Pequeños matones

No es difícil coincidir con parte de las palabras del viceconsejero de Seguridad, Rodrigo Gartzia, sobre las imágenes de dos matones alevines pateando a un crío de trece años mientras un tercero inmortalizaba la escena con su móvil. Efectivamente, estremecen, duelen y merecen condena. Encuentro, sin embargo, más matizable, por no decir directamente discutible, la apostilla que sostiene que el vídeo demuestra que “las instituciones, las familias y la sociedad en general tenemos mucho trabajo por delante”. En la lógica puramente comunicativa, entiendo la declaración a modo de comodín. Es lo que tiene que decir un representante público. Pero como yo no lo soy, discrepo. Sobre todo, por lo que toca a las familias y a la sociedad en general. Serán, en todo caso, unas familias muy determinadas las que tengan que afrontar ese trabajo. Y si procede esa salvedad, con bastante más motivo cabrá rechazar la atribución de las culpas individuales a toda la sociedad.

Que no, a ver si nos entra en la cabeza. La sociedad no es la culpable. Ni tampoco los videojuegos, ni las series, ni TikTok. En primera instancia, los culpables son los niñatos que golpearon y humillaron al chaval y, no contentos con ello, difundieron la grabación. Pero inmediatamente después, la culpa alcanza, no a todo el cuerpo social, insisto, sino a una parte, generalmente de la élite política y opinativa, que ampara (por no decir que promueve) este tipo de comportamientos. Si estos criajos actúan como actúan es porque se saben protegidos por un colchón de valores y leyes que establecen que los actos no tienen consecuencias. Ese es el problema.

No es ilegal, pero sí indecente

La Audiencia Nacional ha hecho lo que tenía que hacer. Los actos convocados en Iruña y Arrasate no son perseguibles penalmente ni susceptibles de ser prohibidos porque no son ilegales. Otra cosa es que sean del punto a la cruz indecentes e inmorales desde muchos puntos de vista. El primero que cito, aunque quizá no sea el más obvio o el más sangrante, es que toman como excusa una causa no solo legítima sino noble como es la exigencia de una política penitenciaria justa para colar de rondón lo que de aquí a Lima no es siquiera un homenaje sino un acto de exaltación a algunos de los criminales más sanguinarios de nuestro tiempo. ¿O es que hay otra manera de nombrar a Henri Parot, autor probado de 39 asesinatos sin haber vertido hasta ahora nada remotamente parecido a una reflexión crítica?

La conversión en héroe y mártir de alguien con ese siniestro currículum es toda una declaración de intenciones. Lo mismo que lo fue haber impreso su nombre y retirarlo del cartel anunciador del evento de Arrasate solo cuando se montó la gresca. Nos conocemos los suficiente para saber de qué iba la convocatoria. Roza lo insultante que el máximo responsable de la entidad organizadora asegure que la marcha es “compatible con la solidaridad con las víctimas”. ¿Qué solidaridad hay en escoger como bandera de la denuncia de las políticas penitenciarias de excepción a un vulnerador sistemático y no arrepentido de los los Derechos Humanos? ¿Cuándo fue la última vez que el autor de esas palabras, Joseba Azkarraga, expresó no ya su cercanía a las víctimas sino su rechazo a la actuación de los victimarios? Ya les digo yo que ha pasado mucho tiempo.

La Justicia es una tom-tom-tómbola

El Gobierno de Nafarroa ha acudido al Superior de Justicia para pedirle (por favor, por favor, por favor) que le permita instaurar el toque de queda en el 80 por ciento de los municipios del territorio. En la demarcación autonómica, salvo sorpresa mayúscula, el Ejecutivo de Iñigo Urkullu ni se plantea solicitar la venia de sus señorías. Atendiendo a la bibliografía presentada hasta la fecha, sería uno de esos esfuerzos inútiles que conducen a la melancolía, o sea, al encabritamiento. Todo indica que el juez que tenía en su perfil de Twitter el himno del negacionismo, el que hacía cuchufletas sobre los epidemiólogos, se fumaría un puro con la solicitud. Dirán que es el Estado de Derecho funcionando a pleno pulmón, pero manda muchas narices que las autoridades votadas por la ciudadanía se vean en la humillación de presentarse ante la Justicia como quien va a una tómbola. No nos cansamos de ver cómo en cada caseta de feria judicial del Estado español los mismos hechos y las mismas situaciones implican resoluciones no ya diferentes sino radicalmente contrapuestas. Podría ser solo una cuestión latosa o una curiosidad, si no fuera porque llueve insistentemente sobre mojado y especialmente, porque esto ocurre en el fragor de la quinta ola, con los contagios multiplicándose exponencialmente y ya la presión hospitalaria notando la acometida. En esta tesitura, provoca una impotencia infinita asistir a la desnudez legal de las administraciones públicas, que sufren el bochorno de tener que rogar a los ciudadanos que no hagan aquello que los de las togas no les dejan prohibirles. No parece que sea la forma más eficaz de enfrentarse a una pandemia.

Alonsicidio en re menor

No fue casual que en la línea de cierre de mi última columna enviase un recuerdo a Arantza Quiroga. Como gozo de memoria más que regular, tengo bastante fresca su defenestración como presidenta de los populares vascos en octubre de 2015. La mano ejecutora entonces fue, oh sí, Alfonso Alonso, que acaba de probar de su propia medicina, confirmando el adagio que sostiene que quien a hierro mata a hierro muere.

Cautivo, desarmado y, sobre todo, humillado, uno de los políticos más ambiciosos que hayan conocido los tiempos ha tenido que echar la rodilla a tierra y morder el polvo amargo de la derrota. Para que sea más dolorosa, su verdugo ha resultado Pablo Casado, un chisgarabís manejado por el siniestro capo gaviotil Don Aznarone. Ni palabras hay para expresar la afrenta de verse sustituido como candidato a lehendakari por una medianía sideral que tiene como mayor hazaña registrada haber votado con el codo por el ausente Mayor Oreja en el Parlamento. Bueno, eso, y según le escuché ayer a Isabel San Sebastián, cantar “unas trikitixas muy buenas”.

Confieso que como informador y opinatero echaré de menos a Triple A (por Alfonso Alonso Aranegui, no se asusten), pero tampoco le voy a dedicar una elegía desgarrada. Me consta que a diferencia de algunas de sus víctimas, le costará poco encontrar un ganapán, y ya si eso, caviar para poner encima y Dom Perignon para mojar. No descarten que se lo procuren los mismos que le han dado pasaporte porque puede que Roma no pague traidores, pero siempre tiene un remanente para asegurar silencios. Y quién sabe. La vida da muchas vueltas. Fíjense en Iturgaiz.

PP contra PP

Dos barreños de palomitas, preveía yo a la ligera en la anterior columna. Con menos de media docena no llegamos para lo que parce que va a dar de sí esta versión de Kramer contra Kramer en que se han enredado el PP español y el PP vasco. Y ojo, si no vamos a necesitar también una caja gigante de pañuelos de papel para secarnos las lágrimas, en su mayor parte, de risa. Pensaba uno ingenuamente que, llegados al borde del precipicio, la casa madre entraría en razón, y aunque fuera a regañadientes, dejaría la coalición con Ciudadanos para mejor momento y se comería con patatas las listas al estilo de Alfonso Alonso, o sea, con los paracaidistas naranjas relegados al quinto anfiteatro, que es lo que les corresponde por peso real.

Pero no, para chulo, el pirulo de Casado, que ha acabado firmando el pacto con Arrimadas, dejándole claro a su hemorroide vasca que son lentejas, y que si le apetece dimitir, tanta gloria lleve como paz deje. El otro ha contestado negándose a presentarse en la calle Génova, donde había sido convocado por un guasap enviado a horas intempestivas y provocando que su jefe cancelase una excursión propagandística a las inmediaciones del vertedero de Zaldibar. También ha difundido la especie de que ni él ni su junta directiva piensan renunciar aunque les toque jalarse la rueda de molino que les han endilgado sus señoritos de los madriles. Suena eso a la enésima humillación, pero también puede ser que el todavía presidente del PP vasco sea discípulo de Pedro Sánchez y esté pensando en escribir su propio Manual de resistencia.

Un recuerdo para Arantza Quiroga, a la que todo esto debe de sonarle.

¿Con Iglesias no?

Es de sobra conocido que no soy, ni remotamente, el presidente del club de fans de Pablo Iglesias Turrión. Sin embargo, mi exigua simpatía por el personaje no me impide ver que el trato que le está dispensando Pedro Sánchez en los últimos capítulos del enredo negociador entra de lleno en el terreno de la humillación. “El principal escollo para que haya acuerdo con Podemos es la presencia de Iglesias en el Gobierno”, llegó a soltar ayer el presidente interino ante el confesor catódico Ferreras. Mi ya larga memoria en cuestión de cocina de pactos no tiene registrado nada ni parecido en materia de desprecios a la formación con la que se pretende alcanzar un mínimo entendimiento. Con aliados así, quién necesita enemigos.

No niego, como me hacía ver mi admirado Alberto Moyano, que es compresible que Sánchez albergue recelos respecto a un tipo que ha demostrado largamente su capacidad para liar pajarracas del quince. Eso, por no hablar de su querencia por los numeritos, la pirotecnia verbal o las maniobras orquestales en la oscuridad. Un peligro, sí, pero también un mal inevitable si de verdad se quiere llegar a algo con la fuerza que hoy por hoy supone el intento aritmético más viable para lograr la investidura, siempre teniendo en cuenta que todavía faltan apoyos. Y ocurre que el líder de esa fuerza es Iglesias, y que en calidad de tal, tiene todo el derecho del mundo a reclamar su presencia en un gobierno de coalición. Puede, como digo, que al socio mayoritario —el PSOE— no le guste, pero no se entiende el veto, y menos, acompañado de una descalificación pública… salvo que la intención sea dinamitar el pacto.

Chistes de Carrero

El primer chiste sobre Carrero del que tengo constancia lo parió el propietario del bar Mikeldi de Bilbao el mismo día del atentado contra el llamado a ser continuador de la obra franquista. En el local de la calle María Muñoz que luego sería el legendario Muga —¡enfrente mismo de la comisaría de la Policía Armada!— apareció un cartel que rezaba: “Hoy solo servimos vino tinto. El Blanco está por las nubes”. La cosa acabó en una clausura de seis meses, aunque no tengo claro si fue por la carga de profundidad sobre el recién difunto o por otras causas. Desde luego, la resolución del Gobierno Civil la obviaba y mencionaba algo distinto: “En el frontal del mostrador se habían colocado varios carteles con inscripciones en vascuence y adornados con cintas que juntamente formaban la bandera separatista de la región”.

Después de esa gracia vinieron muchas más. Las chirigotas se multiplicaban en cada esquina sin disimulo. El desparpajo llegó a tal punto que no había verbena en que no se corease a voz en grito la célebre canción con el estribillo “¡Carrero voló y hasta el alero llegó!” acompañado del consabido lanzamiento al aire de prendas diversas. Eso, con Franco vivo. En 1984, hasta Tip y Coll se permitieron colgarle al almirante la cita “De todos mis ascensos, el último fue el más rápido”.

No hubo consecuencias penales. Hasta ayer. 43 años después del magnicidio, la Audiencia Nacional ha condenado a un año de cárcel a una joven murciana por haber publicado trece tuits jocosos. Le atribuye humillación a las víctimas del terrorismo, cuando el único delito era, si cabe, la dudosa calidad de los chistes.