Paz Esteban, cabeza de turco menor

Margarita Robles nos ha regalado su propio obituario político. Cuando Sánchez se la fumigue, lo que hará en cuanto necesite soltar unos kilos más de lastre, podremos proclamar que no la ha destituido sino que la ha sustituido por la/el material humano fungible que toque. Con esa expresión, la que ella misma gastó ayer para referirse a la laminación de Paz Esteban como jefa de los espías hispanistaníes. Ni el olvidado Iván Redondo habría llegado a semejante nivel de desfachatez para decir lo que hasta el que reparte los refrescos sabe que solo es la decapitación ritual de una chiva expiatoria menor, a ver si hay suerte y los diosecillos cabreados por la indignidad aberrante del espionaje se aplacan un tantín y permiten a su sanchidad seguir durmiendo en el famoso colchón de Moncloa que cambió al día siguiente de desalojar a Eme Punto Rajoy.

Está por ver que el sacrificio de la pieza menor, fácilmente recambiable por otra cuyos méritos ni se han preocupado en glosar porque todos sabemos de qué va la vaina, acabe surtiendo los efectos anhelados. De momento, Esquerra, que es a quien nos estamos refiriendo, puesto que el resto, incluidas las formaciones cercanas geográficamente a nosotros, son apenas atrezzo, ha dicho que bien, que vale, pero que no es suficiente. El tributo de sangre deberá ser mayor. Que caiga la arriba mentada Robles, y a partir de ahí, ya veremos. Claro que también todo puede ser, como suele ser habitual, de boquilla. De hecho, si yo fuera el desafiado Sánchez Castejón, me plantaría y dejaría que los portavoceados por Rufián se arriesgan a poner de vicepresidente a Abascal.

Robles no rectifica

Se dice que hay personas que no aciertan ni cuando rectifican. Y la cosa es que ni siquiera podemos incluir en tan poco edificante categoría a Margarita Robles. Sencillamente, porque la jefa del negociado de milicias españolas no ha tenido la decencia de tratar de enmendar sus miserables palabras —siento la dureza, pero no hay otro modo de calificarlas— sobre lo que podría haber evitado la actuación del ejército patrio en las labores de rescate tras el derrumbe del vertedero de Zaldibar. “A lo mejor si la UME hubiera intervenido hace un año, un cadáver no estaría en un sitio”, les recuerdo que escupió la ministra. Eso, por cierto, después de haber reconocido ella misma en las fechas de autos que los uniformados no hubieran podido hacer más de lo que se hizo.

Y, sí, muy bien, dice la magistrada en excedencia que el Gobierno vasco ha hecho “todo lo que está en su mano” para recuperar el cadáver de Joaquín Beltrán, pero no va más allá. Ni se desdice de la desmesurada e injusta imputación ni recuerda que doce meses atrás aseguró que la tal UME no pintaba nada entre los cascotes del vertedero que se vino abajo. Qué lejos quedan aquellos días —yo sí me acuerdo— en que teníamos a Robles como balsámica voz comprensiva con los entonces malvadísimos vascos. Su transformación es digna de estudio. O quizá no.

Robles, a lo Abascal

El hábito hace al monje y la cartera hace al ministro. A la ministra, en el caso que nos ocupa. Menuda transfiguración, la de Margarita Robles desde que juró el cargo como titular de Defensa en el gobierno español. De comparecencia en comparecencia, de declaración en declaración, se le van poniendo unas formas castrenses que empiezan a asustar. De seguir la escalada dialéctica, no descarto ver a la (tenida por) muy progresista magistrada soltando filípicas patrióticas en una refundada Radio Requeté.

Me dirán que exagero, pero ahí le anduvo ayer en el Congreso en su respuesta a una pregunta bastante facilita del diputado del PNV Joseba Agirretexea. Como unos cuantos millones de ciudadanos fusilables, el representante jeltzale quería saber si el Gobierno tenía la intención de poner freno a la seguidilla de regüeldos fascistoides de distintos uniformados en activo o jubilados. Ojo, que hablamos desde bravuconadas por guasap a incitación a un golpe de estado, pasando por cánticos franquistas. Robles tenía a huevo quedar de cine prometiendo meter en cintura a los nostálgicos. En su lugar, optó por abroncar a Agirretxea tachándolo de nacionalista excluyente y media docena de excesos verbales del pelo y por una explosión de elogios desmedidos a las milicias hispanas. Hasta Abascal tuvo ganas de aplaudir.

Podemos es la oposición

Es un hecho constatado cien veces que la triderecha PP-Vox-Ciudadanos no le hace ni cosquillas a Pedro Sánchez. Al contrario, cada vez que montan el número en el Congreso juntos o por separado, lo único que consiguen, además de hacer un ridículo sideral y provocar vergüenza ajena por arrobas, es engrandecer al inquilino de Moncloa. Ahí y así me las den todas, pensará el presidente que tiene como objetivo único seguir siendo lo que es a la mañana siguiente.

La torpeza del tridente diestro no es su problema. Su motivo de preocupación viene —¡oh, paradoja!— de su socio en los bancos azules. Ahora mismo la única y verdadera oposición de Sánchez está en su propio gobierno. Y qué oposición, oigan, que no se queda en zancadillas corrientes de las que se esperan en cualquier ejecutivo compartido, sino que llega a las puñaladas por la espalda con charrasca de nueve pulgadas, como acabamos de ver con la autoenmienda de Podemos a los presupuestos en compañía de ERC y Bildu, siempre prestos al enredo. Y ya no solo por su presentación. En el instante en el que escribo, una Secretaria de Estado —Ione Belarra, fiel escudera del vicepresidente Iglesias— sigue sin haber pedido disculpas a la ministra Margarita Robles por haberle llamado “favorita de los poderes que quieren que gobierne Vox”. Esto promete.

El botellón de Pedro Jota

Hay que reconocer que las disculpas del ministro Salvador Illa han ido más allá del formulismo y que sonaban absolutamente sinceras. No me queda la menor duda de que se siente afligido y avergonzado de verdad. Sin embargo, su encomiable acto de contrición no borra de un plumazo la gravedad de su comportamiento. Es del todo indefendible que, en lo más crudo de la segunda ola de la pandemia, el titular de la cartera de Sanidad se deje camelar para participar en una fiestaza con 150 personas o, en este caso, personajes. Por lo demás, si analizan los pequeños detalles, cuando en la parte más infantil de su discurso, Illa pretendió quitarle una gota de hierro a su patinazo aclarando que no se había quedado a la cena, acabó señalando a todos los que sí lo habían hecho.

De esos, el resto de los selectos convidados al botellón de alta alcurnia organizado por Pedro Jota, todavía estamos esperando algo parecido a una explicación. Hasta la fecha, y salvo algún farfulleo autojustificativo amén de falso (“Todo era legal”), solo hemos asistido a un espeso silencio que retrata perfectamente a los ínclitos Robles, Casado, Arrimadas, Dolores Delgado y demás chufleros con pedigrí. Es una indecencia sin matices irse de mambo cuando a la currita y al currito de a pie se les prohíbe poner flores a sus difuntos.

Los GAL y la hipocresía

Mucho ladrido descontrolado en el Congreso de los Diputados, pero cuando salen a subasta las grandes cuestiones de estado (sí, con minúscula; el nuestro no merece más), impera el orden y se dejan notar las sociedades de auxilios mutuos. Qué foto tan triste como nada sorprendente, la de Vox y PP, presuntos malísimos de la temporada actual de esta tragicomedia, ayudando al PSOE a que no saliera adelante una comisión de investigación sobre las conexiones (ejem, ejem) entre Felipe González y los GAL.

Para llorar un río, ver a Margarita Robles, que un día se las tuvo tiesas con el hoy miembro de mil consejos de administración, pidiendo pelillos a la mar porque no hay que reabrir heridas. Incalificable, aunque del todo entendible por la catadura escasamente moral del personaje, que Sánchez se adorne desde su escaño azul en la defensa del legado del señalado como instigador y alimentador de una banda de mercenarios que practicó la guerra sucia. Pero en el conjunto de lo que anoto está el retrato a escala de la nauseabunda hipocresía que ha rodeado a los pistoleros a sueldo de las cloacas del estado. Lo demoledor es que, pese a que se elevó algún mentón fingiendo escándalo, a buena parte de la clase política y de la sociedad española jamás les pareció mal del todo esa siniestra forma de combatir a ETA.

‘No’ es… abstención

Enorme estreno ante las alcachofas de la recién investida (la que lo sigue lo consigue) portavoz del ¿neo? PSOE en el Congreso de los Diputados, Margarita Robles. Para que digan del defenestrado e indultado Antonio Hernando, en la misma mañana, la jueza a tiempo parcial dijo tres cosas diferentes sobre la postura de su grupo respecto al traído y llevado CETA. Primero, que no, porque el tratado es súper-mega-maxi de derechas y, como es sabido, su partido ahora es la vanguardia obrera rediviva. Luego, que ya se vería, que tampoco había tanta prisa y no era cuestión baladí, blablablá. Y por fin, tras recibir el guasap correspondiente del re-ungido Secretario general, que bueno, que igual, a lo mejor ya si eso, se decantarían por la abstención.

¡Sí, por la abstención! Hasta el menos sutil olió la ironía. Tanto dar la brasa con el NoEsNo, para salir por esa petenera. Porque aquí, idiotas, los justos. A todos, empezando por Iglesias Turrión, nos da el cacumen para notar que, a efectos prácticos, la abstención asegura que se apruebe el convenio con Canadá. Como con la plurinacionalidad monosoberana y la alianza materialmente imposible con Podemos y Ciudadanos para echar a Rajoy, Pedro Sánchez juega triple en la quiniela. Y es verdad que, como sabemos por experiencias recientes y cercanas, la política permite ir a setas y a Rolex o frenar y acelerar al mismo tiempo, pero si te recreas en la suerte, el sopapo es inevitable. Diría uno que los que le dieron su voto en las primarias creyendo sinceramente que por fin iba a tomar las riendas con la mano izquierda tienen que andar un tanto perplejos. O quizá no.