Derecho o ideología

Si tienen medio rato tonto, les propongo un ejercicio divertido e ilustrativo. Se trata de buscar en esas redes de Belcebú y/o en los medios de comunicación de distinta obediencia opiniones de juristas del recopón (incluidos jueces en ejercicio) sobre el caso del ya exdiputado Alberto Rodríguez. Les costará poco comprender cómo en función del pie político del que cojee el espolvoreador de la teoría, con el simpático Rodríguez se ha cumplido a rajatabla lo que contempla el estado de Derecho o se ha cometido una tropelía de cien pares de narices. Y cada experta o experto lo argumenta de modo irrefutable, acogiéndose a un congo de principios jurídicos de la recaraba y acusando a los que sostienen lo contrario, según los casos, de rojos desorejados enemigos del sistema o de fachas irredentos que actúan por odio.

¿Y qué cabe pensar a los infelices con conocimientos jurídicos de andar en pantuflas? Nada. Basta con alinearse con los sabios que defiendan aquello que coincide con las filias y fobias propias. A quien el de las rastas le parezca, como leí ayer a un exabruptador diestro, un vendedor de pulseras de playa con querencia a patear rodillas de policías, concluirá que la pérdida del escaño es poco. Si, por el contrario, derrota por babor, tendrá la certeza de que estamos ante una versión corregida y aumentada del Caso Dreyfus.

Luego estamos los pardillos que tendemos a no comulgar con ruedas ni del molino de arriba ni del molino de abajo. En estado de permanente perplejidad y con sentimiento inenarrable de inferioridad moral, nos preguntamos por qué le llaman Derecho cuando quieren decir ideología.

Gobierno de coalición en crisis

Leo por enésima vez que la bronca entre los socios de gobierno en España no da más de sí. Esta, y no las otras mil anteriores, es la remadrísima de todas las batallas. Están a un tris de la ruptura. Tanto, que se ha convocado la comisión de crisis del pacto y en el congreso de Comisiones Obreras, Yolanda Díaz ha sido recibida al grito de “¡Presidenta, presidenta!”. Ella, claro, se ha sentido obligada y ha proclamado que a Marx (¿Karl o Groucho?) pone por testigo de que la reforma laboral de Rajoy se va a derogar, diga la diga la neoliberalota esa de Calviño. Creo que ni merece la pena recordar que la promesa lleva diez reediciones y año y pico de retraso. Y menos mal, porque si no es por los ERTE contemplados en esa malvada legislación, a ver cómo narices se había bandeado el tantarantán de la pandemia.

Y luego está lo de Batet haciendo lo que tenía que hacer porque será muy majo el diputado Rodríguez, pero quién le manda liarse a patadas con un uniformado. Hasta el que reparte los refrescos sabe que si el Supremo hubiera condenado a uno de Vox, todos estaríamos gritando con los ojos fuera de las órbitas que debía abandonar la casa de la soberanía popular. Concluyendo, que menos fingirse víctima de traiciones sin cuento. O dicho en plata, que ya está bien de tanta deslealtad. Si verdaderamente Unidas Podemos siente que está siendo objeto de ultrajes intolerables, la directa es romper el acuerdo con el PSOE de una pajolera vez y asumir el riesgo de retratarse frente a las urnas, donde amén de su propia hostia, quizá propiciaría un gobierno del PP con Vox. ¿Hay los bemoles suficientes para jugársela así? Pues háganlo o dejen de jorobar la marrana.

El gesto

Hace unos días, les lloraba aquí mismo las penas de Murcia, o sea, las de la Carrera de San Jerónimo, por los deplorables espectáculos que nos depara, con creciente frecuencia e intensidad, el Congreso de los Diputados de Madrid. O las Cortes, incluyendo esa peculiar cámara que es el Senado, donde lo mismo sestean los viejos elefantes que tratan de hacer su trabajo contra los elementos varios entusiastas de la política que todavía se lo creen. Era el mío un llanto a beneficio de inventario, casi una pataleta impotente, al ver cómo los supuestos representantes de la soberanía popular se han entregado a una competición ya decididamente alocada por hacer el mayor ruido posible para tapar su incapacidad —¿O será su falta de voluntad?— de encontrar soluciones a los problemas de la ciudadanía que los ha colocado ahí.

Por supuesto, la descarga no era de aplicación a la totalidad de los ocupantes de escaño. Ya dejaba caer que había algunos que clamaban en el desierto contra esa impostura desbocada y pedían un cambio de actitud a sus compañeros. Añado aquí y con doble subrayado entre los dignos titulares de acta de diputado al representante canario de Unidos Podemos, Alberto Rodríguez, que en esa misma bronca sesión de la que les hablaba el otro día, tuvo la gallardía de dedicarle unas emotivas palabras a su adversario del PP, Alfonso Candón, que se despedía de la cámara. “Nunca pensé que diría esto en el Congreso, y menos a alguien del Partido Popular. Le vamos a echar de menos. Es usted una buena persona y le pone calidez humana a este sitio”, dijo Rodríguez desde el atril. Un gesto que merece un enorme aplauso.