El enfado de los soberbios

Lo escribió ayer Daniel Innerarity en Twitter: “Cuanto peor sea tu opinión del adversario que te ha ganado más estúpida es tu derrota”. Poco tardaron en saltar como resortes decenas de individuos que se habían dado claramente por aludidos o, directamente, por ofendidos. Más modestamente, a este servidor le había ocurrido algo similar por anotar que no me parecía una gran estrategia tachar de fascistas e ignorantes a las personas cuyo voto se aspira a conseguir. La mayoría de las enfurruñadas respuestas deseaban los peores males a quienes habían optado por la papeleta del PP en las elecciones del martes. Estamos hablando, ojo, de uno de cada dos votantes madrileños.

Y por los mismos cerros rencorosos transitaban buena parte de las reacciones de los perdedores, que no salían del bucle del trumpismo, la campaña sucia orquestada por los poderes fácticos y, una vez más, la vomitona superiormente moral contra la plebe palurda que se deja engañar. “Los que ganan 900 euros y votan a la derecha no me parecen Einstein», llegó a aullar Juan Carlos Monedero, que se presenta (y cobra un pico por ello) como fino analista político. Ese es, por desgracia, el nivel intelectual de pozo séptico que quizá explique en parte el apoteósico triunfo de Díaz Ayuso y en el mismo viaje, el tortazo sideral de los soberbios.

Comprender las paradojas

Jajá, jijí. Cuántas risas de esas de rebaba cayendo y boina (o txapela, tanto da) enroscada hasta la quinta vuelta atronaron el viernes pasado, después de que el lehendakari abogara en el Parlamento vasco por “republicanizar la monarquía”. Incontables gañanes de babor a estribor se lanzaron en plancha a Twitter para participar en el inevitable concurso de cargas de profundidad sobre la expresión que había provocado un cortocircuito en sus cabezas nada dotadas para la paradoja. Las sutilezas, las ironías, las aparentes contradicciones escapan a las entendederas de quienes solo conocen el trazo grueso, el regüeldo dialéctico o, más directamente, el zurriagazo.

Por lo demás, cómo ceder a la tentación de atizar una bofetada a mano abierta al objeto de odio favorito —más que nada porque te da para el pelo en las urnas— o de cascarse una gracieta del once a su costa. Hasta algún chusquero bienmandado entró al trapo sobre lo que tildaba como ocurrencia a bote pronto de Iñigo Urkullu. Quizá con alguna lectura más o una simple búsqueda en Google, los chistosos odiadores habrían descubierto que el primero que teorizó sobre la republicanización de la monarquía fue el filósofo Daniel Innerarity. Y lo argumentó con una claridad y una sencillez exquisitas. Otra cosa es que haya quien no quiera entenderlo.