Apechugar con Sánchez

Lo de ayer en el Congreso de los Diputados fue (volvió a ser) enternecedor. Como ya venía radiotelegrafiado, decayeron las enmiendas a la totalidad del proyecto de presupuestos de Sánchez para 2022. Fue gracias a la llamada “mayoría de la investidura” que a estas alturas ya deberíamos llamar sin más y sin menos “mayoría que sostiene al gobierno de coalición”. Y que seguirá sosteniéndolo porque cuando hay que elegir entre susto o muerte, lo juicioso es decantarse por lo primero. A casi nadie se le escapa que si se cae el chiringo de coalición, hay algo más que serias posibilidades de que sea sustituido por otro liderado por el PP con el apoyo de Vox, da igual desde dentro que desde fuera. Por muy encabronado que esté Abascal con el palentino de los másteres de pega, tiene dicho cien veces que si se presenta la ocasión de expulsar a los socialcomunistas, como a él le gusta llamarlos, se pondría al lado de España. Ya imaginan lo que eso significa, ¿verdad?

Ese es el terreno de juego de la política hispanistaní actual. Por ello, da igual lo serios que aparenten ponerse PNV, EH Bildu y ERC. Las advertencias de no sabe usted con quién está pactando son seguramente comprensibles en la lógica actual, es decir, en la necesidad de escenificar, pero difícilmente trasladables a la práctica. Las amenazas de romper la baraja no son creíbles, incluso aunque vayan acompañadas de aspavientos. Lo tremendo es que el beneficiario de tal situación, el durmiente en Moncloa, no es un dechado de lealtad ni de cumplimiento de promesas. Hasta que se demuestre lo contrario, solo es el mal menor. Y hay que apechugar con él.

La enésima negociación

Vuelve la berrea presupuestaria. En este caso, para sacar adelante las cuentas españolas. Estamos atrapados en un bucle temporal. Esta va a ser la reedición milimétrica de la anterior negociación y, salvo sorpresa mayúscula, acabará con las cuentas aprobadas. Pero hasta el día de la votación definitiva, los participantes de la coreografía nos aburrirán con los amagos de ruptura, los puñetazos de pega en la mesa, los no sabe usted con quién se está jugando los cuartos y toda la palabrería de rigor. Que si altura de miras, que si mano tendida, que si líneas rojas, que si cheques en blanco, que si poner en el centro a las personas.

Por lo que nos toca más de cerca, siento ser tan directo, pero se trata de sacar lo más que podamos. “Hasta los higadillos”, escribí ya hace años, cuando al otro lado de la mesa de ping-pong estaba Mariano Rajoy. Por supuesto que buscamos el bien común, pero no nos hemos caído de ningún guindo. Lo ideal sería un toma y daca lleno de fair play y música de violín. Pero enfrente, como ocurre en el célebre pasaje de las uvas del Lazarillo, tenemos a alguien que pretende dárnosla con queso. Que ya nos la ha dado, de hecho. Así que, pardillismos, los justos. Será excelente que cuando se anuncie el sí se escuche el rugido doliente de la caverna mediática. Cuantos más decibelios lleve la llantina del ultramonte, mejor habrá sido el resultado. Y a ver si esta vez se consigue el pronto pago de las contrapartidas. Soy consciente, no lo oculto, de lo fácil que es pedirlo desde el burladero de una columna de opinión. Pero, leñe, no será recibo que dentro de un año nos veamos peleando otra vez por el IMV.

Negociar, sin más

Déjenme que ejerza de adivino. En lo sucesivo, cada vez que un portavoz de la autoproclamada izquierda soberanista tire del sobadísimo repertorio para despotricar del Tren de Alta Velocidad, alguien del PNV le recordará con media sonrisa que EH Bildu respaldó en el Congreso de los Diputados una inversión de una porrada de millones para el supuestamente malvado ingenio. Valdría también la vaina, por cierto, para los aquí aguerridos ecocínicos de Elkarrekin Podemos, cuyos mayores en Madriz han dado carta de naturaleza al mismo pastizal para el TAV, al no impuesto al diésel y, ya si nos ponemos, a las partidas destinadas a sufragar el caspuriento ejército español, la Corona borbonesa, el CNI, las cloacas de Interior y me llevo una.

“¡Igual que los de Sabin Etxea!”, estarán clamando ahora algunos de mis más biliosos odiadores. Y no diré lo contrario. Mencionaré tan solo que hasta la fecha no recuerdo a ninguno de los representantes jeltzales que han propiciado la aprobación de los presupuestos de diversos gobiernos españoles justificando sus votos en nombre de la futura república vasca o de la destrucción del régimen. Menudas risas, si Anasagasti, Erkoreka o el propio Esteban hubieran salido por semejante petenera en lugar de explicar lisa y llanamente que esto de la política va de negociar. Sin más.

(Des)encuentro en Moncloa

Modifiquemos el refranero. Días de nada, vísperas de menos. ¿Acaso alguien esperaba algo del pomposamente anunciado encuentro entre el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y su barbado antagonista, Pablo Casado? Como demasiado, la sonrisa forzada de la foto a la puerta de la Moncloa y unos titulares de aluvión para las parroquias respectivas. Cuentan los proclives al jefe del Ejecutivo que con el líder del PP es imposible el menor acuerdo porque se ha atrincherado en el no por el no y su único objetivo es ganarle a Vox en cerrilidad extremodiestra. Desde el otro lado el relato varía: fue Casado quien llegó con la propuesta de apoyarle durante dos años a cambio de una fruslería menor como romper con los independentistas y pegar un bandazo económico para volver al buen camino neoliberal.

Total, que el uno por el otro, los cromos sin cambiar. Ahí se va a quedar un rato más sin renovar el Consejo General del Poder Judicial. Y casi mejor, pensamos para nuestros adentros los militantes a la fuerza de lo malo conocido frente a lo peor por descubrir. La nave va, puede proclamar Sánchez, que en esta partida recién inaugurada aún va de mano. Con sus tres birlibirloques escasamente comprometidos y sus patadas a seguir en Catalunya, retiene los votos necesarios para ir sacando adelante la legislatura hasta que llegue el momento decisivo de los presupuestos. Tiempo ganado. Unas semanas, unos meses más en el preciado colchón. Para entonces, si Esquerra acaba sintiéndose burlada y vota en contra, al superviviente siempre le queda volver a hacer la ciaboga y aceptar en diferido la oferta que le hizo ayer Casado.

Ahora, a trabajar

Me van a perdonar que deje las albricias celebratorias para mejor ocasión. Y no es que se me tuerza el morro ante el resultado de esta tragicomedia con visos de thriller bufo que nos han endilgado los teóricos representantes de las varias soberanías populares. Sé perfectamente lo que es tener que apechugar con el mal menor. Pero ocurre, de entrada, que incluso con esa pátina final épica con barniz sentimentaloide, el culebrón se me ha hecho eterno. Innecesariamente eterno, añado. Porque no me digan que no encabrona pensar que podíamos haber llegado al mismo destino por un camino infinitamente más corto. ¿Digo al mismo? Me corrijo: a uno bastante mejor. Este acuerdo era posible en abril con más respaldo parlamentario… y con la mitad de ultracarpetovetónicos montando el cirio en el hemiciclo cada dos por tres.

Por lo demás, no es preciso tener memoria de mastodonte para recordar que solo hace dos meses, el ahora ya investido presidente con todas las de la ley se dedicaba a prometer con los ojos fuera de las órbitas que segaría la hierba bajo los pies de los que ahora han sido sus valedores decisivos. Llámenme descreído, pero los precedentes no invitan precisamente a confiar ni en la palabra ni en la firma de Pedro Sánchez. Otra cosa es que a la fuerza ahorquen y que, insisto, la alternativa cavernaria sea lo suficientemente realizable como para aceptar pulpo como animal de compañía y tirar millas hasta la próxima ciaboga del voluble personaje.

En todo caso, práctico como es el que suscribe, toca dejar de llorar por la leche derramada y fijar la vista en lo que está por venir. Lo difícil de verdad empieza ahora.

¿Por qué tanta prisa?

En esto de la investidura de nunca acabar andamos como en el truculento refrán castellano: ni cenamos ni se muere padre. O si prefieren un paralelismo más suave, como en el chiste del intermitente: ahora sí, ahora no. Basta repasar los titulares del último mes para comprobar la yenka inconsistente que nos han obligado a bailar. Tan pronto estaba todo a punto de caramelo como unos u otros negociadores, generalmente los de Esquerra, enfriaban las expectativas ante el exceso de entusiasmo de la contraparte socialista.

Por no remontarnos mucho más atrás, este lunes parecía que el pescado estaba vendido para que el trámite parlamentario se consumara el día 30. De hecho, la Mesa del Congreso habilitó el fin de semana y se difundió la especie de que todo quisque había despejado sus agendas. Ayer, sin embargo, tocó la de arena, so pretexto de que el escrito de la Abogacía del Estado sobre la inmunidad de Junqueras tras la decisión del TJUE no era la menudencia que nos habían vendido. A la hora de escribir estas líneas, seguimos esperando el texto, lo que hace pensar que la investidura tendrá que esperar a que nos comamos las uvas.

¿Es tan grave? En absoluto. Lo incomprensible es que, jugándose un capital tan valioso, se haya convertido en una suerte de tótem el hecho de que el gobierno deje de estar en funciones antes de fin de año o, rayando lo patético, antes de reyes, como si hubiera un momento en que la carroza fuera a transmutarse en calabaza. Sostengo con Aitor Esteban que lo fundamental es que haya disposición al acuerdo. Y puesto que parece que eso es así, no tiene la menor importancia esperar al 7 de enero.

Otra investidura

Pierde uno la cuenta de las veces que hemos estado en las mismas durante los últimos cuatro años. De nuevo, investidura a las puertas con las matemáticas abiertamente esquivas al candidato propuesto. Cabe como clavo ardiendo al que aferrarse en la presente reedición del psicodrama que en esta ocasión hay un acuerdo previo y se supone que sólido entre los dos partidos que hace seis meses estuvieron jugando al gato y al ratón. Si añadimos que entre la variada y rica miscelánea política que salió de las últimas urnas hay una amplia vocación de respaldar el gobierno del mal menor, el escenario pinta media migaja mejor.

Con todo, esa amalgama sigue sin ser suficiente. Los hechos tozudos vuelven a señalar a los soberanistas catalanes, y particularmente a ERC, como depositarios de la llave que abre el primer portón a Pedro Sánchez. Conoce uno el paño lo suficiente como para tener claro que lo que trasciende de las negociaciones entre los socialistas y los republicanos es puro humo para despistar o, sin más, alpiste que nos entretenga a los plumillas al tiempo que calme a los menos proclives de cada formación. Aun así, se diría que la disposición de ambas partes es grande y, fijándonos específicamente en Esquerra, que sus demandas son, no ya razonables, sino de mínimos. Si sumamos que los penúltimos movimientos desde Waterloo, para variar, no apuntan por dinamitar los endebles puentes, quizá haya motivo para la esperanza. Ojalá que al bocachancla Emiliano García-Page los reyes le dejen media docena de botes de vaselina, no para lo que él insinúa en su hedionda metáfora, sino para que se la tome con árnica y sifón.