Final no tan feliz

Siento ser cenizo, pero no me cuento entre los que creen que la historia de Vitori ha tenido final feliz. Primero, porque todavía no ha terminado. A esta mujer de 94 años le queda aún un viacrucis burocrático-judicioso del nueve largo. Y aunque sea cierto que gracias a la emocionante presión de sus vecinas y vecinos y de las centenares de personas de ese gran barrio que es toda la Margen Izquierda, consiguió recuperar su casa, no podemos pasar por alto el estado en que la han dejado los asaltantes y que le han robado prácticamente todo. Se me caía el alma hace una rato leyéndole en una entrevista que nunca se había sentido tan triste porque se han llevado los recuerdos de toda su vida.

Aquí es donde la bilis vuelve a hervir al pensar que sus desvalijadores están perfectamente identificados pero no sufrirán la menor consecuencia. Una línea más para el kilométrico currículum delictivo, y a buscar otra morada que asaltar, a poder ser con un inquilino que no resulte tan mediático como una nonagenaria. Casas usurpadas por el procedimiento que acabamos de ver las hay por decenas por estos y otros castigados lares. Con el consentimiento cobardón de las autoridades locales y, desde luego, la bendición de jueces y legisladores. Pero no solo de ellos. Diría que es más sangrante la complicidad de esos beatíficos seres que el otro día echaba yo en falta en la concentración a pesar de que normalmente pierden el culo para estar a pie de pancarta. Algunos ya han reaparecido, es vedad que con sordina, para denunciar los derechos vulnerados de los ocupadores o para poner en duda —se lo juro— que Vitori viviera en esa casa.

¿Quién protesta por Vitori?

(***) No es solo la sentencia del Procés o la de Altsasu. Hay mil y una injusticias cotidianas que hacen imposible creer que vivimos en algo parecido a un estado de derecho. Una de las más lacerantes es la que le ha ocurrido a Vitori, una mujer de 94 años de Portugalete. O para ser exactos, del orgulloso Grupo El Progreso, una zona de modestas viviendas construidas en los años 20 del siglo pasado para acoger, fundamentalmente, a los trabajadores de las industrias del hierro de los alrededores. En una de esas casas baratas ha vivido Vitori desde 1931.

Y lo escribo en pretérito, porque el pasado domingo, a la vuelta de unos días con unos familiares, la mujer se encontró con que su humilde morada había sido ocupada por unas personas que no se mostraron precisamente amistosas cuando trató de ponerles al corriente de que aquel era su domicilio. Le dieron con su propia puerta en las narices. Pero lo más terrible vino cuando al ir a poner la denuncia pertinente, le informaron de que, en el mejor de los casos, tardaría más de un mes en volver al techo que la ha acogido desde que era una mocosa de seis años. En el juicio que se celebrará el 20 de noviembre será ella quien tenga que demostrar que es la propietaria. Como lo leen.

Tecleo estas líneas aún con la emoción inmensa de haber asistido a la impresionante concentración que ha tenido lugar ante la casa robada. Hacía tiempo que no se producía en Portu una movilización tan numerosa y tan variopinta en cuanto a sus participantes. Solo faltaban, qué raro, los habituales de primera línea de pancarta en otras ocasiones. Por lo visto, esta vez la protesta no era de buen tono.

****Después de enviar estas líneas a los periódicos, ha habido novedades. La concentración se extendió hasta bien entrada la noche. La tensión fue creciendo, pero finalmente, los ocupantes fueron desalojados de la casa de Vitori.