 330 millones en todo el planeta. Ese dato, de entrada, nos sirve, para saber, mediante una simple división, que el tipo ha pagado 133 euros por cada uno de los que hacemos uso del artilugio. No sé decirles si somos un chollo o salimos por un ojo de la cara, pero sí soy capaz de ver que mientras sigamos voluntariamente alimentando el invento, tendremos que asumir que nuestra condición no es la de clientes sino la de productos sometidos a compraventa.

Ahí es donde termina de interesarme, salvo como mera curiosidad, lo que pretenda hacer o dejar de hacer el megamillonario con el juguete recién adquirido. Imagino que no va a ser nada mucho mejor pero tampoco peor que lo que han venido haciendo sus anteriores propietarios. Literalmente, de lo suyo gasta y, vuelvo a repetir, si lo hace con nuestro consentimiento, poco tendremos que decir. O, siendo más cínicos, tendremos mucho que decir, pero nada con más valor que cualquiera de las piadas que echamos a volar en la red social de marras. Vamos, que nos pongamos como nos pongamos, independientemente de quién sea su dueño, Twitter seguirá siendo ese lodazal inmundo en el que retozaremos con fruición al tiempo que lo ponemos a caldo. Qué asco más rico. Tan rico como Musk.

El timo de los bonos de alquiler

Aunque ni en la demarcación autonómica ni en la foral será de aplicación —por lo menos, inmediata— el bono de 250 euros mensuales para ayuda al alquiler de los jóvenes, la cuestión merece que le dediquemos unas líneas. A primera vista, se diría que no cabría la menor objeción. Todo lo contrario, ¿verdad? En apariencia, se trata una medida de hondísimo calado social que aliviará las estrecheces (a veces, las penurias) de los jóvenes que viven en techo ajeno y servirá de empujón para que se emancipen los que siguen atornillados por obligación al domicilio de sus padres. Basta rascar muy poquito, sin embargo, para que se pinche el globo propagandístico.

De entrada, la pasta destinada a tan noble fin apenas alcanzaría para un 8 por ciento de quienes cumplen los requisitos para solicitar la ayuda. Es decir, que como ya está pasando con el Ingreso Mínimo Vital, decenas de miles de personas se van a sentir defraudadas. Y luego está lo que señalan la pura intuición y la experiencia de otras medidas populacheras en metálico. El precio de los alquileres subirá tanto como la cantidad de la subvención. En el mejor de los casos, empatarán los que la reciban, pero saldrán palmando, independientemente de su edad, el resto de los inquilinos. Lo expresó perfectamente anteayer Iñigo Errejón. Salvo que se establezca un tope a los alquileres, algo bastante complicado desde el punto de vista legal y no necesariamente justo, este bono es un bizum directo a los caseros. Experiencias similares en esos estados de Europa que miramos embobados confirman que estas medidas no han cumplido su pomposo objetivo. Ahora, como propaganda, son de lo más resultonas.

Amanciofilia y Amanciofobia

El Parlamento Vasco agradeció ayer a la Fundación Amancio Ortega la donación a la sanidad pública de una carísima maquinaria para el tratamiento del cáncer. Son esas cuestiones que entretienen a los representantes de la ciudadanía sin que el común de los mortales se entere. Puro politiqueo del tres al cuarto. A ver si soy capaz de hacerme entender. Todo partió de una proposición no de ley (o sea, de un brindis al sol) de la excrecencia PP-Ciudadanos, que venía a reclamar que se cantaran mil aleluyas al gran benefactor de Arteixo por su inmarcesible generosidad. Con buen criterio, la mayoría de gobierno PNV-PSE neutralizó la babosona iniciativa con una enmienda en la que se saludaba el gesto del megamillonario al tiempo que se instaba al Ejecutivo a “seguir mejorando y modernizando las instalaciones y equipos sanitarios”.

En efecto, una obviedad como la copa de un abedul. Pero la cosa no va de contenido sino de forma. Por un lado, había que desactivar la provocación demagógica de la derecha españolista que pretendía postrarse de hinojos ante el donante y por otro, había que plantarse frente al populacherismo barato de la contraparte progre que, cumpliendo el guion, entró al trapo con el comodín de la limosna y la supuesta tibieza fiscal que se dispensa a Ortega. Lo que no supieron ni quisieron aclarar los portavoces de EH Bildu y Elkarrekin Podemos es si procedía devolver los aparatos y, en consecuencia, perjudicar a los centenares de enfermos de cáncer cuyo tratamiento mejorará gracias al equipamiento donado. Ojala algún día encontremos el término medio entre la Amanciofilia desmedida y la Amanciofobia de aluvión.

Luces de navidad: yo estoy a favor

Creo que es sobradamente conocido que a este humilde picateclas la navidad se la trae bastante al pairo. Es verdad que ya no me provoca quemaduras de tercer grado en mi alma negra, pero solo armado de un estoicismo cultivado a fuerza de renovaciones del carné de identidad, soy capaz de soportar las melosamente llamadas fechas entrañables. Que cada vez se prolongan más, por cierto: mes y medio hace desde que colocaron las baldas de los turrones y los mantecados en los supermercados y cuatro desde que se venden décimos o participaciones de la lotería del soniquete taladrante.

Y también hace ya unos días (o estamos en ello) de los encendidos de la iluminación navideña en nuestros pueblos y capitales. No hace falta decir que, con o sin pandemia, de un tiempo a esta parte se ha instalado una suerte de competición por tener un alumbrado más voltaico, más literalmente deslumbrante y, si se puede, más molón que el de los vecinos, con la incorporación de elementos de los de ¡oh, ah, uh! Seguro que hay mucho de ombliguismo paleto en la pelea a codazos para destacar en el número de bombillas o en lo original de los diseños, que en realidad, tiende a cero porque no pasamos de la estrellita, la velita o el arbolito. Sin embargo, no me pillarán en primera línea de diatriba en esta cuestión. Tengo asumido que hay una docena de buenos motivos para poner las luces y tratar, valga el juego de palabras, de que luzcan. Está la bendita y necesaria parte económica, porque va bien para los pequeños comercios, pero sobre todo, está lo más primario. A miles de mis congéneres las luces les suben el ánimo. No hay más que hablar.

Demagogias eléctricas

De los deseos a la realidad hay un buen trecho. A mí también me gustaría, como a todos, meter en cintura a las todopoderosas y abusonas compañías eléctricas. La cuestión es cómo y con qué consecuencias. Cuando el atribulado Gobierno español puesto entre la espada y la pared anunció su intención de dar un bocado a los beneficios de los emporios que nos suministran la luz, no me fue difícil imaginar el siguiente capítulo. Y creo que a nadie, porque es lo que vienen haciendo los proveedores de servicios básicos cada vez que se encuentran con una disminución de las ganancias. Simplemente, trasladan el mordisco a los consumidores. En un mercado medianamente libre, los sufridos paganos buscarían una oferta mejor. En este caso no hay tutía. Da lo mismo a quién le paguemos el recibo. Nos la clavan igual porque estamos cautivos.

Con todo, esta vez los taimados semimonopolios han hilado más fino. En lugar de endiñar el zurriagazo a los particulares que ya van ahogados de sobra, lo han hecho sobre las empresas. El hostión ha sido tan espectacular, que algunas de las firmas industriales más potentes han tenido que parar la producción. Imaginen cómo lo estarán pasando las más pequeñas. La moraleja, por más que nos pese, es que lo del cacareado hachazo no fue tan buena idea. Al final, el remedio es peor que la enfermedad y en el cómputo global salimos palmando mucho más. Bueno, no todos. Hay quien gana porque nunca pierde. ¿Las eléctricas? Ellas, claro, y a su lado, los demagogos que piarán a dos carrillos contra el tarifazo y contra la pérdida de empleo de las empresas que no pueden pagar la factura.

Son solo negocios

No termina de entrarnos en la cabeza. Los negocios no saben de romanticismos ni de sentimentalismos. Tampoco de demagogia facilona. ¿O acaso los que prometieron, allá a quinientos y pico kilómetros, que iban salvar La Naval la salvaron? Por supuesto que no. Su bravata quedó apuntada, como tantas otras, en la barra de hielo. En la jungla de la empresa y las finanzas querer no necesariamente es poder.

Escribo todo esto, como estarán imaginando, a cuenta de la sorpresiva absorción de Euskaltel por parte de MásMóvil. Nos pongamos como nos pongamos, una vez que la compañía madrileña con una pequeña pata testimonial en Donostia tomó la decisión de hacerse con nuestra emblemática teleco naranja, solo había dos formas: por las regulares o por las malas. En el segundo caso, la operación habría respondido a los usos y costumbres habituales. Sin miramientos, todo habría marchado a Alcobendas, sede principal de la compradora.

Así que, aunque lo ocurrido no haya sido lo más deseable, creo que podemos darnos un canto en los dientes. La OPA amistosa garantiza el arraigo y el empleo tanto directo como indirecto durante cinco años. Conociendo algo la trayectoria de MásMóvil, es razonable pensar que se cuidará mucho de mantener la marca y la presencia social que ha hecho de Euskaltel algo más que una empresa.

Diario del covid-19 (20)

Se comprende la necesidad de buenas noticias, pero no puedo evitar que me resulte obsceno celebrar una porrada de muertos y otra de contagios bajo el argumento de que es la menor cifra desde no sé cuándo. Soy el primero en mirar con ansiedad los datos cada mañana buscando una señal, pero creo que no está de más una gota de contención. Las grandes derrotas se cimentan demasiadas veces en levantar los brazos prematuramente.

¿Que el bicho me está haciendo más cascarrabias de lo que ya era? No lo niego. Y anoten otra muestra de acidez gástrica y mental: tampoco entiendo el milagro a punto de obrarse de la multiplicación de los panes y los peces, o sea, de las mascarillas y los test rápidos. En cuanto a los preciadísimos tapabocas, y al margen de los vaivenes sobre su efectividad real o no, ya quisiera uno saber cómo se las va a maravillar el gobierno español para obligar a su uso, como dice que estudia hacer, cuando, simplemente, es imposible conseguir una.

Claro que aun es más alucinógeno lo de las pruebas. Hasta hoy, ni siquiera se las practican a sanitarios que han tenido contacto estrecho con pacientes o compañeros que han dado positivo. Sin embargo, de repente nos anuncian que se las van a hacer a todo quisque, y de modo especial, a las personas asintomáticas. Estoy deseando verlo.