El enfado de los soberbios

Lo escribió ayer Daniel Innerarity en Twitter: “Cuanto peor sea tu opinión del adversario que te ha ganado más estúpida es tu derrota”. Poco tardaron en saltar como resortes decenas de individuos que se habían dado claramente por aludidos o, directamente, por ofendidos. Más modestamente, a este servidor le había ocurrido algo similar por anotar que no me parecía una gran estrategia tachar de fascistas e ignorantes a las personas cuyo voto se aspira a conseguir. La mayoría de las enfurruñadas respuestas deseaban los peores males a quienes habían optado por la papeleta del PP en las elecciones del martes. Estamos hablando, ojo, de uno de cada dos votantes madrileños.

Y por los mismos cerros rencorosos transitaban buena parte de las reacciones de los perdedores, que no salían del bucle del trumpismo, la campaña sucia orquestada por los poderes fácticos y, una vez más, la vomitona superiormente moral contra la plebe palurda que se deja engañar. “Los que ganan 900 euros y votan a la derecha no me parecen Einstein», llegó a aullar Juan Carlos Monedero, que se presenta (y cobra un pico por ello) como fino analista político. Ese es, por desgracia, el nivel intelectual de pozo séptico que quizá explique en parte el apoteósico triunfo de Díaz Ayuso y en el mismo viaje, el tortazo sideral de los soberbios.

Huida de Génova, 13

Adiós a Génova, 13 del Percebe. Lo ha anunciado el desnortado y cada vez más autocaricaturesco Pablo Casado. “No podemos seguir en un edificio cuya reforma se está investigando”, ha lanzado al aire en lo que resulta una confesión de parte del tamaño de la propia sede que ahora se abandona al galope. Eso, y de propina, la demostración del infantilismo del personaje, que cree que huyendo del escenario de los (presuntos) delitos dará esquinazo al pestilente historial del partido que preside. Vaya abandonando toda esperanza el coleccionista de másteres dudosos: el pasado se mudará también al que escojan como nuevo hogar.

No basta con cerrar los ojos muy fuerte y desear en voz alta que desaparezcan los fantasmas que lo cercan. La herencia marrón le perseguirá allá donde vaya. Y tampoco servirá como exorcismo la otra melonada que anunció, lo de no volver a hablar de sus predecesores y padrinos bajo el estrafalario argumento de que no pueden permitírselo “con el calendario judicial que se avecina”. No se cansa el hombre de señalarse como depositario de un legado podrido.

¿Y una migaja de reflexión crítica ante la enésima bofetada en Catalunya? Hasta ahí podíamos llegar. La culpa del vergonzante sorpasso de Vox ha sido de Bárcenas y del empedrado. Pero con el cambio de domicilio social no volverá a pasar.

Miente, que queda todo

Si no fuera tremendamente trágico, sería gracioso que en un país donde excusitas de a duro farfulladas como letanías pasan por revisiones críticas del pasado se esté negando que el lehendakari pidiera ayer disculpas explícitas por los errores en la gestión del derrumbe del vertedero de Zaldibar. “Siento mucho los errores que hemos podido cometer en este operativo”, dijo Iñigo Urkullu. Añadiría que el documento audiovisual está al alcance de cualquiera que esté por la labor de comprobarlo, pero sé que pincho en hueso. Una vez más, la realidad es una minucia al lado de los juicios prefabricados y lanzados al enmerdadero en la certeza de que casi cualquier especie hará fortuna. Los dispuestos a creer creerán. Cualquier intento por confrontar con hechos contantes y sonantes las trolas caerá en saco roto.

¿Ejemplos? Mil. El penúltimo lo comentaba, creo que ni siquiera sorprendido, un querido compañero de fatigas informativas y opinativas. Ayer corrió la especie de que en el Teleberri se habían obviado las declaraciones de Maddalen Iriarte. Es solo la enésima vuelta de tuerca a la mandanga que sostiene que EITB pasa de puntillas sobre la cuestión, cuando va a todo trapo con información no precisamente cómoda. Y qué decirles de mi propio trabajo. A pocas cosas les habré dedicado tanto tiempo de radio —amén de un par de columnas que hubo quien tomó por fuego amigo— como al derrumbe. Si rescatan las tertulias de Euskadi Hoy en Onda Vasca, escucharán durísimas diatribas de contertulios de varias siglas. Da igual: a cada rato se me reprocha callar yo y silenciar las versiones poco amables. Pues lo lamento. No me rendiré.

Se prohíbe criticar

Es gracioso que en uno de sus primeros mensajes, el ya oficialmente elevado a vicepresidente español, Pablo Iglesias, haya pedido con entusiasmo a la ciudadanía que fiscalice su actuación de un modo crítico. Tomen nota del recado, en primer lugar, sus propios fieles y, por extensión, los de su socio principal en el gobierno y los del resto de partidos —incluido el que yo voté en noviembre— que han contribuido a esta etapa novedosa. Lo escribo con las marcas todavía frescas en mi jeta de las bofetadas que me han llovido por una columna en que cometí el atrevimiento de afear los primeros pasos del invento hasta ahora inédito.

Resulta llamativo y me temo que tristemente revelador el hecho de que los campeones mundiales de la evaluación ajena sean incapaces de tolerar la menor apreciación negativa de los actos de los de su cuerda. Y esto no va de cien días, ni de cincuenta ni de quince, sino de comportamientos concretos que, aunque se cometan en el minuto uno, resultan censurables. Basta con pensar —sin hacernos trampas, claro— lo que estaríamos diciendo si la triderecha hubiera montado un gabinete mastodóntico dividiendo ministerios y bautizándolos con nombres a cada cual más extravagante. O las lenguas que nos hubiéramos hecho a la vista de las zancadillas y codazos indisimulados entre los que supuestamente comparten objetivo.

Muy flaco favor nos haremos los que queremos que esto dure si cerramos los ojos ante lo que no hubiéramos aceptado en la acera de enfrente. Por más generosos que pretendamos ser, los comienzos del bipartito que llamamos voluntariosamente “de progreso” han sido manifiestamente mejorables.

Des-cambio

¡Ay, el gobierno del cambio en Navarra, y nosotros, que lo quisimos tanto! Incluso para los que salimos satisfechos en la media de lo que ocurrió el domingo es imposible que no nos sintamos frustrados ante la pérdida de un instrumento que en los últimos cuatro años había servido objetivamente para mejorar la realidad de la Comunidad foral. Como en el verso de Kavafis, no podremos decir que fue un sueño. Ahí están los datos y los hechos contantes y sonantes que demuestran que durante un tiempo hubo unas mujeres y unos hombres que se empeñaron en buscar otro modo de gestionar el día a día de los ciudadanos.

Ocurre, me temo, que como recuerdo tantas veces, ninguna buena acción se queda sin castigo. Eso, claro, añadido a la abrumadora evidencia de que determinadas cuestiones se llevaron muy mal. Porque es muy fácil echar la culpa al empedrado, pero basta media migaja de sinceridad para ser capaces de reconocer los cómos y los porqués del enorme chasco. ¿Que no es momento de buscar culpables? Cierto, pero por si algún día se vuelve a presentar una conjunción similar de astros propicios, sería de gran provecho un diagnóstico autocrítco acompañado del correspondiente propósito de enmienda.

Sospecho, sin embargo, que pido demasiado. De donde no hay no se saca. Así que no queda otra que aguardar los próximos acontecimientos. Quién sabe. Con suerte, esta vez el PSN tiene arrestos para estar a la altura de las circunstancias y hace lo que no hizo en tantas otras ocasiones. O tal vez Madrid le marca otro camino. Las actitudes y las declaraciones previas no parecen augurar que vaya a ser así. Y es una tremenda lástima.

Demagogias electorales

Como los resultados de forales y municipales en la demarcación eusko-autonómica —en Nafarroa, la vaina es otro cantar, ¿por qué será?— se parezcan un poquito a lo que avanzan las mil y una encuestas que hemos visto hasta la fecha, nos vamos a echar unas risas. O, bueno, depende del lado que se mire, serán unos llantos y unos crujires de dientes del copón de la baraja. Vaya bajón, oigan, que el pueblo soberano nos salga tan idiota como hasta la fecha y aumente las mayorías de los que tan penosamente lo vienen haciendo en las chopecientas instituciones que gobiernan.

Escribo, lógicamente, tirando de ironía, pero también llevado por el desconcierto de ver cómo partiduelos en serio peligro de extinción se propugnan como los salvadores de una ciudadanía que lo que les está diciendo voto a voto es que cambien o se hagan a un lado. Da entre pena y vergüenza que un PP cada vez más residual tenga los bemoles de llamar a rechazar los muros, como el conductor borracho que va por la autopista en sentido contrario ciscándose en los que circulan correctamente.

Y en la contraparte progresí, los otrora disputadores de la hegemonía que hoy se conforman con ser segundos y los nuevos prematuramente viejos, compitiendo entre sí por ver quién suelta la mayor demasía demagógica. Venga y dale contra las ciudades escaparate, los grandes eventos y las obras faraónicas, como si en las rojimoradas Madrid y Barcelona o en la Donostia del ahora reciclado Izagirre se hubiera renunciado a algún acontecimiento convertible en relieve y pasta. De Copenhague, la ciudad con una señora incineradora, como modelo medioambiental, mejor ni hablamos.

Reflexión ausente

Nos hemos puestos tibios —yo el primero— de atizar al PP por su autocrítica a la remanguillé, pero no le hemos dedicado ni un párrafo a Unidas Podemos, la otra formación que salió de la última cita electoral con politraumatismos de pronóstico reservado. No descarto que me vengan con lo de mis parafilias y mis parafobias, pero como decían en los cómics de mi infancia, que me aspen si la pérdida de 29 escaños no es una morrada de pantalón largo.

De aquellos 71 que le empujaron a Pablo Iglesias a pedirse una vicepresidencia, el CNI y no sé cuántos ministerios, los morados aliados con (o lastrados por) Izquierda Unida se han debido conformar con los 42 mondos y lirondos que resultaron del escrutinio del domingo. Uno más, por cierto, de los que le otorgó el CIS de Tezanos, provocando la marichulada soberbia del residente en Galapagar: “Las encuestas están hechas antes de mi vuelta”. Pues ya ve que su participación en la contienda, incluso reconociendo que ha sido de notable alto, no ha servido para demasiado. Algo habrá que reflexionar, más allá de la sobada excusa de la polarización que ha beneficiado al PSOE.

Y si miramos a lo que nos toca más de cerca, la cavilación procede especialmente. En Nafarroa han volado 27.000 votos y 10 puntos porcentuales. En la demarcación autonómica, además de caer al tercer lugar, se han esfumado 112.000 sufragios y 12 puntos. Eso, en los comicios donde la coalición puede tener las mejores expectativas. Cada vez soy menos de pronósticos y apuestas, pero me da en la nariz que el 26 de mayo los números serán bastante parecidos. Y me temo que también los silbidos a la vía al respecto.