Ayuso espera piedras en Gasteiz

No pierde su vigencia el clásico acción-reacción-acción. Con indisimulada alegría, la inefable presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, proclamó ayer en un sarao montado por Pedro Jota que por supuestísimo vendrá mañana a Gasteiz. “Van a intentar que no vaya y eso es imposible. El País Vasco es España. Flaco favor le haría a la libertad si me dejo imponer por los totalitarios”, se adornó la emperatriz de Sol. Se refería, como saben o imaginan, a la convocatoria de actos de protesta (también saben o imaginan a cargo de quién) contra la presencia de la simpar lideresa en la capital de la demarcación autonómica vasca.

Al final, todos contentos. Ella sentirá acrecentada su leyenda épica ante la gresca callejera en la que, con altísima probabilidad, no faltarán cargas de la Ertzaintza, lanzamiento de todo tipo de objetos contundentes y abundantes destrozos del mobiliario urbano. En la contraparte, los partisanos de aluvión creerán haber protagonizado una nueva acción de resistencia contra el ultraliberalismo fascista opresor que representa la individua. Como banda sonora del cansino psicodrama, propongo al añorado Aute pidiendo que se casen los troyanos y los tirios porque son tal para cual. Bien es verdad que, en el caso que nos ocupa, cabe un matiz. Ayuso es perfectamente consciente de que sus odiadores (y mejor cuanto más violentos sean) van a trabajar por su causa y no lo disimula. Los de enfrente, sin embargo, ni son capaces de caer en la cuenta de que la supuesta extrema derecha que ellos pretenden combatir (o dicen que pretenden combatir) saldrá reforzada del envite.

Felipe VI firmará los indultos

A falta de entretenederas de más fuste, y una vez que parece asumido que habrá indultos a los dirigentes soberanistas catalanes, al fondo a la derecha se han sacado de la sobaquera una nueva bronca de diseño. Va, precisamente, de si Felipe de Borbón debería negarse a firmar las medidas de gracia. Vendría a ser un remedo de la abdicación por un día del meapilas Balduino de Bélgica para evitar firmar la ley del aborto en su país. Eso, claro, en la versión más suave, pues no son pocos los ultramontanos que le están insinuando a su muy preparada majestad que debería ponerse farruco y romper los papeles cuando se los lleve a firmar Pedro Sánchez. Se correspondería tal actitud con la que mostró el hijo de Juan Carlos en el glorificado discurso del 3 de octubre de 2017. Pero pueden esperar sentados porque tal circunstancia no se va a dar.

Lo que más saborcillo le aporta a esta polémica de nada entre dos platos es que suspuestamente ha provocado el enfrentamoento entre el presidente del PP, Pablo Casado, y la pujante supernova de la derecha, Isabel Díaz Ayuso. Como ella misma ha dicho con su desparpajo habitual, su postura al respecto (la de la insumisión del monarca) es la misma que la de Casado. Otra cosa es que él, aspirante al principado del centroderecha, no se atreva a decirlo con la misma claridad. Y mucho menos, si los correveidiles del Palacio de la Zarzuela andan por ahí haciéndose los ofendidos porque la presidenta de Madrid ha puesto en evidencia a su señorito, al que, como digo arriba, nada le va a librar del trago de rubricar de su puño y letra la salida de prisión de los políticos a los que él mismo instó a perseguir.

El enfado de los soberbios

Lo escribió ayer Daniel Innerarity en Twitter: “Cuanto peor sea tu opinión del adversario que te ha ganado más estúpida es tu derrota”. Poco tardaron en saltar como resortes decenas de individuos que se habían dado claramente por aludidos o, directamente, por ofendidos. Más modestamente, a este servidor le había ocurrido algo similar por anotar que no me parecía una gran estrategia tachar de fascistas e ignorantes a las personas cuyo voto se aspira a conseguir. La mayoría de las enfurruñadas respuestas deseaban los peores males a quienes habían optado por la papeleta del PP en las elecciones del martes. Estamos hablando, ojo, de uno de cada dos votantes madrileños.

Y por los mismos cerros rencorosos transitaban buena parte de las reacciones de los perdedores, que no salían del bucle del trumpismo, la campaña sucia orquestada por los poderes fácticos y, una vez más, la vomitona superiormente moral contra la plebe palurda que se deja engañar. “Los que ganan 900 euros y votan a la derecha no me parecen Einstein», llegó a aullar Juan Carlos Monedero, que se presenta (y cobra un pico por ello) como fino analista político. Ese es, por desgracia, el nivel intelectual de pozo séptico que quizá explique en parte el apoteósico triunfo de Díaz Ayuso y en el mismo viaje, el tortazo sideral de los soberbios.

Madrid vota a cara o cruz

Hoy es el día. Llega la madre de todas las elecciones después de una campaña sucia, tramposa, simplista hasta el parvulario y plagada de momentos grotescos. Nada, por otra parte, que no cupiera esperar del nivel paupérrimo de la política española actual y, descendiendo al detalle, de la personalidad inenarrable de algunos de los cabezas de cartel, de sus secuaces, y, cómo no, de los incendiarios responsables de agitación y propaganda.

En resumen, que no arriendo la ganancia a los ciudadanos madrileños llamados a votar hoy. Ocurra lo que ocurra tras el recuento —y ojo, que no está el pescado tan vendido como pretenden algunos—, mañana serán tildados de ignorantes, irresponsables y, según hacia dónde se incline la balanza, de fascistas desorejados o de comunistas del demonio. Este servidor, que tiende a creerse lo de la soberanía popular y lo de la democracia representativa, aun sabiendo que el sistema es manifiestamente mejorable, aceptará el resultado que salga aunque sea el que no deseo. Espero no volver a ver, como ya se ha hecho costumbre demasiadas veces, airadas movilizaciones justo al día siguiente de emitir los votos.

Por lo demás, los más sabios de Hispanistán deberían echar una pensada a lo acertados que estuvieron cuando quisieron asaltar Murcia. De aquellos polvos, estos lodos.

Ayuso y los despistados

Confieso mi fascinación por Isabel Díaz Ayuso. No como persona, ojo, sino como personaje. O si afino más, como fenómeno. Un fenónemo que, por demás, ha construido prácticamente ella sola. Y sí, ya sé que tiene como consejero áulico al inefable Miguel Ángel Rodríguez, tipo con acreditada falta de escrúpulos al que se atribuye la conversión de Aznar de mindundi en líder carismático de la derecha. Sin embargo, no creo que el influjo del pretendido gurú en el carrerón de la supernova madrileña vaya más allá de cuatro toquecitos de manual de asesoría política. Otra cosa es que el pelo de la dehesa machista haga ver incluso a los que van de feministas del copón que tras los logros de una mujer solo puede haber un hombre.

Ahí damos, precisamente, con una de las claves del éxito de Ayuso. Es tratada como tonta y loca por los más progresistas del lugar y ella consigue revertir los ataques a su favor como el judoca que aprovecha la fuerza del rival para derribarlo. En ese sentido, podríamos considerar que —¡toma paradoja!— sigue uno de los principios básicos del marxismo: pone al enemigo frente a sus contradicciones. Así es como va consiguiendo ganarse el favor no solo de ricachos sino de camareros con sueldos insultantes. Pero los que aspiran a derrotarla en las urnas el 4 de mayo parece que no se enteran.

Madrid, batalla de egos

Caray con Murcia. Una chusca moción de censura —para colmo, pifiada— provoca la convocatoria de elecciones en Madrid y, en segundas nupcias, la salida del gobierno español del vicepresidente Iglesias para hacer frente al mal diestro que encarna Isabel Díaz Ayuso. Los que tenemos por vicio y por oficio comentar la actualidad no damos abasto con tanto material. Sería hasta divertido, si todo esto no ocurriera al cumplirse un año de una pandemia que ha provocado cien mil muertos en el conjunto del Estado. Eso, por no hablar de los estragos económicos y anímicos. Que no es cuestión de venirse arriba en la demagogia facilona, pero quizá no debería escapársenos el contexto. Se diría —yo lo digo— que están primando más los intereses electorales egoístas que la búsqueda de soluciones a las toneladas de problemas del común de los mortales.

En todo caso, ya que está servido el espectáculo, ocupemos nuestra localidad. Más allá de las palabras bonitas de primera hora, quiero ver cómo el PSOE, con 37 escaños, y Más Madrid, con 20, se dejan llevar del ronzal a una candidatura liderada por Podemos, que a día de hoy tiene 7. Y por lo demás, si se consuma el karate a muerte en la Puerta del Sol, me permito señalar que Iglesias y Ayuso son grandes catalizadores de votos a favor, pero ojo, también en contra.

Entre Murcia y Madrid

La de ayer parecía una mañana la mar de tranquila. Quedaba algún resto de serie del levantamiento de la inmunidad a Puigdemont y se tejían perezosamente los mensajes de aluvión de un nuevo aniversario del 11-M. Pero en esto cayó el gobierno de Murcia como efecto de un tiro en el pie del PP gobernate y de una patada a la desesperada de esa nada que atiende por Ciudadanos en comandita con un PSOE que está al plato y a las tajadas. Ni una hora nos duró el entretenimiento a los plumíferos ávidos de cualquier novedad, la que sea. La eternamente minusvalorada Isabel Díaz Ayuso y su Rasputín de cabecera, Miguel Ángel Rodriguez, vieron el momento de echar el órdago. Al carajo el molesto socio naranja, el aguado Aguado —valga la redundancia, como gusta decir a los opinadores del ultramonte—, y vamos a elecciones adelantadas con aroma a mayoría absoluta de la neolideresa. Parece que las mociones de censura a la desesperada de Más Madrid y PSOE llegaron tarde.

Todo eso, claro, esperando el efecto de las ondas sísmicas en los no pocos lugares donde Ciudadanos sostiene, generalmente junto a Vox, gobiernos autonómicos o municipales. Andalucía y Castilla y León aseguran que, de momento, aguantan. Se antoja difícil que lo hagan mucho tiempo. Pedro Sánchez e Iván Redondo sonríen mientras acarician un gato.