Nada es imposible

Leo que Andoni Ortuzar no teme una alianza de EH Bildu, Elkarrekin Podemos y el PSE para desalojar al PNV de Ajuria Enea después del 5 de abril. Seguro que dispone de mejor información que un servidor, pero si el presidente del EBB tiene una memoria tan cabrita como la mía, recordará lo que ocurrió en 2009. Se lo refresco, en cualquier caso.

En los días previos a aquellos comicios que se iban a celebrar con la izquierda abertzale fuera de combate por ilegalización, se daba por hecho el advenimiento de un gobierno bipartito (tripartito, contando a la EA de entonces) con los socialistas vascos que en aquellas fechas lideraba Patxi López. La cosa se suponía tan masticada, que corrían por doquier los repartos de responsabilidades con precisión milimétrica. No solo estaban asignadas las carteras del gobierno, sino las principales entidades públicas. En EITB, que era donde yo trabajaba en aquella época, por ejemplo, corrió —sin que nadie la desmintiera— la especie de que el nuevo director general sería determinado socialista alavés. “Espero que te lleves bien con él”, me decían una y otra vez los conocedores del chauchau.

La solemne promesa de López de no pactar en ningún caso con el PP fue tomada por más de un ingenuo como la confirmación de que los rumores iban bien encaminados. Pero llegó el momento de contar los votos en esa inolvidable noche del 1 de marzo y ocurrió que los 25 escaños del PSE y los 13 de los populares de Antonio Basagoiti sumaban mayoría absoluta. Supongo que no es necesario que les cuente el resto porque lo tendrán grabado a fuego. En política y en la vida las cosas no pasan… hasta que pasan.

¿Quién protesta por Vitori?

(***) No es solo la sentencia del Procés o la de Altsasu. Hay mil y una injusticias cotidianas que hacen imposible creer que vivimos en algo parecido a un estado de derecho. Una de las más lacerantes es la que le ha ocurrido a Vitori, una mujer de 94 años de Portugalete. O para ser exactos, del orgulloso Grupo El Progreso, una zona de modestas viviendas construidas en los años 20 del siglo pasado para acoger, fundamentalmente, a los trabajadores de las industrias del hierro de los alrededores. En una de esas casas baratas ha vivido Vitori desde 1931.

Y lo escribo en pretérito, porque el pasado domingo, a la vuelta de unos días con unos familiares, la mujer se encontró con que su humilde morada había sido ocupada por unas personas que no se mostraron precisamente amistosas cuando trató de ponerles al corriente de que aquel era su domicilio. Le dieron con su propia puerta en las narices. Pero lo más terrible vino cuando al ir a poner la denuncia pertinente, le informaron de que, en el mejor de los casos, tardaría más de un mes en volver al techo que la ha acogido desde que era una mocosa de seis años. En el juicio que se celebrará el 20 de noviembre será ella quien tenga que demostrar que es la propietaria. Como lo leen.

Tecleo estas líneas aún con la emoción inmensa de haber asistido a la impresionante concentración que ha tenido lugar ante la casa robada. Hacía tiempo que no se producía en Portu una movilización tan numerosa y tan variopinta en cuanto a sus participantes. Solo faltaban, qué raro, los habituales de primera línea de pancarta en otras ocasiones. Por lo visto, esta vez la protesta no era de buen tono.

****Después de enviar estas líneas a los periódicos, ha habido novedades. La concentración se extendió hasta bien entrada la noche. La tensión fue creciendo, pero finalmente, los ocupantes fueron desalojados de la casa de Vitori.

Los otros desalojados

Cierto, qué gloria ha dado ver cómo iban desfilando estos días los que se consideraban intocables. Esas caras de funeral de tercera con rictus de no puede ser que me esté pasando a mi, ese pésimo perder en sus parraplas biliosas de despedida o ese rencor sulfuroso que han ido ladrando por los chaflanes han sido un regalo añadido a su propio desalojo. Incluso para los educados en no alegrarse del mal ajeno ni hacer leña del árbol caído ha resultado imposible no disfrutar, siquiera una migaja, del patético espectáculo de esta cofradía de poltroneros metafóricamente muertos. Ayudaba a no sentirse demasiado mezquino, también es verdad, saber que a muy buena parte de estos recién devenidos en zombies políticos les aguarda, como escribí el otro día, una bicoca mejor remunerada que la que perdieron en las urnas.

Déjenme, sin embargo, que en este punto vuelva blanda la columna y dedique las líneas que quedan a aquellos y aquellas que se van con una mano delante y otra detrás. Aunque les cueste creerlo, haberlos, haylos. De diferentes siglas, además, incluidas varias con las que no comulgo especialmente. Personas que, guiadas por unas ideas, abandonaron una vida más o menos llevadera por otra incierta, y en no pocos casos, peligrosa; tendemos a olvidarlo, pero las escoltas son de anteayer en este país. Con suerte, algunas podrán regresar, sudando para el reenganche, a sus antiguas ocupaciones. Otras quedarán a la intemperie, exactamente igual que tantísimos que han perdido un trabajo convencional. Quizá se pregunten si les mereció la pena haber dado aquel paso. Si soy sincero, no sé qué contestarles.