Robles no rectifica

Se dice que hay personas que no aciertan ni cuando rectifican. Y la cosa es que ni siquiera podemos incluir en tan poco edificante categoría a Margarita Robles. Sencillamente, porque la jefa del negociado de milicias españolas no ha tenido la decencia de tratar de enmendar sus miserables palabras —siento la dureza, pero no hay otro modo de calificarlas— sobre lo que podría haber evitado la actuación del ejército patrio en las labores de rescate tras el derrumbe del vertedero de Zaldibar. “A lo mejor si la UME hubiera intervenido hace un año, un cadáver no estaría en un sitio”, les recuerdo que escupió la ministra. Eso, por cierto, después de haber reconocido ella misma en las fechas de autos que los uniformados no hubieran podido hacer más de lo que se hizo.

Y, sí, muy bien, dice la magistrada en excedencia que el Gobierno vasco ha hecho “todo lo que está en su mano” para recuperar el cadáver de Joaquín Beltrán, pero no va más allá. Ni se desdice de la desmesurada e injusta imputación ni recuerda que doce meses atrás aseguró que la tal UME no pintaba nada entre los cascotes del vertedero que se vino abajo. Qué lejos quedan aquellos días —yo sí me acuerdo— en que teníamos a Robles como balsámica voz comprensiva con los entonces malvadísimos vascos. Su transformación es digna de estudio. O quizá no.

Zaldibar, un año

Yo sí me acuerdo. Al día siguiente, la noticia principal en la demarcación autonómica —y en especial, en Gipuzkoa y Bizkaia— no fue el derrumbe sino la posibilidad de una final vasca de Copa. Aquella noche, mientras los equipos de rescate se afanaban entre los escombros sin saber aún que eran altamente tóxicos, la Real y el Athletic se deshicieron, respectivamente, del Real Madrid y el Barça en cuartos. Queda como testimonio para no olvidar la imagen de alguno de los líderes políticos que más se echaría las manos a la cabeza después enfundado en la camiseta del club de sus amores con una sonrisa Profidén. Eso, insisto, cuando desde las cuatro y pico de la tarde conocíamos que dos personas habían quedado sepultadas bajo miles de metros cúbicos de tierra y residuos venenosos.

De alguna manera, semejante festival de hipocresía fue el presagio de lo que vino a continuación. Siguiendo un libreto archiconocido, repetido hasta la saciedad en nuestra triste historia, una brutal tragedia humana y un notable desastre medioambiental se convirtieron en munición para el aprovechamiento politiquero más vil. Transversal, por demás, pues se moría uno del asco y de la pena al escuchar diatribas idénticas en labios españolistas del copón o soberanistas del nueve largo. Lo de menos, las dos vidas perdidas.

Zaldibar argitu… o así

Homicidio imprudente, libertad con cargos y retirada de pasaporte. Pues así, de saque, no parece poca cosa lo que ha dictaminado la juez sobre el propietario y los directivos principales del vertedero de Zaldibar. Curioso, sin embargo, que hayan tenido que pasar casi seis meses y que la iniciativa de la detención partiera de la Ertzaintza. Se pierde uno en los vericuetos judiciosos, pero si los renglones torcidos son para empezar a escribir el relato más verídico posible de lo que llevó a la tragedia (como dije ayer, nada accidental) del 6 de febrero, procede dar la bienvenida a este paso. De eso se trata, ¿no?, de esclarecer lo que desembocó aquella fatídica tarde en la sepultura en vida de dos personas cuyos cadáveres siguen sin aparecer y en una catástrofe medioambiental sin precedentes en el terruño.

Zaldibar argitu; Aclarar Zaldibar, proclaman las consignas aventadas con idéntico ardor en euskera o recio castellano, según la parroquia que pretenda hacer caja del drama. Como intención, vuelvo a repetir, me parece nobilísima. Aguante su vela cada palo y depúrense todas las responsabilidades, incluyendo (o empezando por) las políticas. Ojalá. Pero de sobra sabemos que esto no va de eso, sino de cargar literalmente los muertos, venga o no a cuento, al adversario, o sea, al enemigo político.

Los dueños del vertedero

Sorprende la rapidez y la contundencia de la empresa Verter Recycling para denunciar lo que consideran “detención ilegal” de su propietario, su ingeniero jefe y su gerente. Cómo hubiéramos agradecido una celeridad semejante para haber aclarado las circunstancias de la tragedia —parece que nada accidental— del vertedero de Zaldibar, su vertedero, según consta en el registro de la propiedad. Pero no. Todo lo que hemos tenido en estos casi seis meses eternos han sido tibias notas de despeje a córner, pobres excusas y, en definitiva, silbidos a la vía. Para qué otra cosa, si el marronazo del desplome se lo estaba comiendo a mordiscos el gobierno vasco o, más concretamente, el lehendakari.

Y miren, yo no digo que el ejecutivo o el propio Iñigo Urkullu hayan estado acertados en todas sus decisiones, especialmente en los primeros días tras el desplome, cuando mostraron más titubeos de los necesarios. Pero nos conocemos lo suficiente, porque tenemos un puñado de casos calcados a este, para saber que el carroñerismo político no se iba a parar en barras. Como botón de muestra, los buitres de signo ideológico opuesto cacareando las mismas letanías presuntamente en nombre de los dos trabajadores sepultados. Sin descartar otras responsabilidades, ahora el foco está donde debe, en los dueños de la empresa.

Miente, que queda todo

Si no fuera tremendamente trágico, sería gracioso que en un país donde excusitas de a duro farfulladas como letanías pasan por revisiones críticas del pasado se esté negando que el lehendakari pidiera ayer disculpas explícitas por los errores en la gestión del derrumbe del vertedero de Zaldibar. “Siento mucho los errores que hemos podido cometer en este operativo”, dijo Iñigo Urkullu. Añadiría que el documento audiovisual está al alcance de cualquiera que esté por la labor de comprobarlo, pero sé que pincho en hueso. Una vez más, la realidad es una minucia al lado de los juicios prefabricados y lanzados al enmerdadero en la certeza de que casi cualquier especie hará fortuna. Los dispuestos a creer creerán. Cualquier intento por confrontar con hechos contantes y sonantes las trolas caerá en saco roto.

¿Ejemplos? Mil. El penúltimo lo comentaba, creo que ni siquiera sorprendido, un querido compañero de fatigas informativas y opinativas. Ayer corrió la especie de que en el Teleberri se habían obviado las declaraciones de Maddalen Iriarte. Es solo la enésima vuelta de tuerca a la mandanga que sostiene que EITB pasa de puntillas sobre la cuestión, cuando va a todo trapo con información no precisamente cómoda. Y qué decirles de mi propio trabajo. A pocas cosas les habré dedicado tanto tiempo de radio —amén de un par de columnas que hubo quien tomó por fuego amigo— como al derrumbe. Si rescatan las tertulias de Euskadi Hoy en Onda Vasca, escucharán durísimas diatribas de contertulios de varias siglas. Da igual: a cada rato se me reprocha callar yo y silenciar las versiones poco amables. Pues lo lamento. No me rendiré.

Zaldibar, falta información

Precisamente porque existen carroñeros —hienas más que buitres; se nota en las risas que son incapaces de disimular—, no se les puede procurar el festín que se están pegando desde el minuto uno del desplome del vertedero de Zaldibar. Bueno, desde el segundo día, quiero decir, que en las primeras horas, cuando ya había dos personas sepultadas, estaban, como tantos otros, en la jarana futbolera. Algún documento gráfico y escrito hay al respecto. Palabra, que no dejo de hacerme cruces con la surtida barra libre que se les está sirviendo a los chapoteadores en el cieno.

Eso, sin contar con lo fundamental: la inmensa mayoría de personas que reclaman una información veraz sobre lo que está pasando no pertenecen ni de lejos a los calculadores sin escrúpulos de réditos electorales. Son, sin más y sin menos, ciudadanas y ciudadanos legítimamente preocupados por la dimensión de una situación sobre la que sienten que no están siendo bien informados. Y en primera línea de perplejidad, sensación de desamparo y cabreo creciente están las decenas de miles de vecinos que viven en las inmediaciones de la zona cero. Todas estas personas ni por asomo están pensando en quién gana votos y quien los pierde con todo esto. Solo quieren que les vayan contando la verdad de lo que ocurre en tiempo real.

Me consta que las instituciones no están mano sobre mano ni paralizadas por el tremendo marrón. Se trabaja desde mil y un ámbitos y contra el reloj. Pero se echa falta algo fundamental en estas altura del tercer milenio: la información continua de cada uno de los pasos acompañada de explicaciones técnicas y científicas. Solamente eso.

Mil muertos tarde

No tengo ningún empacho en dejar por escrito que la gestión de las instituciones públicas vascas del desplome del vertedero de Zaldibar ha sido manifiestamente mejorable. Hablo, sobre todo, de comunicación, que, por desgracia, hoy como nunca antes resulta un factor más determinante que la propia acción. Incluso aunque lo hayas hecho medio bien —tendrían que convencerme con datos muy contundentes en este asunto—, eso no vale de nada si la percepción que llega a tus administrados es la contraria. Mucho me temo que ese está siendo el caso y que será complicado revertir la sensación. Resumido en plata, y por muy desazonante que suene, las cosas no son tanto lo que son sino lo que parecen. O lo que se consigue que parezcan.

Ahí enlazamos con el elemento letal: enfrente sí hay profesionales sin el menor escrúpulo capaces de hozar en la peor de las mierdas para vender a granel un relato ponzoñoso donde los hechos ciertos y trágicos —no pasemos por alto que los hay— son solo munición con la que disparar al enemigo. ¿Acaso no hay lugar para la crítica y la denuncia? Por supuesto, pero como servidor no nació ayer y es experto en cavernas de uno y otro signo, sabe cuándo un drama es celebrado con olas y congas. Lo vi, por ejemplo, en el atentado de la T-4, cuando el ultramonte diestro festejó que se habían cargado a dos pobres pringados porque eso alimentaba su discurso del odio. Luego, en el otro flanco, en el de nuestros trogloditas locales, he vuelto a asistir a idéntica necrófila ausencia de moral con algún caso muy sonado. Volvemos a las mismas. Cuánto asco dan los que llegan a denunciar con mil muertos de retraso.