Ayuso espera piedras en Gasteiz

No pierde su vigencia el clásico acción-reacción-acción. Con indisimulada alegría, la inefable presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, proclamó ayer en un sarao montado por Pedro Jota que por supuestísimo vendrá mañana a Gasteiz. “Van a intentar que no vaya y eso es imposible. El País Vasco es España. Flaco favor le haría a la libertad si me dejo imponer por los totalitarios”, se adornó la emperatriz de Sol. Se refería, como saben o imaginan, a la convocatoria de actos de protesta (también saben o imaginan a cargo de quién) contra la presencia de la simpar lideresa en la capital de la demarcación autonómica vasca.

Al final, todos contentos. Ella sentirá acrecentada su leyenda épica ante la gresca callejera en la que, con altísima probabilidad, no faltarán cargas de la Ertzaintza, lanzamiento de todo tipo de objetos contundentes y abundantes destrozos del mobiliario urbano. En la contraparte, los partisanos de aluvión creerán haber protagonizado una nueva acción de resistencia contra el ultraliberalismo fascista opresor que representa la individua. Como banda sonora del cansino psicodrama, propongo al añorado Aute pidiendo que se casen los troyanos y los tirios porque son tal para cual. Bien es verdad que, en el caso que nos ocupa, cabe un matiz. Ayuso es perfectamente consciente de que sus odiadores (y mejor cuanto más violentos sean) van a trabajar por su causa y no lo disimula. Los de enfrente, sin embargo, ni son capaces de caer en la cuenta de que la supuesta extrema derecha que ellos pretenden combatir (o dicen que pretenden combatir) saldrá reforzada del envite.

Extremo-centro a bofetadas

Toca hacer acopio de palomitas. Las dos formaciones supervivientes del extremocentro español vuelven a estar a guantazo limpio. O sucio, mejor dicho, porque, siguiendo las costumbres y las idiosincrasias de los contendientes, predominan los golpes bajos. ¿Y van en serio? Reconozco que no sé qué decirles. Desde luego, la agresividad de los recados y el grosor de las amenazas parecen estar varias corcheas por encima de lo visto y oído en las diez o doce veces anteriores. De igual modo, también es mayor el nivel de alarma de la diestra mediática, que se desgañita llamando al orden a los pendencieros. Con lo que había costado coger la ola buena para desalojar a Sánchez, volvemos al cuerpo a tierra, que llegan los nuestros, viene a ser la moralina de editorialistas y columneros. No tengo el menor empacho en confesar que yo asisto al espectáculo con total despreocupación y, desde luego, con bastante curiosidad por ver si llega la sangre al río, aunque sean unas gotitas. ¿Tendrá Vox lo que hay que tener para dejar al PP colgado de la brocha en Andalucía, Murcia, Castilla y León, Madrid comunidad y Madrid capital? Me gustaría equivocarme, pero me da que ahí se va a parar el caballo encabritado de los abascálidos, que como siempre, solo buscan focos para sus cabriolas y sus exabruptos. El Cid de Amurrio está encantado de haber sido nombrado persona non grata en Ceuta, y mucho más, si tal baldón le cae a propuesta de una formación tildada de proislamista y promarroquí. Más madera, y de la que arde bien, para su hoguera victimista. Eso son votos contantes y sonantes en la plaza norteafricana y más arriba. Se lo ponen a huevo.

Revuelta de patanes

Qué noche la de aquel miércoles, 6 de enero de 2021. La realidad se volvió indistinguible de una serie de Netflix. Desde nuestra calentita casa, en pijama y con bata de franela, pudimos clamar a través de Twitter contra el fascismo que, a un océano de distancia, había tomado la forma de una psicotrópica ocupación del Capitolio de Washington. Si no fuera porque el asunto era muy serio, tendría su punto de guasa ver cómo las arengas más encendidas provenían de los mismos especímenes que jalean grescas callejeras y, metiendo el dedo en la llaga que tanto jode, tienen amplia bibliografía presentada de instigaciones a asediar instituciones elegidas democráticamente. Es la lección que anoté de urgencia, también yo con mi chándal casero: violentar un parlamento constituido por sufragio universal es una intentona golpista.

¿Lo aprenderemos para el futuro? Ya sé que no. Fascistas siempre son los otros. Falta les hace a algunos un espejo en el que verse reflejados en los protagonistas de esta revuelta de peligrosos catetos recalcitrantes alentada por el más peligroso aun caudillo del pelo naranja. Me consta que hay quien teme que la carnavalada siniestra tendrá decenas de réplicas en las próximas semanas. Por una vez, soy optimista y creo que es el penúltimo estertor del tifus trumpista. O quiero creerlo.

Negacionistas duros y blandos

Era lo que nos faltaba. En el mismo instante en que vuelve a arreciar la pandemia —¡y lo que nos queda!— aparecen en nuestras calles piaras de conspiranoicos, nazis sin matices, tontos de baba, bronquistas que se tienen por antisistemas y, en fin, memos de variado pelaje. En nombre de la libertad, manda pelotas, descuajeringan el mobiliario urbano y nos devuelven a ese anteayer no tan lejano de humo, pedradas, carreras y pelotas de goma. Me alegra constatar de saque que, salvo algún regüeldo en las inmediaciones de Vox, esta vez no parece haber políticos que caen en la tentación justificatoria de los sembradores de gresca. Eso que nos llevamos por delante, aunque yo no puedo evitar anotar aquí que todos los que queman contenedores se parecen como un moco a otro.

Por lo demás, y más allá de estos vándalos de manual, me preocupa que parte de sus letanías vayan calando entre personas que no van a salir a romper cristales. Seguro que hay alguien así en su entorno. Parapetados en un hartazgo que tiene parte de real y mucho de impostura infantiloide, pregonan la maldad infinita de cualquier medida que les impida seguir campando a sus puñeteras anchas. Como los otros, esta buena gente berrea también que están cercenando nuestros derechos básicos, como si contagiar el bicho al prójimo fuero uno de ellos.

Hablar (o no) de Vox

Como es sabido, no pensar en un elefante es la forma más efectiva de pensar en un elefante. Sorprende que no nos hayamos dado cuenta todavía de que no hablar de Vox es un modo incuestionable de hablar de Vox hasta por los codos. Lo vamos a volver a comprobar en estos dos días en que los abascálidos conseguirán variar la monodieta pandémica con su pirotécnica moción de censura. De hecho, ese punto ya se lo han anotado en las jornadas previas, llenándonos los espacios de información y opinión con sus carretadas de estiércol. Sí, lo admito, estas mismas líneas son un ejemplo de lo que trato de explicar, pero no me fustigaré en exceso por caer en lo que no sé si es una incoherencia, una trampa o una simple paradoja.

¿Y entonces, qué hacemos? No tengo una respuesta deslumbrante, eso también lo confieso, aunque intuyo que la clave está en el término medio. De poco vale el presunto desprecio con aspavientos que, por ejemplo, se ha probado en el Parlamento vasco. Reconozco las buenas intenciones que lo motivan, pero igualmente certifico que ha servido justo para lo contrario de lo que se pretendía. Tampoco veo que se llegue muy lejos usando sus mismas armas demagógicas. Quizá fuera más útil que los partidos que se tienen por progresistas trataran de recuperar a los votantes que han cruzado la línea verde.

Antifas muy fas

El circo facha se instaló el otro día en mi pueblo, mala suerte. Una triste carpa verde pistacho con los laterales descubiertos era todo su reclamo, junto al payaso principal —pido perdón a los clowns—, llamado Javier Ortega-Smith. Y ni se fíen de este último dato, que anoto porque se lo escuché en un semáforo a un jubilado local, que lo pronunció acompañándolo de un exabrupto que no reproduciré aquí. Ni me preocupé de confirmarlo, como tampoco perdí tiempo en buscar otros detalles como la hora de la función ni la lista del resto de oradores, o sea, rebuznadores. Desde hace mucho, salvo que sea estrictamente necesario para el desempeño de mi profesión, tiendo a ignorar un kilo las mentecateces de los abascálidos.

Y lo mismo que yo, oigan, la inmensa mayoría de mis convecinos. Es verdad que en las últimas elecciones rascaron un puñadito de votos, pero, o yo no conozco a mis paisanos, o el destino de ese mitin era no contar con más de una veintena de asistentes. Tras los regüeldos de rigor, el personal se recogería a sus guaridas, se desmontaría el chiringo y, desde luego, los medios no dedicarían un segundo a la pachanga. Sin embargo, la cosa fue noticia de relieve gracias a los aliados imprescindibles de los fascistas, esos que tienen los santos bemoles de presentarse como antifascistas.

Estos y aquellos fascistas

Lo normal sería que un acto electoral de Vox en Sestao (pongan ahí el nombre de la localidad vasca que les de la gana) tuviera el mismo relieve informativo que el regüeldo de un mono en un zoológico. Con suerte, se habrían enterado cuatro locales a los que les hubiera coincidido el desembarco fachuzo con su rutina en el pueblo. Y conociendo un poco el paño, les aseguro que la mayoría se habría quedado en la náusea, el cagüental y esa máxima sabia que sostiene que no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Ni puto caso al memo ambulante Abascal y a sus vomitivos mariachis. Anda y que les ondulen con las permanén. Concluyan su circo sin público, y venga a cascarla a Ampuero con viento fresco y la cabeza gacha por no haber conseguido ni un pajolera línea en los medios.

Pero no. Un valiente gudari atiza una pedrada a una de las menganas del ultramonte. Objetivo cumplido. La imagen de la tipa, a la sazón, diputada en el Congreso, con la frente sangrante se distribuye a todo trapo por el orbe mediático. El sarao destinado a pasar al olvido se convierte en Trending Topic, hostia en bicicleta del tuiterío y de los titulares de aluvión. Enorme triunfo de los que se llaman antifascistas y son, en realidad, los valedores número uno de los fascistas. Tan fascistas como ellos e igual de despreciables.