Alonsicidio en re menor

No fue casual que en la línea de cierre de mi última columna enviase un recuerdo a Arantza Quiroga. Como gozo de memoria más que regular, tengo bastante fresca su defenestración como presidenta de los populares vascos en octubre de 2015. La mano ejecutora entonces fue, oh sí, Alfonso Alonso, que acaba de probar de su propia medicina, confirmando el adagio que sostiene que quien a hierro mata a hierro muere.

Cautivo, desarmado y, sobre todo, humillado, uno de los políticos más ambiciosos que hayan conocido los tiempos ha tenido que echar la rodilla a tierra y morder el polvo amargo de la derrota. Para que sea más dolorosa, su verdugo ha resultado Pablo Casado, un chisgarabís manejado por el siniestro capo gaviotil Don Aznarone. Ni palabras hay para expresar la afrenta de verse sustituido como candidato a lehendakari por una medianía sideral que tiene como mayor hazaña registrada haber votado con el codo por el ausente Mayor Oreja en el Parlamento. Bueno, eso, y según le escuché ayer a Isabel San Sebastián, cantar “unas trikitixas muy buenas”.

Confieso que como informador y opinatero echaré de menos a Triple A (por Alfonso Alonso Aranegui, no se asusten), pero tampoco le voy a dedicar una elegía desgarrada. Me consta que a diferencia de algunas de sus víctimas, le costará poco encontrar un ganapán, y ya si eso, caviar para poner encima y Dom Perignon para mojar. No descarten que se lo procuren los mismos que le han dado pasaporte porque puede que Roma no pague traidores, pero siempre tiene un remanente para asegurar silencios. Y quién sabe. La vida da muchas vueltas. Fíjense en Iturgaiz.

Lo que dice Mayor Oreja

El otro día junté el humor y el estómago suficientes como para aguantar una entrevista a Jaime Mayor Oreja. En Intereconomía Televisión, nada menos, para que la experiencia acabara de ser más sobrecogedora. Y debo decirles que tampoco fue para tanto. De hecho, creo que hubo más momentos de pena y de risa que de indignación o miedo, que era lo que provocaba cuando tenía mando en plaza. Ahora, ya les digo, inspira un confuso sentimiento de vergüenza ajena y, si cabe, de fascinación ante la enormidad de sus obsesiones. Sigue fatal de lo suyo, venga mentar a ETA a todo trapo y con tal convicción, que uno llega a pensar que realmente sus ojos ven la sombra de la serpiente en cada punto donde fijan la mirada. Cómo será la cosa, que también asegura que la cuestión catalana está comandada, allá al final de los hilos, por la banda que el resto sabemos en liquidación por cese de negocio.

Con todo, hay algo que sí me resultó digno de admiración en la cháchara monotemática de quien estuvo a medio pelo de ser lehendakari. Quizá porque se sabe un juguete roto sin nada que perder o por su proverbial pesimismo —por algo en los guiñoles de Canal Plus lo caricaturizaban como la Hiena Tristón—, sus diagnósticos no van envueltos en vítores triunfales como los de la mayoría de sus compañeros ultramontanos. Al contrario, él reconoce abiertamente que el soberanismo catalán es infinitamente más fuerte que el unionismo español —“Nos ganaron por la mano el 1 de octubre, fue una paliza en toda regla”, afirmó sin pudor— y que va a resultar prácticamente imposible derrotarlo con o sin aplicación del 155. Tómese nota.

Jaime el recalcitrante

Entre los efectos colaterales del aniversario adulterado que ustedes saben, uno de los más chuscos a la par que patéticos ha consistido en la resurrección mediática de Jaime Mayor Oreja. Acongoja pensar que semejante mengano llegara a estar a medio pelo de ocupar Ajuria Enea con Nicolás Redondo Terreros, otro que tal baila, como paje, mamporrero y, en fin, casi vicelehendakari. Menos mal, como les decía ayer, que las urnas lo impidieron. Ya había sido bastante desgracia tener al campeón sideral de las derrotas electorales como ministro aznariano de Interior en aquellos días —yo sí me acuerdo— en que su jefe mentaba a ETA como Movimiento Vasco de Liberación.

Aquel fiasco, enésimo en su carrerón como candidato fallido a lo que fuera, rematado por el descacharrante retraso que permitió a Ibarretxe aprobar los presupuestos de 2003, supuso su lanzadera al cojonudamente remunerado cementerio de carreras políticas que es el Parlamento Europeo. Durante un tiempo, compatibilizó sus sesteos en Bruselas o Estrasburgo con bocachancladas que encontraban cierto eco. Pero llegó el día en que hasta a Rajoy, ese santo Job de Pontevedra, se le agotó la paciencia, y el tipo se fue definitivamente al banquillo. “Por decir la verdad eres marginado, un radical, un extremista, y te apartan de la vida pública”, le lloró hace un par de días en el hombro a su compadre Jiménez Losantos. En la misma terapia —que luego repetiría en Antena 3, cara A de LaSexta— escupió que ETA está más viva que nunca y que las pruebas son el referéndum catalán y que gobierna en Navarra. Fíjense que quisiera indignarme, pero se me salta la risa.

Tres tristes espectros

No gana uno para sustos. Al primer bote, parece una instantánea tomada en el museo de Madame Tussauds. O quizá un fotograma de La parada de los monstruos. Bajo una luz mortecina, el objetivo muestra la inexpresividad entre cerúlea y marmórea de tres rostros que hacen que el espectador se pregunte si se le habrá parado el calendario. Pero entre el hedor imaginado a sulfuro, Varon Dandy y naftalina, un despiadado titular deja las cosas en su sitio. Es un apunte del natural tomado en un acto público de apenas unas horas antes. Por las venas del trío protagonista sigue corriendo sangre real, quizá mezclada con vitriolo y un rencor infinito. Son, por orden de aparición, María San Gil, José María Aznar y Jaime Mayor Oreja. Reconozcan que la sola lectura consecutiva de sus nombres les ha provocado un escalofrío.

Sin embargo, se diría que poco de fuste hay que temer. Apenas se trataba de una reunión de espectros que habían abandonado sus respectivas madrigueras del averno para ponerle las rodillas temblonas a Mariano Rajoy. Ya ven qué guasa. Puesto que las dos atribuladas formaciones de la oposición reglamentaria —PSOE y Podemos—, enzarzadas en sus reyertas intestinas, no alcanzan ni a hacerle cosquillas al imperturbable inquilino de Moncloa, tienen que venir a darle la murga desde el ala (todavía más) dura del PP. Con escaso éxito, habrá que añadir. Incluso contando con la presencia en primera fila de la inevitable Esperanza Aguirre, la misa negra plagada de maldiciones, sapos, culebras y profecías apocalípticas llegó a los medios como divertimento, extravagancia o puro relleno. Y que siga siendo así.

Peste o cólera

La parte más diabólica de mi desea por lo bajini que se celebren nuevas elecciones. Si hace falta, unas cada domingo hasta que den los números para armar un gobierno español lo suficientemente estable. Luego me entra la razón y la responsabilidad, y me da por pensar que no se va a llegar a tanto. También es cierto que no se me ocurre cómo evitar, por lo menos, una repetición. Mirando y remirando la situación actual, parece imposible lograr una suma con las garantías mínimas para echar a andar.

Salvo que se me pase por alto alguna combinación, ahora mismo la disyuntiva es peste o cólera. O vuelta a las urnas o Gran Coalición. Ya escribí, y no tengo motivos para haber cambiado de idea, que esta vez el PSOE no va a pegarse ese tiro en la sien. También es verdad que me despistó que a la salida de su cita con Rajoy, Pedro Sánchez dijera que la reedición de los comicios era “la última opción”. Eso cabría interpretarse como que la penúltima podría ser la santa alianza con el PP por la que suspira—¡y presiona!— lo más granado y económicamente poderoso de la carcundia hispana. Como ejemplo, esa portada de ayer del diario Expansión donde Jaime Mayor Oreja, José Luis Corcuera, Carlos Solchaga y otra docena que tal baila clamaban por un “Pacto de Estado”. Insisto en que no veo a Ferraz inmolándose en esa pira.

¿Y un gobierno de progreso? Sonar, suena de cine. Otra cosa es que haya mimbres para trenzar tal cesto. Aun haciendo acopio de todo mi pragmatismo, me resulta muy difícil considerar progresista a un ejecutivo liderado por una formación política con la trayectoria reciente y menos reciente del PSOE.

La toalla de Patxi

Los titulares hacen bis con cambio de nombre. En menos de 24 horas, donde ponía Alfredo puso Roberto, y un periquete después, Patxi. Pero cuidado con los tiempos verbales. El no muy original “López tira la tolla” debería ser “López tirará la toalla”. Lo anoto porque de aquí a septiembre queda un rato largo y pueden pasar muchas cosas —entre otras, el congreso de la nave nodriza—, pero también porque guardo en la memoria ciertas promesas del protagonista que no se cumplieron. ¿O ustedes no se acuerdan de aquel compromiso solemne de no pactar con el PP que fue roto unas semanas después de haberse formulado? [El coro de voces replica: “¡Como para olvidarse…!”]

Y si van más allá en el calendario, se encontrarán al mismo personaje, nombrado entonces como “el hijo de Lalo”, ebrio de felicidad (por ahí debe de andar el audio), proclamando en un mitin de las autonómicas de 2001 su adhesión inquebrantable a su líder, Redondo Terreros, todavía con el traje arrugado del abrazo de tornillo con Mayor Oreja en el Kursaal. Fue cosa de meses que lo apuñalara como Bruto a Julio César y se quedara con su puesto, tras birlar también un puñado de ideas vasquistas a Odón y Gemma. En efecto, la mano que mecía la cuna era la de un tal Rodolfo, mientras el de las cosas de Jesús observaba entre las sombras.

Si será curiosa la política, que de aquella turbia maniobra surgió el mejor PSE que se haya visto. Se arrancó la caspa terrerista, subió a Loiola, pisó el banquillo por jugársela por la paz y dio la sensación de alternativa firme y creíble. Fue apenas ayer. Quizá la cacareada renovación esté en una moviola.

PP, gran show

Aunque nos vaya a dejar en el chasis a mordiscos, al PP no se le puede negar que se esfuerza por hacernos entretenida la agonía. Cada medida antisocial, cada incumplimiento de programa —todos hasta la fecha—, cada ocurrencia letal que despacha al BOE vía Decreto Ley viene en compañía de una guarnición cómico-patética que no es que las haga más tragables pero, por lo menos, anima fugazmente el patio. Hay quien sostiene, de hecho, que haber reclutado para el Gobierno a tanto sacamuelas de feria atiende a una estrategia milimétricamente estudiada para que el personal piense en otra cosa mientras le van vampirizando hasta la última gota de sangre. No creo que les dé el cacumen para tanto. Si se multiplican las cortinas de humo que salen de Moncloa y Génova es por pura torpeza en el uso de material inflamable, cuando no por la tendencia innata a la piromanía de varios de los barones y baronesas que sobrevuelan el nido de la gaviota.

De entre estos episodios autolesivos que por un rato tapan los titulares sobre recortes y rescates, confieso que me tiene enganchado el de la reyerta a cuenta del que los medios del entorno llaman con mala baba “Caso Bolinaga”. Después de que en el comité nacional del lunes volaran los cuchillos y algunos estuvieran a un tris de agarrase por las solapas, salió Basagoiti con la manguera —que le pega como a Cristo dos pistolas— a pedir a sus conmilitones que no dieran tres cuartos al pregonero. Le hicieron el mismo caso que un peine a Yul Brinner. Desde entonces, Mayor Oreja se ha hecho una docena de giras completas por los platós y los estudios de la carcundia patanegra para difundir la especie de que su partido es blando con la [sic] ETA. De regaliz, añade que gracias a eso, el PNV y EH Bildu se saldrán del mapa el 21-O y al día siguiente proclamarán la independencia. Y los templados, que alguno hay, comiéndose los higadillos y borrando tuits. Qué espectáculo.