Gobierno de coalición en crisis

Leo por enésima vez que la bronca entre los socios de gobierno en España no da más de sí. Esta, y no las otras mil anteriores, es la remadrísima de todas las batallas. Están a un tris de la ruptura. Tanto, que se ha convocado la comisión de crisis del pacto y en el congreso de Comisiones Obreras, Yolanda Díaz ha sido recibida al grito de “¡Presidenta, presidenta!”. Ella, claro, se ha sentido obligada y ha proclamado que a Marx (¿Karl o Groucho?) pone por testigo de que la reforma laboral de Rajoy se va a derogar, diga la diga la neoliberalota esa de Calviño. Creo que ni merece la pena recordar que la promesa lleva diez reediciones y año y pico de retraso. Y menos mal, porque si no es por los ERTE contemplados en esa malvada legislación, a ver cómo narices se había bandeado el tantarantán de la pandemia.

Y luego está lo de Batet haciendo lo que tenía que hacer porque será muy majo el diputado Rodríguez, pero quién le manda liarse a patadas con un uniformado. Hasta el que reparte los refrescos sabe que si el Supremo hubiera condenado a uno de Vox, todos estaríamos gritando con los ojos fuera de las órbitas que debía abandonar la casa de la soberanía popular. Concluyendo, que menos fingirse víctima de traiciones sin cuento. O dicho en plata, que ya está bien de tanta deslealtad. Si verdaderamente Unidas Podemos siente que está siendo objeto de ultrajes intolerables, la directa es romper el acuerdo con el PSOE de una pajolera vez y asumir el riesgo de retratarse frente a las urnas, donde amén de su propia hostia, quizá propiciaría un gobierno del PP con Vox. ¿Hay los bemoles suficientes para jugársela así? Pues háganlo o dejen de jorobar la marrana.

Podemos, nueva etapa

Del relevo en Podemos llama la atención casi más el cómo que el qué. Y no hablo exactamente de los nombres ni del modo en que se han escogido, sino de la sordina aplicada al momento final del proceso. Se puede decir que coincidía con Colón, pero también lo hacía con las primarias en el PSOE andaluz, que sin ser una filfa, objetivamente era un acontecimiento informativo de menor relieve que Vistalegre IV. Cabe atribuirlo a una cierta desidia de quienes deciden la agenda de actualidad o, siendo peor pensado, al intento de dar por amortizado al partido morado. Por alguna razón, que no digo yo que esté falta de lógica, se está instalando la idea de que sin el hiperliderazgo casi mesiánico de Pablo Iglesias, la formación está condenada a una agonía similar a la que acabó con la UPyD de Rosa de Sodupe o, por buscar un ejemplo más cercano y literalmente sangrante, con la impúdica descomposición de Ciudadanos a la vista de todo el mundo. Creo, sin embargo, que en el caso que nos ocupa, la resistencia a irse por el desagüe político puede ser mayor. Seguramente, en un plazo corto Podemos no revalidará los espectaculares resultados electorales que ha acreditado. Los votantes entusiastas de la novedad volverán a la abstención, al PSOE o, en el caso de Euskal Herria, a EH Bildu. Pero intuyo que muchos quieren seguir apostando por una fuerza que para ellos no es de sustitución sino la que entienden que les representa. El reto de la nueva dirección bicéfala es responder a esa demanda y demostrar con hechos que se merece la confianza de esa base real. Si no lo consigue, quedará un tripartidismo con dos derechas dispuestas siempre a sumar.

Podemos es la oposición

Es un hecho constatado cien veces que la triderecha PP-Vox-Ciudadanos no le hace ni cosquillas a Pedro Sánchez. Al contrario, cada vez que montan el número en el Congreso juntos o por separado, lo único que consiguen, además de hacer un ridículo sideral y provocar vergüenza ajena por arrobas, es engrandecer al inquilino de Moncloa. Ahí y así me las den todas, pensará el presidente que tiene como objetivo único seguir siendo lo que es a la mañana siguiente.

La torpeza del tridente diestro no es su problema. Su motivo de preocupación viene —¡oh, paradoja!— de su socio en los bancos azules. Ahora mismo la única y verdadera oposición de Sánchez está en su propio gobierno. Y qué oposición, oigan, que no se queda en zancadillas corrientes de las que se esperan en cualquier ejecutivo compartido, sino que llega a las puñaladas por la espalda con charrasca de nueve pulgadas, como acabamos de ver con la autoenmienda de Podemos a los presupuestos en compañía de ERC y Bildu, siempre prestos al enredo. Y ya no solo por su presentación. En el instante en el que escribo, una Secretaria de Estado —Ione Belarra, fiel escudera del vicepresidente Iglesias— sigue sin haber pedido disculpas a la ministra Margarita Robles por haberle llamado “favorita de los poderes que quieren que gobierne Vox”. Esto promete.