Un chollo de Estatuto

25 de octubre, fugazmente San Patxi y San Antonio (Basagoiti) en aquel trienio pardo de gobierno vasco sociopopular que decidió convertir en fiesta de guardar el aniversario de la aprobación del eternamente incumplido Estatuto de Gernika. Hoy, que se alcanza la trigesimonovena vuelta completa de calendario, aunque vuelva a ser jornada laborable, tocará asistir de nuevo al orgasmo celebratorio justamente a cargo de quienes han perpetrado con diurnidad y alevosía su vaciado sistemático de contenido. Se le ocurren a uno pocos ejercicios de hipocresía semejantes. O mejor dicho, de cinismo y de ventajismo: los mutiladores contumaces del texto lo glorifican como supuesta gran cúpula celeste bajo la que viven felices las vascas y los vascos de la demarcación autonómica.

Ocurre que tal martingala no cuela. Hace mucho que dejó de ser verdad que la carta del 79 concita el acuerdo mayoritario de los censados en los tres territorios. Y miren que podía haber sido así. Quizá si se hubieran ido cumpliendo los mandatos que el documento deja negro sobre blanco, hoy tendríamos algo parecido a ese consenso inventado. Pero no ha habido la menor intención ni —todavía peor— la hay a día de hoy, como acaba de dejar claro el presidente español, Pedro Sánchez, en el Senado con su lapidaria al tiempo que reveladora frase sobre la competencia en materia de Seguridad Social: “Si no se ha completado en 30 años, por algo será”. Lo triste es que el principio es de aplicación para cada una de las disposiciones que no han pasado del papel a los hechos. Si lo piensan, los festejos son totalmente comprensibles: este Estatuto es un chollo.

San Patxi, c’est fini

Espero que esta sea la definitiva, porque ya he perdido la cuenta de las veces que hemos anunciado la derogación del 25 de octubre como Día de Euskadi, también conocido en algunos círculos como San Patxi, en dudoso honor de quien lo calzó en el calendario aprovechando que la izquierda abertzale estaba de excedencia por ilegalización. En todas las ocasiones, además, nos ha tocado ilustrar la noticia con el consabido salpicón de declaraciones recalentadas hasta la náusea. Como si los que instauraron la cosa por joder un rato, o sea, para marcar paquete constitucionalista, no supieran desde el mismo minuto en que lo hicieron que aquello tenía fecha de caducidad. Manda pelotas que se empeñen en venirse arriba con lo que nos une a todos, cuando el trozo mayor de ese supuesto todos había dejado claro que celebraría antes San Cucufato que el aniversario de la aprobación de un Estatuto que ha resultado el timo de la estampita. Leñe, que alguna vez tendremos que acabar con la costumbre de este pueblo —véase el 31 de agosto en Donostia— de convertir en fiesta las derrotas y las catástrofes.

Si ya en origen y por buenas intenciones que tuviera, el texto de Gernika era, en el mejor de los casos, un apaño para ir tirando, su contumaz incumplimiento por parte de los gobiernos españoles ha acabado convirtiéndolo en una broma de pésimo gusto. Qué puñetera casualidad que los mentados gobiernos que se lo pasaban por la sobaquera hayan estado en manos de los dos partidos que promovieron su efeméride y que siguen defendiéndola con lo más granado de su artillería dialéctica. Apenas se les nota que lo que les pone cachondos del articulado del 79 es que, vaciado de contenido hasta situarnos en algunas materias por debajo de las competencias de Murcia, marca el non plus ultra de lo que su jacobinismo rojigualdo y ramplón está dispuesto a ceder. Qué menos que no festejarlo.

Día de Euskadi

25 de octubre, los censados en la demarcación autonómica de Vasconia (los cada vez menos que conservan el curro, se entiende) tenemos permiso para prolongar nuestra estancia en la cama. A festivo regalado no se le mira el diente. No lo hacemos con las jornadas para la holganza patrocinadas por esta virgen o aquel santo, así que tampoco habremos de ponernos excesivamente tiquismiquis cuando el marianito y los calamares —o el puente, si es menester— nos llegan de la mano del poder secular. Otra cosa es que nos pidan que nuestros corazones amanezcan henchidos de sentimiento de adhesión a la presunta motivación que ha bañado de rojo la fecha en el calendario laboral. Por ahí este humilde tecleador no pasa.

Vamos siendo ya lo suficientemente mayorcitos para comprender qué llevó y a quiénes a instaurar estas 24 horas como “Día de Euskadi”. Fue, dicho pronto y regular, exactamente lo mismo que provocó el cambio en el mapa del tiempo de ETB o el paso de la vuelta ciclista a España: la demostración de quién manda aquí desde el 1de marzo de 2009. Esa mayoría aritmética que, a la vista de los últimos acontecimientos, huele ya a cola de pelotón impuso esta festividad como otro trágala más de su evangelización. ¿Les joroba? Pues adelante con los faroles. La normalización era esto.

Para morirse de la risa o de la pena, que eligieran como excusa la conmemoración de un Estatuto de autonomía que o boicotearon en su nacimiento o torpedearon en su siempre incompleto desarrollo… o las dos cosas a la vez. Si les sirve como fetiche es sólo porque está vacío y agotado. Hasta los que se apuntaron al café para todos, con el tiempo fueron teniendo para mojar pastitas y bizcochos competenciales que por aquí arriba no hemos catado.

Lo divertido es que, si todo sigue el curso que parece haber tomado, esta celebración será efímera. Nos quedan la de este año y la del que viene. Luego, a buscar otra fecha.