Negociaciones presupuestarias

El otoño es tiempo de setas, castañas y negociaciones presupuestarias. En cuanto a los de la demarcación autonómica, son habas contadas. La mayoría absoluta de la coalición de gobierno asegura la aprobación. Otra cosa es que siempre sea deseable sumar alguna sigla más al respaldo. ¿La de Elkarrekin Podemos? En el último ejercicio, los rojimorados se borraron del acuerdo. Vox y ese camarote de los Hermanos Marx que a la hora de escribir esta columna todavía se llama PP-Ciudadanos están descartados de saque. Mucho más todavía EH Bildu, que diría no, no y requeteno a lo que sea que le pongan delante. Por neoliberal, por austericida y hasta por españolazo, aunque luego los seis votos soberanistas vayan a estar en primer tiempo de saludo y a cambio de unas migajas para sacar adelante las cuentas del gran capitán Sánchez en el parlamento de la odiada metrópoli.

De acuerdo, quizá me adelanto a los acontecimientos y nos encontremos con una sorpresa. Me cuesta, sin embargo, imaginar la negativa de la autotitulada izquierda transformadora vasca. Y si les soy franco, tampoco soy capaz de componer un escenario en el que el PNV ponga proa. Algo me dice que habrá puñetazos en la mesa y amagos de ruptura, pero al final caerá el pacto por su propio peso. Quizá a cambio de una de las promesas recalentadas e incumplidas de la vez anterior, como el IMV, cuarto y mitad del TAV y un par o tres de novedades. La gran baza de Sánchez es que sus hasta ahora socios externos, los que le procuraron la investidura, no van a cargarse la baraja para dar vía libre a un cada vez más posible gobierno del PP con el apoyo, aunque sea fingiendo asco, de Vox.

De momento, solo un acuerdo

Venimos de tal páramo en materia de consensos en la demarcación autonómica, que hemos celebrado el acuerdo de PNV y PSE con Elkarrekin Podemos para la ley antipandemias como si se hubiera ganado la Champions League. Y no seré yo el que enfríe la algarabía, porque, efectivamente, menos es nada y se trata de una buena noticia, pero tampoco veo motivos para sacar las serpentinas y montar la conga de Jalisco. Mucho menos, para meternos en ensoñaciones sobre la cantidad de pactos entre los partidos de gobierno y los rojimorados que se otean en el horizonte. Ya dijo ayer Miren Gorrotxategi en la radio pública que esto no es el principio de ningún matrimonio. De hecho, si vamos a los fundamentos que han permitido el apoyo de su formación a esta ley en concreto, nos sobran motivos para disimular una sonrisa cínica. Manda muchos bemoles que su firma haya sido a cambio de ser condescendientes con los insolidarios incumplidores recalcitrantes de las normas. Eso nos indica la escasez —por no decir inexistencia— deargumentos para el rechazo. Pero, claro, quedaba mal, especialmente ante la parroquia propia, que pareciera que se aceptaba del punto a la cruz la propuesta de la pérfida mayoría de gobierno. Así que había que buscar un punto de fricción para luego dar la apariencia de que se había llevado a la otra parte al huerto. Démoslo por bueno si el resultado es que la foto de la aprobación vaya más allá de la mayoría absoluta aritmética. Al fin y al cabo, por parte de Elkarrekin Podemos es una demostración de altura de miras que ni está ni se espera en el grupo mayoritario de la oposición en el Parlamento vasco.

Nuestros negacionistas

La pandemia produce extraños compañeros de cama. Ni en mis más profundos delirios habría sido capaz de concebir que el negacionismo gamberro, egoísta y descerebrado se fuera a casar en segundas nupcias con el nacional-jatorrismo que nos llenó las calles de cascotes, incendios y cristales rotos. Pero los hechos repetitivos son tozudos y no dejan lugar a dudas. Mungia, Ondarroa, Donostia, Pasaia, y como corolario, mi propio pueblo, Santurtzi, donde unos botelloneros reincidentes de aluvión encontraron el auxilio de tipos con amplia bibliografía violenta acreditada para evitar que la por ellos motejada como zipaiada acabara con el festejo insalubre.

Una vez más, la anécdota es una categoría. Los campeones mundiales de cantarnos las mañanas con lo que hay que hacer para acabar con el virus se alían con sus propagadores más cerriles porque en realidad son tal para cual o, sin hacer precio de amigo, porque son los mismos. Su negocio consiste en que todo vaya lo peor posible, que ahí hay pesca segura. Lo que no se esperaba es que se sumara al jolgorio la coalición aquí llamada Elkarrekin Podemos, negándose a censurar el comportamiento incívico de los Euskal Kaietanoak (Copyright, Iñaki González) y señalando con su dedo acusador a la Ertzaintza. Cosas, supongo, de la lucha por la hegemonía de la oposición.

De la RGI al IMV

Celebro, no imaginan cuánto, que el Ingreso Mínimo Vital haya salido adelante en el Congreso de los Diputados sin votos en contra. Otra cosa es que sea capaz de reprimir la sonrisa boba al ver ciertos comportamientos.

Para empezar, la abstención del ultramonte abascálido —léase Vox—, después de haber vomitado sapos y culebras contra lo que bautizaron con su patrioterismo insolidario con olor a Abrótano Macho como la paguita. Tanto marcar paquete para luego no tener los bemoles de votar No. Qué decir, medio diapasón más abajo, del giro copernicano del PP. Otros que farfullaban que ya estaba bien de subvencionar vagos y maleantes y que, vaya usted a saber por qué milagro o cálculo electoral, han acabado dando su aval a lo que tachaban de martingala bolivariana. Los conversos a la cola, diría Don Manuel de Irujo.

Y eso vale también, en alguna medida, para los encantados de conocerse padres putativos de la idea, es decir, el PSOE en calidad de centrador del balón y Unidas Podemos como levantadora de brazos victoriosos. Cómo no carraspear, en todo caso, ante la evidencia de que la sucursal local morada, al igual que los ahora aplaudidores de EH Bildu, sigue tachando de mezquina la Renta de Garantía de Ingresos de Euskadi, que dobla holgadamente la cuantía del voluntarista remedo español. [Risas enlatadas]

Nada es imposible

Leo que Andoni Ortuzar no teme una alianza de EH Bildu, Elkarrekin Podemos y el PSE para desalojar al PNV de Ajuria Enea después del 5 de abril. Seguro que dispone de mejor información que un servidor, pero si el presidente del EBB tiene una memoria tan cabrita como la mía, recordará lo que ocurrió en 2009. Se lo refresco, en cualquier caso.

En los días previos a aquellos comicios que se iban a celebrar con la izquierda abertzale fuera de combate por ilegalización, se daba por hecho el advenimiento de un gobierno bipartito (tripartito, contando a la EA de entonces) con los socialistas vascos que en aquellas fechas lideraba Patxi López. La cosa se suponía tan masticada, que corrían por doquier los repartos de responsabilidades con precisión milimétrica. No solo estaban asignadas las carteras del gobierno, sino las principales entidades públicas. En EITB, que era donde yo trabajaba en aquella época, por ejemplo, corrió —sin que nadie la desmintiera— la especie de que el nuevo director general sería determinado socialista alavés. “Espero que te lleves bien con él”, me decían una y otra vez los conocedores del chauchau.

La solemne promesa de López de no pactar en ningún caso con el PP fue tomada por más de un ingenuo como la confirmación de que los rumores iban bien encaminados. Pero llegó el momento de contar los votos en esa inolvidable noche del 1 de marzo y ocurrió que los 25 escaños del PSE y los 13 de los populares de Antonio Basagoiti sumaban mayoría absoluta. Supongo que no es necesario que les cuente el resto porque lo tendrán grabado a fuego. En política y en la vida las cosas no pasan… hasta que pasan.

Dos dimisiones

Para que luego digamos que no dimite nadie. En solo cuatro días de esta semana, entre el lunes y ayer, se han echado a un lado los máximos responsables de dos de las cinco fuerzas con representación política en la demarcación autonómica. Iba a haber escrito que se han marchado por su propio pie, pero lo cierto es que no ha sido del todo así, especialmente en el primer caso. A Alfonso Alonso lo ha mandado a casa —o al puesto que le busquen— una coz genovesa de talla XXL.

En cuanto al ya exsecretario general de Podemos en Euskadi, Lander Martínez, parece que quienes le han enseñado la puerta han sido los propios inscritos de su partido o, afinando más, la perversa metodología de participación de los morados. Me he pasado todas las primarias advirtiendo de que por mucho que se sea el sector oficial y se controle el aparato, bastaría movilizar unas decenas de amigos aquí y allá para hacer saltar la banca. Y teniendo en cuenta que enfrente estaba el señor de Galapagar, fan hasta lo obsesivo de Juegos de Tronos, entraba dentro de lo razonable que triunfara su candidatura favorita.

La pregunta es cuánto y cómo van a influir estas dos bajas en los resultados del 5 de abril. Lo de Podemos intuyo que entre poco y nada, porque está comprobado que a sus posibles votantes les importa más la marca que las personas. Diría que la mayoría ni siquiera sabría ubicar a Miren Gorrotxategi. Otra cosa es el Alonsicidio. Si las perspectivas del defenestrado no eran muy halagüeñas, las de Carlos Iturgaiz, su sustituto en sepia, se antojan aun peores. Se decía ayer que la cosa se ponía interesante. Yo creo que solo más entretenida.

Un acuerdo posible

Sigo con atención moderadamente escéptica el baile presupuestario en la demarcación autonómica. Comprendo que a la mayoría de mis convecinos el asunto se la trae bastante al pairo, incluso aunque lo que esté en juego sea literalmente el mejor o peor destino de sus dineros. No lo apunto como reproche, sino como constatación. Me hago cargo de lo complicado que es para el común de los mortales entender los intríngulis de las cuentas públicas y no digamos ya los tiras y aflojas entre los gobiernos y los grupos de la oposición, que generalmente no pasan de imposturas demagógicas. Lo que ocurrió el año pasado en estos mismos lares es el ejemplo perfecto de lo que digo. Tanto marear la perdiz para acabar en una prórroga que, gracias a unos parches legislativos, no ha supuesto grandes quebrantos.

Eso fue con EH Bildu. En este caso, como saben, la fuerza aparentemente más proclive al acuerdo con el gobierno bipartito es Podemos. Ni siquiera Elkarrekin Podemos, pues los representantes de Ezker Anitza se han borrado de saque alegando no sé qué de unas líneas rojas. Merecerían una columna aparte los humos que gastan quienes, de haber concurrido en solitario a las elecciones, no se hubieran comido un colín y ahora van con el mentón enhiesto. Lo dejo para otra ocasión, pues apenas me quedan caracteres para señalar que sería muy digno de aplauso que los presupuestos de 2020 salieran adelante con el respaldo de tres partidos, a primera vista, tan diferentes. Si abrimos una gota el foco, y por mucho que nos repitan que no se deben mezclar negociaciones, el acuerdo sería coherente con el que se intenta conseguir en Madrid.