Fiesta… ¿impune?

67 mastuerzos se pasan las medidas vigentes entre las ingles para celebrar un fiestón nada menos que en la hospedería de un convento de Derio. Sin mascarilla, sin distancia y sin ventilación, faltaría más. Son jóvenes —tampoco unos críos exactamente— y se creen inmortales. ¿Que pueden contribuir a matar a otros, incluidos sus mayores? Vayan e intenten que les entre en su única neurona. A ellos, plín, que para eso duermen en el Pikolín del egoísmo abismal y la falta oceánica de empatía. Lo primero, sus culos narcisistas, qué pena de patada con unos zapatos de chúpame la punta.

Claro que lo peor de todo es la impunidad. Oigo cuentos y cuentas de la lechera sobre los puros que les pueden caer a estos memos jactanciosos. Pero, por de pronto, la Ertzaintza tuvo que esperar durante horas a que salieran para identificarlos de uno en uno. Resulta que nuestro fastuoso estado de derecho no permite que la policía entre a unas dependencias privadas cuando solo se está incurriendo en un infracción administrativa. Y aunque al común de los mortales nos parezca que el asunto era más grave, como poco, un comportamiento que pone en peligro la salud colectiva, no hay tutía. Ya será suerte que si el asunto llega a sede judicial no aparezca una de tantas señorías heroicas a dejar marchar de rositas a los gañanes.

El botellón de Pedro Jota

Hay que reconocer que las disculpas del ministro Salvador Illa han ido más allá del formulismo y que sonaban absolutamente sinceras. No me queda la menor duda de que se siente afligido y avergonzado de verdad. Sin embargo, su encomiable acto de contrición no borra de un plumazo la gravedad de su comportamiento. Es del todo indefendible que, en lo más crudo de la segunda ola de la pandemia, el titular de la cartera de Sanidad se deje camelar para participar en una fiestaza con 150 personas o, en este caso, personajes. Por lo demás, si analizan los pequeños detalles, cuando en la parte más infantil de su discurso, Illa pretendió quitarle una gota de hierro a su patinazo aclarando que no se había quedado a la cena, acabó señalando a todos los que sí lo habían hecho.

De esos, el resto de los selectos convidados al botellón de alta alcurnia organizado por Pedro Jota, todavía estamos esperando algo parecido a una explicación. Hasta la fecha, y salvo algún farfulleo autojustificativo amén de falso (“Todo era legal”), solo hemos asistido a un espeso silencio que retrata perfectamente a los ínclitos Robles, Casado, Arrimadas, Dolores Delgado y demás chufleros con pedigrí. Es una indecencia sin matices irse de mambo cuando a la currita y al currito de a pie se les prohíbe poner flores a sus difuntos.

Cuidado con la reforma

Las crónicas sobre los fastos anuales por la Constitución, igual que los del día de la Hispanidad, siempre han pertenecido más al género del cotilleo que a cualquier cosa levemente parecida al periodismo político. De saque, porque buena parte de los y las asistentes de cualquiera de los estratos sociales o profesionales, empezando por ciertos plumillas de ego XXL, aprovechan para exhibir sus modelitos. A ello se añade el hecho de que una de las inveteradas costumbres sea hacerse lenguas de los ausentes y ponerles de chupa de dómine con exageración en los aspavientos. Y como remate, la tradición porteril de los corrillos, donde se chismorrea sin micrófonos y en confianza. Bueno, en realidad, en ese tipo de confianza ful de Estambul impostada para ser traicionada.

Así es como van a los titulares declaraciones que no hay forma de saber si salieron de la boca del mengano o la zutana a quienes se atribuyen, si son producto de la creatividad del reporter o, como suele ser el caso más frecuente, si atienden a un apaño para poner en circulación la consigna que toque en cada rato. Si entiendo bien lo que voy leyendo y escuchando, el recado oficial de este año es que ni se va a meter mano ni se va a dejar de meter mano en las sagradas escrituras. O, en cualquier caso, que si se hace, no será para abrir el juego territorial, sino para dar matarile a las alegrías descentralizadoras que se dejaron colar los padres —eran todo tíos— de la llamada Carta Magna. Y no creo que a los tenidos por privilegiados e insolidarios habitantes de los territorios forales se nos escape por dónde empezaría la poda. Ojo al parche.

Día de Euskadi

25 de octubre, los censados en la demarcación autonómica de Vasconia (los cada vez menos que conservan el curro, se entiende) tenemos permiso para prolongar nuestra estancia en la cama. A festivo regalado no se le mira el diente. No lo hacemos con las jornadas para la holganza patrocinadas por esta virgen o aquel santo, así que tampoco habremos de ponernos excesivamente tiquismiquis cuando el marianito y los calamares —o el puente, si es menester— nos llegan de la mano del poder secular. Otra cosa es que nos pidan que nuestros corazones amanezcan henchidos de sentimiento de adhesión a la presunta motivación que ha bañado de rojo la fecha en el calendario laboral. Por ahí este humilde tecleador no pasa.

Vamos siendo ya lo suficientemente mayorcitos para comprender qué llevó y a quiénes a instaurar estas 24 horas como “Día de Euskadi”. Fue, dicho pronto y regular, exactamente lo mismo que provocó el cambio en el mapa del tiempo de ETB o el paso de la vuelta ciclista a España: la demostración de quién manda aquí desde el 1de marzo de 2009. Esa mayoría aritmética que, a la vista de los últimos acontecimientos, huele ya a cola de pelotón impuso esta festividad como otro trágala más de su evangelización. ¿Les joroba? Pues adelante con los faroles. La normalización era esto.

Para morirse de la risa o de la pena, que eligieran como excusa la conmemoración de un Estatuto de autonomía que o boicotearon en su nacimiento o torpedearon en su siempre incompleto desarrollo… o las dos cosas a la vez. Si les sirve como fetiche es sólo porque está vacío y agotado. Hasta los que se apuntaron al café para todos, con el tiempo fueron teniendo para mojar pastitas y bizcochos competenciales que por aquí arriba no hemos catado.

Lo divertido es que, si todo sigue el curso que parece haber tomado, esta celebración será efímera. Nos quedan la de este año y la del que viene. Luego, a buscar otra fecha.