El timo de los bonos de alquiler

Aunque ni en la demarcación autonómica ni en la foral será de aplicación —por lo menos, inmediata— el bono de 250 euros mensuales para ayuda al alquiler de los jóvenes, la cuestión merece que le dediquemos unas líneas. A primera vista, se diría que no cabría la menor objeción. Todo lo contrario, ¿verdad? En apariencia, se trata una medida de hondísimo calado social que aliviará las estrecheces (a veces, las penurias) de los jóvenes que viven en techo ajeno y servirá de empujón para que se emancipen los que siguen atornillados por obligación al domicilio de sus padres. Basta rascar muy poquito, sin embargo, para que se pinche el globo propagandístico.

De entrada, la pasta destinada a tan noble fin apenas alcanzaría para un 8 por ciento de quienes cumplen los requisitos para solicitar la ayuda. Es decir, que como ya está pasando con el Ingreso Mínimo Vital, decenas de miles de personas se van a sentir defraudadas. Y luego está lo que señalan la pura intuición y la experiencia de otras medidas populacheras en metálico. El precio de los alquileres subirá tanto como la cantidad de la subvención. En el mejor de los casos, empatarán los que la reciban, pero saldrán palmando, independientemente de su edad, el resto de los inquilinos. Lo expresó perfectamente anteayer Iñigo Errejón. Salvo que se establezca un tope a los alquileres, algo bastante complicado desde el punto de vista legal y no necesariamente justo, este bono es un bizum directo a los caseros. Experiencias similares en esos estados de Europa que miramos embobados confirman que estas medidas no han cumplido su pomposo objetivo. Ahora, como propaganda, son de lo más resultonas.

Extremo-centro a bofetadas

Toca hacer acopio de palomitas. Las dos formaciones supervivientes del extremocentro español vuelven a estar a guantazo limpio. O sucio, mejor dicho, porque, siguiendo las costumbres y las idiosincrasias de los contendientes, predominan los golpes bajos. ¿Y van en serio? Reconozco que no sé qué decirles. Desde luego, la agresividad de los recados y el grosor de las amenazas parecen estar varias corcheas por encima de lo visto y oído en las diez o doce veces anteriores. De igual modo, también es mayor el nivel de alarma de la diestra mediática, que se desgañita llamando al orden a los pendencieros. Con lo que había costado coger la ola buena para desalojar a Sánchez, volvemos al cuerpo a tierra, que llegan los nuestros, viene a ser la moralina de editorialistas y columneros. No tengo el menor empacho en confesar que yo asisto al espectáculo con total despreocupación y, desde luego, con bastante curiosidad por ver si llega la sangre al río, aunque sean unas gotitas. ¿Tendrá Vox lo que hay que tener para dejar al PP colgado de la brocha en Andalucía, Murcia, Castilla y León, Madrid comunidad y Madrid capital? Me gustaría equivocarme, pero me da que ahí se va a parar el caballo encabritado de los abascálidos, que como siempre, solo buscan focos para sus cabriolas y sus exabruptos. El Cid de Amurrio está encantado de haber sido nombrado persona non grata en Ceuta, y mucho más, si tal baldón le cae a propuesta de una formación tildada de proislamista y promarroquí. Más madera, y de la que arde bien, para su hoguera victimista. Eso son votos contantes y sonantes en la plaza norteafricana y más arriba. Se lo ponen a huevo.

Después de Trump

Maldito escepticismo crónico. Quiero unirme al entusiasmo general por el relevo en la Casa Blanca, pero apenas me sale una triste mueca de algo parecido a alivio por el descabalgue de Donald Trump. Y eso, sin dejar de preguntarme para mis adentros si muerto políticamente el perro del pelaje naranja, se habrá ido con él la rabia. Mucho me temo, y apuesto que bastantes de ustedes piensan igual, que no será así. El trumpismo va a seguir estando ahí durante mucho tiempo. Quizá jamás vuelva al poder, pero todo parece indicar que la brecha no solo no se va a cerrar sino que irá creciendo y, si cabe, radicalizándose… tanto en Estados Unidos como en latitudes más cercanas.

¿Haremos algo por combatirlo de forma efectiva? Aquí ya no soy escéptico sino directamente pesimista, o sea, realista informado. Llevamos años de avisos en bucle sobre el crecimiento a nuestro alrededor de una indignación que, a base de ser sistemáticamente ninguneada y despreciada, acaba siendo ciega e irracional sin posibilidad de vuelta atrás. Detrás de buena parte de lo que los superiormente morales tildan desde su confort de señoritos como populismo gañán de ultraderecha hay personas que se sienten arrojadas a patadas a la cuneta social. No sería tan difícil recuperarlas. Otra cosa es que interese mantenerlas encabritadas.

Revuelta de patanes

Qué noche la de aquel miércoles, 6 de enero de 2021. La realidad se volvió indistinguible de una serie de Netflix. Desde nuestra calentita casa, en pijama y con bata de franela, pudimos clamar a través de Twitter contra el fascismo que, a un océano de distancia, había tomado la forma de una psicotrópica ocupación del Capitolio de Washington. Si no fuera porque el asunto era muy serio, tendría su punto de guasa ver cómo las arengas más encendidas provenían de los mismos especímenes que jalean grescas callejeras y, metiendo el dedo en la llaga que tanto jode, tienen amplia bibliografía presentada de instigaciones a asediar instituciones elegidas democráticamente. Es la lección que anoté de urgencia, también yo con mi chándal casero: violentar un parlamento constituido por sufragio universal es una intentona golpista.

¿Lo aprenderemos para el futuro? Ya sé que no. Fascistas siempre son los otros. Falta les hace a algunos un espejo en el que verse reflejados en los protagonistas de esta revuelta de peligrosos catetos recalcitrantes alentada por el más peligroso aun caudillo del pelo naranja. Me consta que hay quien teme que la carnavalada siniestra tendrá decenas de réplicas en las próximas semanas. Por una vez, soy optimista y creo que es el penúltimo estertor del tifus trumpista. O quiero creerlo.

¿Hacia otro ‘Trumpazo’?

Cómo pasa el tiempo con y sin pandemia. En Estados Unidos ya ha transcurrido casi un ciclo electoral completo. O sea, cuatro años menos un mes de vellón desde que el lunático (le hago precio de ganga) Donald Trump ganó los comicios presidenciales del que sigue siendo país más poderoso del planeta. Tanto como apelamos a la memoria, sería bueno no olvidar que aquella funesta noche de noviembre de 2016 ocurrió lo que toda suerte de listos listísimos aseguraban que era imposible que ocurriera. Hasta la misma víspera del Trumpazo, los más reputados analistas de dentro y fuera del imperio daban por segura la victoria de Hillary Clinton, incluso aunque buena parte de las encuestas más serias y el puro sentido común apuntaban exactamente lo contrario. Qué más daba: ya desde que el fulano se presentó a las primarias del Partido Republicano, idénticos visionarios habían ido pronosticando que jamás llegaría a ser proclamado candidato.

Algo se podía haber aprendido de aquel letal dominó de vaticinios fallidos, pero parece que no ha sido así. A un mes de la cita con las urnas, el equipo profético habitual anuncia la derrota del siniestro Trump a manos del decrépito Joe Biden. ¿Apoyándose en qué argumentos? En que tiene que ser así y como refuerzo de última hora, en el positivo en coronavirus de Trump. Nivelazo.

Pánico a Vox

Cuando se anunció la repetición de las elecciones generales, muchos pensamos que lo único bueno de la vuelta a las urnas era el previsible trompazo de Ciudadanos y la bajada de humos de Vox. En lo primero, salvo sorpresa morrocotuda, parece que vamos a andar atinados; ojalá. Lo segundo, sin embargo, tiene toda la pinta de que no va a ser así. Aunque me cuesta creer —quizá es solo que no quiero hacerlo— que los neotrogloditas vayan a acercarse a la sesentena de escaños que les vaticinan algunas encuestas, no me sorprendería que tras el 10-N nos los encontremos como tercera fuerza en el Congreso de los Diputados. Bien es cierto que podemos aferrarnos al recuerdo del 28 de abril, cuando las predicciones fatídicas de hasta 40 asientos se quedaron en 24 reales, que siguen siendo un congo, pero asustan menos.

Ocurra lo que ocurra, merece la pena gastar unas neuronas discurriendo por qué los abascálidos han remontado lo que la intuición y la lógica señalaban. En el primer bote, habrá que mirar a quienes los han vuelto a poner en el centro de los focos porque necesitan un monstruo peludo que acongoje otra vez al personal hastiado y asqueado que barrunta pasar de acercarse al colegio electoral el domingo. Y si somos intelectualmente honrados, por repugnancia y miedo que nos provoquen los ultramontanos, habrá que reconocer que la parte de la campaña que no les regalan los demás la han ejecutado con gran habilidad. Sus mensajes son directos y eficaces. Lo inquietante es que esos lemas a quemarropa no han salido de un grupo de luminarias de la comunicación política. Se han tomado directamente de la calle. Ojo con eso.

Despolítica

Miércoles triste, muy triste, en el Congreso de los Diputados. ¿Es que ha ocurrido algo especial, algo diferente, algo que no hayamos visto u oído decenas de veces? No, y en buena parte, esa es la causa de la tristeza, que empieza a estar veteada de impotencia, desgana, resignación y, medio diapasón más allá, pura y dura frustración. Eso, claro, para los que nos pillaba mirando. El resto, que me temo es la inmensa mayoría, pasa kilo y pico del espectáculo ramplón. Con suerte, cazará de refilón un trozo escogido en el telediario o en la tertulia efectista de turno y lo tragará sin digerir o, casi peor, a través de sus prejuicios ideológicos.

Tampoco me engaño ni les engaño. Yo actúo del mismo modo al comentárselo. Tal vez por eso, el aire melancólico de lo que voy escribiendo me lo contagió el que muchos que prescinden de orejeras, han coincidido en destacar como casi el único discurso que huyó de la pirotecnia demagógica. “Vienen tiempos oscuros”, advirtió Aitor Esteban a todas las banderías del hemiciclo, incluyendo la suya, antes de pedir a tirios, troyanos y aliados cruzados que se parasen un poco a pensar si la razón les acompañaba en todo y, desde luego, que rebajaran el octanaje del combustible dialéctico.

El intento del portavoz del PNV fue en vano. Los titulares de la sesión han vuelto a hablar de golpistas, falangistas, amenazas con la intervención del autogobierno o de intensificar la confrontación en la calle. Ruido y más ruido, bravatas enarcedidas que no solo no sirven para solucionar los problemas —en plural; ojalá fuera uno solo—, sino que los agravan en la espiral infinita de la despolítica.