Vox toca pelo gubernamental

La misma noche electoral, Santiago Abascal le dijo entre risotadas al cabeza de lista de Vox, Juan García-Gallardo, que se le estaba poniendo cara de vicepresidente. El tiempo (el poquito tiempo; ni un mes, en realidad) le ha acabado dando la razón al caudillín de Amurrio. Su sucursal castellano-leonesa pilla de una tacada esa vicepresidencia, tres consejerías y, de propina, la presidencia de la Asamblea. Da entre pena y risa recordar al políticamente difunto Pablo Casado jurando que no les iba a caer esa breva a los ultramontanos. El plan inicial era que Vox entregara sus votos gratis et amore o repetir las elecciones. Lo despiporrante es que el líder del PP en el terruño y aspirante a la reelección como presidente se mostró todavía más tajante. Por encima de su cadáver iba a compartir Mañueco gobierno con los abascálidos. Ya ven lo poco que dura un “no es no” en la política española.

Y ya ven de paso cuál ha sido la primera decisión importante del virtual (pero ya en ejercicio) presidente del PP, el muy moderado Alberto Núñez Feijóo. Si a alguien le sorprende, que se empolle un poco más al personaje. Si algo es el gallego (además de gallego), es un fuera de serie en materia de cabalgar contradicciones. Esta no le va a pasar factura. Primero, porque se va a olvidar echando leches. Segundo y más importante, porque a los votantes de a pie del PP no les incomoda en absoluto compartir gabinete con Vox. Al contrario, lo ven como el reencuentro de miembros de la misma familia que se habían distanciado un tanto. Si lo piensan, lo cierto es que Vox ya había gobernado en Castilla y León: cuando todavía formaba parte del PP.

Una cuestión muy resbaladiza

La Ertzaintza tiene la convicción de que la mujer que denunció haber sido víctima de una agresión a manos de cuatro jóvenes en Gasteiz el pasado 24 de octubre se lo ha inventado todo. De hecho, el Departamento de Interior ha interpuesto una denuncia contra ella por haber incurrido en una simulación de delito, algo que está gravemente penado. Antes de que se sulfuren, antes de que se rasguen las vestiduras por la enésima tropelía del heteropatriarcado institucional respirando a pleno pulmón, les aportaré un par de detalles. Uno, la denunciante, de nombre Begoña, fue militante de Vox. Dos, los señalados como agresores son “cuatro magrebíes”. ¿A que cambia el cuento? Y tanto. Sin necesidad de conocer más datos, ya sabemos (yo, por lo menos, albergo pocas dudas) que se trata de un montaje intolerable motivado por el odio y con fines rastreramente politiqueros.

Lo tremendo, si lo piensan, es que se tengan que dar esas circunstancias tan concretas para que lo veamos así de claro. Y que nos atrevamos a señalarlo sin temor a pasar por cómplices o desalmados justificadores de la violencia contra las mujeres. ¿En qué lugar quedan las consignas facilonas en este caso puntual? Decir que llueve no es manifestarse partidario de la lluvia. Solamente es constatar un hecho. Por eso me quedo con lo que ha dicho la consejera Beatriz Artolazabal. Si todos los escalofriantes y contundentes indicios de falsedad se confirman, las mayores perjudicadas serán las auténticas víctimas. Ojalá fuéramos capaces de ver la aplastante obviedad de la declaración más allá de las siglas, las filias, las fobias y los intereses.

Negociaciones presupuestarias

El otoño es tiempo de setas, castañas y negociaciones presupuestarias. En cuanto a los de la demarcación autonómica, son habas contadas. La mayoría absoluta de la coalición de gobierno asegura la aprobación. Otra cosa es que siempre sea deseable sumar alguna sigla más al respaldo. ¿La de Elkarrekin Podemos? En el último ejercicio, los rojimorados se borraron del acuerdo. Vox y ese camarote de los Hermanos Marx que a la hora de escribir esta columna todavía se llama PP-Ciudadanos están descartados de saque. Mucho más todavía EH Bildu, que diría no, no y requeteno a lo que sea que le pongan delante. Por neoliberal, por austericida y hasta por españolazo, aunque luego los seis votos soberanistas vayan a estar en primer tiempo de saludo y a cambio de unas migajas para sacar adelante las cuentas del gran capitán Sánchez en el parlamento de la odiada metrópoli.

De acuerdo, quizá me adelanto a los acontecimientos y nos encontremos con una sorpresa. Me cuesta, sin embargo, imaginar la negativa de la autotitulada izquierda transformadora vasca. Y si les soy franco, tampoco soy capaz de componer un escenario en el que el PNV ponga proa. Algo me dice que habrá puñetazos en la mesa y amagos de ruptura, pero al final caerá el pacto por su propio peso. Quizá a cambio de una de las promesas recalentadas e incumplidas de la vez anterior, como el IMV, cuarto y mitad del TAV y un par o tres de novedades. La gran baza de Sánchez es que sus hasta ahora socios externos, los que le procuraron la investidura, no van a cargarse la baraja para dar vía libre a un cada vez más posible gobierno del PP con el apoyo, aunque sea fingiendo asco, de Vox.

Otra vez el Constitucional

Si no encerrara decenas de miles de dramas, resultaría una historia chusca, a la altura del partido y la institución judicial que la han protagonizado. En marzo de 2020, Vox exigió la suspensión de la agenda del Congreso “hasta que las autoridades sanitarias certifiquen que se ha recuperado el control y no haya riesgo para la salud”. Y los abascálidos no se quedaron ahí. Dado que uno de los primeros diputados en contagiarse fue Javier García Smith, alias Geyperman, sus 51 compañeros se ausentaron del hemiciclo y provocaron la suspensión de un pleno. En las audiotecas consta el cabreo de la todavía por entonces vocinglera mayor del PP, Cayetana Álvarez de Toledo. “El Congreso no se pone en cuarentena. Eso es inaceptable e inasumible. Los parlamentos no se cierran ni en una guerra”, proclamó la hoy outsider genovesa, afeando la actitud sus aliados requetediestros. Andando el tiempo, y una vez reducida hasta lo sanitariamente razonable la agenda de las Cortes, a Vox se le inflamó la vena y se plantó en el Tribunal Constitucional a presentar recurso de amparo contra el cierre… que nunca fue total.

Como saben, lo penúltimo es que la altísima magistratura ha tumbado esa clausura que no lo fue por seis votos a cuatro. Un togado conservador —qué raro, ¿verdad?— cambió a última hora de opinión y deshizo el empate. El argumento es que el Congreso impidió el desempeño de las funciones de los diputados, cuando debió hacerlas compatibles con las medidas para frenar la pandemia. Otra vez muletazos de adorno a toro pasado. Ya puestos, la parte carca del Constitucional debería fallar contra el propio órgano porque también suspendió su actividad.

Negacionistas contra Losantos

No sé si se han enterado de la última bronca al fondo a la requetederecha. Es una de esas barrilas que, amén de resultar de lo más entretenidas para quienes las contemplamos con palomitas desde la platea, contienen un retrato fidelísimo de sus protagonistas. Hablamos, en este caso, nada menos que del gran latigador diestro Federico Jiménez Losantos y del caudillín ultramontano Santiago Abascal Conde. ¿En qué pueden haber chocado los dos grandes arietes contra el socialcomunismo separatista? Pues, donde menos se espera: en las vacunas.

Ocurre que, contra lo que pueda indicarnos la intuición, el incendiario radiopredicador turolense es un firme defensor de la inmunización. De hecho, tiene la costumbre de preguntar a sus invitados en estudio si ya ha recibido la pauta completa. Así lo hizo también el otro día con el baranda de Vox, que después de tragar saliva, respondió que esas eran cuestiones personales que no debía revelar. Eso le valió al de Amurrio un chorreo del nueve largo por parte de sus anfitrión, que estuvo a un tris de expulsarlo del estudio. La carambola fue, al otro lado de las ondas, la rebelión de los magufos negacionistas que cada día sintonizan el programa del individuo. Sintiéndose heridos en lo más íntimo por su gurú mediático de cabecera, corrieron a las redes a declarar su resentimiento y a acordarse de toda la parentela del traidor. Como respuesta, Losantos tildó a sus atacantes de “extremistas descerebrados”, “cuatro nazis en paro” y “ultracarcas bebedores de lejía”. A la hora de escribir estas líneas, la gresca sigue. Como en el chiste. ¡Que las lentejas se pegan! ¡Déjalas, a ver si se matan!

Lo que va de Maixabel a Parot

Una de esas coincidencias con un toque revelador. El mismo día en que se estrenaba Maixabel en el Zinemaldia, Arrasate se convertía en epicentro de intolerancias y aprovechamientos ventajistas. Iba a escribir “de diverso signo”, pero al final, el signo es prácticamente el mismo, uno que necesita perentoriamente a su contraparte, de la que se retroalimenta en bucle. Cuántas veces habré anotado aquí que los extremos se magrean impúdicamente. Qué pena, en todo caso, comprobar que la lección que nos enseña la película basada en las tremendas vivencias de quien es mucho más que la viuda de una víctima ETA siga sin entrar en tantas molleras.

El balance de la jornada fue el previsto. Abascal y los suyos obtuvieron aquello a por lo que habían venido, unos gramos de notoriedad. Más valiosa, claro, si se acompañaba de unas gotas de sangre, siempre tan fotogénica en las portadas. Con menos épica, también le cayeron al PP unas migajas de esa atención que no rasca en las urnas. Y de los otros, qué les voy a decir que no sepamos a estas alturas. Porque ese es justo el problemón: que sabemos, pero que muchos se hacen los idiotas y otros pretenden tomarnos por tales a los demás. Da igual bajo qué fórmula, la de la primera convocatoria o la de la segunda, era un clamor atronador el objeto de la vaina. Ahí está cierto juglar que atribuyó la condición de gudari al tipo cuya prisión ilegalmente prolongada —yo eso no lo voy a negar— había sido la coartada para el acto en cuestión. ¿Para denunciar la injusta política penitenciaria es necesario tomar como bandera al asesino de 39 personas? Es una pregunta retórica.

Extremo-centro a bofetadas

Toca hacer acopio de palomitas. Las dos formaciones supervivientes del extremocentro español vuelven a estar a guantazo limpio. O sucio, mejor dicho, porque, siguiendo las costumbres y las idiosincrasias de los contendientes, predominan los golpes bajos. ¿Y van en serio? Reconozco que no sé qué decirles. Desde luego, la agresividad de los recados y el grosor de las amenazas parecen estar varias corcheas por encima de lo visto y oído en las diez o doce veces anteriores. De igual modo, también es mayor el nivel de alarma de la diestra mediática, que se desgañita llamando al orden a los pendencieros. Con lo que había costado coger la ola buena para desalojar a Sánchez, volvemos al cuerpo a tierra, que llegan los nuestros, viene a ser la moralina de editorialistas y columneros. No tengo el menor empacho en confesar que yo asisto al espectáculo con total despreocupación y, desde luego, con bastante curiosidad por ver si llega la sangre al río, aunque sean unas gotitas. ¿Tendrá Vox lo que hay que tener para dejar al PP colgado de la brocha en Andalucía, Murcia, Castilla y León, Madrid comunidad y Madrid capital? Me gustaría equivocarme, pero me da que ahí se va a parar el caballo encabritado de los abascálidos, que como siempre, solo buscan focos para sus cabriolas y sus exabruptos. El Cid de Amurrio está encantado de haber sido nombrado persona non grata en Ceuta, y mucho más, si tal baldón le cae a propuesta de una formación tildada de proislamista y promarroquí. Más madera, y de la que arde bien, para su hoguera victimista. Eso son votos contantes y sonantes en la plaza norteafricana y más arriba. Se lo ponen a huevo.