Intolerable acoso por ser del PP

Ander García Oñate tiene 22 años, vive en Gasteiz y es del PP. La cuestión no debería tener nada de particular, ¿verdad? Deberíamos poder cambiar el nombre, la edad, la ciudad de residencia y la militancia y no tendría que haber el menor motivo para dedicarle una línea en los medios. O no, desde luego, los motivos que sí hay para que Ander sea noticia. Por sexta vez desde 2019, el joven ha tenido que personarse en la Ertzaintza para presentar una denuncia por el acoso sistemático que sufre. En este caso, fue abordado por unos matoncetes en una discoteca de la capital alavesa. Lo obligaron a abandonar el local y lo persiguieron al grito de “¡Pepero de mierda!”.

Unos meses antes, había tenido que salir a escape de otro bar, después de que un tipo le vaciara la bebida en el rostro mientras profería gritos semejantes. No mucho después, una individua se le encaró en otro garito y le espetó a voces que era un facha, un pijo y un hijo de puta. La agresora reconoció ante la Ertzaintza que actuó por motivos ideológicos. Unas semanas más tarde, la energúmena repitió la hazaña, que se suma a una lista de acosos que incluye el envío de mensajes amenazantes por guasap y el empotramiento de su coche contra una señal de tráfico.

Después de haber perdido a su pareja porque ya no aguantaba el brutal hostigamiento, ahora Ander se plantea abandonar Euskadi. Resulta tremendo contarles algo así a estas alturas del calendario. Pero todavía es peor que no nos hayamos librado de estos comportamientos miserables. No solo porque hay quien los practica sino porque son todavía demasiados los que los justifican.

De Martín Villa a Mikel Antza

Verdad, reparación y justicia. Bueno, depende de para quién. La tan cacareada memoria es nauseabundamente selectiva. No hay que olvidar los crímenes de hace cuarenta y pico años con la firma en la sombra del siniestro Martín Villa. Sin embargo, es un oprobio del copón querer saber si Mikel Albisu, jefe de ETA en la época más sanguinaria de la banda, tuvo algo que ver con el asesinato de Gregorio Ordóñez. Y no lo dicen cuatro mendrugos fanatizados, sino ciento y pico escritores y editores frente a los que hay que guardar un silencio sepulcral salvo que se pretenda pasar por enemigo del pueblo y de la paz. Pues lo siento, pero no me veo en condiciones de callar ante la reivindicación de un tipo, el tal Antza, que tiene acreditada la autoría (como poco) intelectual de decenas de muertes. ¿O es que los comandos a su cargo actuaban por libre?

Miren que estoy curado de espantos, cobardías e indiferencias chulescas, pero jamás habría esperado que parte de la crema y la nata de nuestra intelectualidad saliera en tromba a glosar el buen nombre de un tipo con un historial alicatado hasta el techo de conculcaciones de Derechos Humanos. Claro que, más allá de la brutal decepción e incomprensión al ver ciertas firmas en el escrito laudatorio y exculpatorio de Albisu, mi pasmo y mi impotencia son todavía mayores al comprobar la mirada general hacia otro lado ante un comportamiento tan indigno. Y vuelvo al arriba citado Martín Villa como término de comparación. No es difícil imaginar qué estaríamos diciendo si ciento y pico creadores españoles de relumbrón firmaran un manifiesto en su apoyo. ¿A que no?

Lo que va de Maixabel a Parot

Una de esas coincidencias con un toque revelador. El mismo día en que se estrenaba Maixabel en el Zinemaldia, Arrasate se convertía en epicentro de intolerancias y aprovechamientos ventajistas. Iba a escribir “de diverso signo”, pero al final, el signo es prácticamente el mismo, uno que necesita perentoriamente a su contraparte, de la que se retroalimenta en bucle. Cuántas veces habré anotado aquí que los extremos se magrean impúdicamente. Qué pena, en todo caso, comprobar que la lección que nos enseña la película basada en las tremendas vivencias de quien es mucho más que la viuda de una víctima ETA siga sin entrar en tantas molleras.

El balance de la jornada fue el previsto. Abascal y los suyos obtuvieron aquello a por lo que habían venido, unos gramos de notoriedad. Más valiosa, claro, si se acompañaba de unas gotas de sangre, siempre tan fotogénica en las portadas. Con menos épica, también le cayeron al PP unas migajas de esa atención que no rasca en las urnas. Y de los otros, qué les voy a decir que no sepamos a estas alturas. Porque ese es justo el problemón: que sabemos, pero que muchos se hacen los idiotas y otros pretenden tomarnos por tales a los demás. Da igual bajo qué fórmula, la de la primera convocatoria o la de la segunda, era un clamor atronador el objeto de la vaina. Ahí está cierto juglar que atribuyó la condición de gudari al tipo cuya prisión ilegalmente prolongada —yo eso no lo voy a negar— había sido la coartada para el acto en cuestión. ¿Para denunciar la injusta política penitenciaria es necesario tomar como bandera al asesino de 39 personas? Es una pregunta retórica.

En el nombre de Alá

Un profesor de secundaria es degollado en París por haber enseñado a sus alumnos unas caricaturas de Mahoma cuando impartía una asignatura llamada Libertad de expresión. Un completo horror sin lugar a los matices, ¿no creen? Pues se equivocan. Es verdad que en el primer bote las reacciones fueron de espanto entreverado de esa tonta incredulidad que todavía nos producen las cosas que no son en absoluto excepcionales; como si hubiera algo de sorprendente en la enésima atrocidad cometida en nombre de Alá. Sin embargo, muy pronto al lado de los silencios atronadores de rigor, empezaron a brotar los peroesques.

Y así, los dueños de la moral verdadera fueron formando fila para sermonearnos. No les parecía bien del todo cortarle la cabeza a alguien, “pero es que” ese alguien había ofendido los sentimientos profundos de toda una comunidad. O, en una versión un grado más repugnante, el maestro asesinado se había extralimitado en sus funciones docentes y, en consecuencia, se había buscado su trágico final. Lo tremebundo es que tales comentarios vomitivos llevaban la firma de los habituales y muy contumaces detectores infalibles de amenazas contra la libertad. Ni se huelen los muy cretinos (o sea, no quieren hacerlo) que no hay amenaza mayor que la que supone el islamismo radical al que tantas loas componen.