Pícaros que se vacunan

El día que en la demarcación autonómica volvemos a estar por encima del millar de contagios, la descomunal cifra queda eclipsada por las dimisiones —¿quizá destituciones?— de los directores de los hospitales de Basurto y Santa Marina por haberse vacunado cuando no les tocaba. Y la cuestión es que no cabe nada que objetar. En términos de lógica periodística, la actitud de los ya ex responsables de los citados centros médicos merece la prioridad informativa y, desde luego, la censura moral más contundente. No hay reservas suficientes de vergüenza ajena para hacer frente a unos comportamientos que, por otra parte, ya vemos que no son excepcionales. Abrieron la espita unos cuantos alcaldes del Mediterráneo, y tras ellos, se abonaron al pufo diferentes mandamases y enchufados, incluyendo al consejero de Sanidad de Murcia, que antes de renunciar al cargo tuvo el cuajo de sostener que no había hecho nada malo pero que pedía perdón “porque yo soy así”.

Más allá de la indignación por la brutal insolidaridad de los ventajistas con mando en plaza, mi gran duda es sobre los procesos mentales que los llevaron a pasarse los protocolos por el arco del triunfo. Ya no hablo de ética sino de conocimiento sobre el mecanismo del sonajero. ¿Acaso pensaban que nadie se daría cuenta? Tal vez, en su soberbia, fue así.

Dos dimisiones

Para que luego digamos que no dimite nadie. En solo cuatro días de esta semana, entre el lunes y ayer, se han echado a un lado los máximos responsables de dos de las cinco fuerzas con representación política en la demarcación autonómica. Iba a haber escrito que se han marchado por su propio pie, pero lo cierto es que no ha sido del todo así, especialmente en el primer caso. A Alfonso Alonso lo ha mandado a casa —o al puesto que le busquen— una coz genovesa de talla XXL.

En cuanto al ya exsecretario general de Podemos en Euskadi, Lander Martínez, parece que quienes le han enseñado la puerta han sido los propios inscritos de su partido o, afinando más, la perversa metodología de participación de los morados. Me he pasado todas las primarias advirtiendo de que por mucho que se sea el sector oficial y se controle el aparato, bastaría movilizar unas decenas de amigos aquí y allá para hacer saltar la banca. Y teniendo en cuenta que enfrente estaba el señor de Galapagar, fan hasta lo obsesivo de Juegos de Tronos, entraba dentro de lo razonable que triunfara su candidatura favorita.

La pregunta es cuánto y cómo van a influir estas dos bajas en los resultados del 5 de abril. Lo de Podemos intuyo que entre poco y nada, porque está comprobado que a sus posibles votantes les importa más la marca que las personas. Diría que la mayoría ni siquiera sabría ubicar a Miren Gorrotxategi. Otra cosa es el Alonsicidio. Si las perspectivas del defenestrado no eran muy halagüeñas, las de Carlos Iturgaiz, su sustituto en sepia, se antojan aun peores. Se decía ayer que la cosa se ponía interesante. Yo creo que solo más entretenida.

Ciudadanos, en barrena

La banda sonora de esta columna la pone Carolina Durante. “Todos mis amigos se llaman Cayetano; no votan al PP, votan a Ciudadanos”. Veremos si en el futuro hay que modificar el ripio. No corren los mejores tiempos para la cuadrilla del chaval del Ibex. ¿O será ya ex-chaval? Llámenme conspiranoico, pero empieza a darme a la nariz que las sonoras deserciones que estamos viendo no son fruto de la casualidad. Igual que un día asistimos a una evidente operación de montaje a golpe de talonario de una fuerza que sustituyera al PP en caso de colapso gaviotil, se diría que ahora los financiadores tratan de frenar el invento.

Es verdad que suena un poco raro, pero vamos a ver si me explico. Fallado el objetivo original de hacerse con el gobierno de España —el poder territorial es importante pero secundario— con la suma de las tres derechas, el plan de contingencia consiste en evitar que Sánchez repita en Moncloa apoyado por Unidas Podemos y/o el resto de partidos disolventes que ustedes saben. Y eso pasa inevitablemente por que los naranjas se traguen sus bravuconadas del cordón sanitario contra el PSOE y acaben facilitando la investidura de su presunto archienemigo a través de la abstención. En nombre, ya saben, de la sacrosanta estabilidad. No es la primera vez que se ha hecho; recuerden cómo consiguió Rajoy su segundo mandato.

¿Funcionará la presión? Para ese fin, estaría por apostar que no. Es tarde para que Rivera, convertido ya en un Napoleón de lance, recule. De hecho, da la impresión de que Sánchez lo ha asumido y su dilema actual es pactar con Iglesias o jugársela a otras elecciones. Pura elucubración, conste.