Expoliadores impunes

Hoy mi pueblo, Santurtzi, vuelve a movilizarse contra una injusticia. Como ya hicieran nuestras vecinas y nuestros vecinos de Portugalete para recuperar la casa de Vitori de sus usurpadores, los habitantes de la villa marinera —¡y quien quiera sumarse desde donde sea!— estamos convocados frente a otra vivienda que en el eufemismo de los medios llamamos ocupada o, si nos ponemos todavía más estupendos, okupada, con k megamolona. Menos mal que a estas alturas del tercer milenio, llevamos las suficientes caídas de guindos coleccionadas para saber que hablamos, sin menos y sin más, de un domicilio particular tomado al asalto por unas personas a las que ni siquiera puedo nombrar como presuntos delincuentes.

De hecho, la broma macabra empieza ahí. La ley está de su parte. Contra todo lo que nos enseñan, son los propietarios del inmueble los que tienen que demostrar que lo son y/o que los expoliadores no son víctimas de un perverso casero que les quiere poner de patitas en la calle por capricho o por codicia. Si, como yo, les preguntan a sus jurisconsultos de cabecera, les dirán sin arrugarse la toga que se trata de la más elemental de las garantías constitucionales. Acto seguido, señalarán a los legisladores como responsables del inconveniente menor que resulta que arramplen con tu casa y afearán a la inculta plebe por desconocer los rudimentos básicos del Derecho. La autoridad nominalmente competente se llamará andanas, no sea que la beatífica progritud saque a paseo la demagogia tramposa y ventajista. Y al final solo queda la presión popular, con el inconmensurable peligro de que la cuestión se vaya de las manos.

¿Quién protesta por Vitori?

(***) No es solo la sentencia del Procés o la de Altsasu. Hay mil y una injusticias cotidianas que hacen imposible creer que vivimos en algo parecido a un estado de derecho. Una de las más lacerantes es la que le ha ocurrido a Vitori, una mujer de 94 años de Portugalete. O para ser exactos, del orgulloso Grupo El Progreso, una zona de modestas viviendas construidas en los años 20 del siglo pasado para acoger, fundamentalmente, a los trabajadores de las industrias del hierro de los alrededores. En una de esas casas baratas ha vivido Vitori desde 1931.

Y lo escribo en pretérito, porque el pasado domingo, a la vuelta de unos días con unos familiares, la mujer se encontró con que su humilde morada había sido ocupada por unas personas que no se mostraron precisamente amistosas cuando trató de ponerles al corriente de que aquel era su domicilio. Le dieron con su propia puerta en las narices. Pero lo más terrible vino cuando al ir a poner la denuncia pertinente, le informaron de que, en el mejor de los casos, tardaría más de un mes en volver al techo que la ha acogido desde que era una mocosa de seis años. En el juicio que se celebrará el 20 de noviembre será ella quien tenga que demostrar que es la propietaria. Como lo leen.

Tecleo estas líneas aún con la emoción inmensa de haber asistido a la impresionante concentración que ha tenido lugar ante la casa robada. Hacía tiempo que no se producía en Portu una movilización tan numerosa y tan variopinta en cuanto a sus participantes. Solo faltaban, qué raro, los habituales de primera línea de pancarta en otras ocasiones. Por lo visto, esta vez la protesta no era de buen tono.

****Después de enviar estas líneas a los periódicos, ha habido novedades. La concentración se extendió hasta bien entrada la noche. La tensión fue creciendo, pero finalmente, los ocupantes fueron desalojados de la casa de Vitori.