Negacionistas contra Losantos

No sé si se han enterado de la última bronca al fondo a la requetederecha. Es una de esas barrilas que, amén de resultar de lo más entretenidas para quienes las contemplamos con palomitas desde la platea, contienen un retrato fidelísimo de sus protagonistas. Hablamos, en este caso, nada menos que del gran latigador diestro Federico Jiménez Losantos y del caudillín ultramontano Santiago Abascal Conde. ¿En qué pueden haber chocado los dos grandes arietes contra el socialcomunismo separatista? Pues, donde menos se espera: en las vacunas.

Ocurre que, contra lo que pueda indicarnos la intuición, el incendiario radiopredicador turolense es un firme defensor de la inmunización. De hecho, tiene la costumbre de preguntar a sus invitados en estudio si ya ha recibido la pauta completa. Así lo hizo también el otro día con el baranda de Vox, que después de tragar saliva, respondió que esas eran cuestiones personales que no debía revelar. Eso le valió al de Amurrio un chorreo del nueve largo por parte de sus anfitrión, que estuvo a un tris de expulsarlo del estudio. La carambola fue, al otro lado de las ondas, la rebelión de los magufos negacionistas que cada día sintonizan el programa del individuo. Sintiéndose heridos en lo más íntimo por su gurú mediático de cabecera, corrieron a las redes a declarar su resentimiento y a acordarse de toda la parentela del traidor. Como respuesta, Losantos tildó a sus atacantes de “extremistas descerebrados”, “cuatro nazis en paro” y “ultracarcas bebedores de lejía”. A la hora de escribir estas líneas, la gresca sigue. Como en el chiste. ¡Que las lentejas se pegan! ¡Déjalas, a ver si se matan!

Jaime el recalcitrante

Entre los efectos colaterales del aniversario adulterado que ustedes saben, uno de los más chuscos a la par que patéticos ha consistido en la resurrección mediática de Jaime Mayor Oreja. Acongoja pensar que semejante mengano llegara a estar a medio pelo de ocupar Ajuria Enea con Nicolás Redondo Terreros, otro que tal baila, como paje, mamporrero y, en fin, casi vicelehendakari. Menos mal, como les decía ayer, que las urnas lo impidieron. Ya había sido bastante desgracia tener al campeón sideral de las derrotas electorales como ministro aznariano de Interior en aquellos días —yo sí me acuerdo— en que su jefe mentaba a ETA como Movimiento Vasco de Liberación.

Aquel fiasco, enésimo en su carrerón como candidato fallido a lo que fuera, rematado por el descacharrante retraso que permitió a Ibarretxe aprobar los presupuestos de 2003, supuso su lanzadera al cojonudamente remunerado cementerio de carreras políticas que es el Parlamento Europeo. Durante un tiempo, compatibilizó sus sesteos en Bruselas o Estrasburgo con bocachancladas que encontraban cierto eco. Pero llegó el día en que hasta a Rajoy, ese santo Job de Pontevedra, se le agotó la paciencia, y el tipo se fue definitivamente al banquillo. “Por decir la verdad eres marginado, un radical, un extremista, y te apartan de la vida pública”, le lloró hace un par de días en el hombro a su compadre Jiménez Losantos. En la misma terapia —que luego repetiría en Antena 3, cara A de LaSexta— escupió que ETA está más viva que nunca y que las pruebas son el referéndum catalán y que gobierna en Navarra. Fíjense que quisiera indignarme, pero se me salta la risa.

¿El final de Rajoy?

Compruebo que le van cayendo epitafios políticos a Rajoy. Comprendo la tentación, las ganas de quitarse de la vista a quien ha resultado tan dañino y, cómo no, la argumentación lógica que lleva a pensar que el fulano es ya virtualmente un fiambre. Es mi obligación recordarles, sin embargo, sus capacidades resucitatorias ajenas a la humana comprensión. El ave Fénix resulta una aprendiz al lado del registrador de la propiedad a la hora de resurgir de sus cenizas como si se estuviera levantando de la siesta.

Sin forzar demasiado la memoria, tendrán presente su primera muerte aparente. Fue el 14 de marzo de 2004, cuando palmó en sus elecciones de estreno. Dirán que algo tuvieron que ver los atentados del penúltimo día de la campaña, pero el tiempo ha desempolvado encuestas anteriores a la matanza que ya vaticinaban la derrota ante el por entonces considerado inane Rodríguez Zapatero. Lo normal es que el PP, en esas fechas atestado de gallos que podrían haber ocupado su lugar, lo hubiera mandado al desagüe.

No fue así, y cuatro años después volvió a estrellarse en las urnas frente al mismo rival, que ya había demostrado que era nada entre dos platos. Eso sí debería haber sido el final, porque más allá del fiasco electoral, terminó de hinchar las narices a sus sostenedores de la casposa Diestralandia mediática. Pedrojota y Losantos, entre otros, comenzaron a atizarle con tanta saña como ineficacia. El 20 de noviembre de 2011 Mariano Rajoy Brey ganó por mayoría absolutísima, no sin antes haber laminado uno a uno a todos los que tuvieron la ilusión de haberlo matado. Así que ojo, Sánchez y la compaña.