El botellón de Pedro Jota

Hay que reconocer que las disculpas del ministro Salvador Illa han ido más allá del formulismo y que sonaban absolutamente sinceras. No me queda la menor duda de que se siente afligido y avergonzado de verdad. Sin embargo, su encomiable acto de contrición no borra de un plumazo la gravedad de su comportamiento. Es del todo indefendible que, en lo más crudo de la segunda ola de la pandemia, el titular de la cartera de Sanidad se deje camelar para participar en una fiestaza con 150 personas o, en este caso, personajes. Por lo demás, si analizan los pequeños detalles, cuando en la parte más infantil de su discurso, Illa pretendió quitarle una gota de hierro a su patinazo aclarando que no se había quedado a la cena, acabó señalando a todos los que sí lo habían hecho.

De esos, el resto de los selectos convidados al botellón de alta alcurnia organizado por Pedro Jota, todavía estamos esperando algo parecido a una explicación. Hasta la fecha, y salvo algún farfulleo autojustificativo amén de falso (“Todo era legal”), solo hemos asistido a un espeso silencio que retrata perfectamente a los ínclitos Robles, Casado, Arrimadas, Dolores Delgado y demás chufleros con pedigrí. Es una indecencia sin matices irse de mambo cuando a la currita y al currito de a pie se les prohíbe poner flores a sus difuntos.

Operación Contador

Algo huele a podrido en el giro copernicano que ha dado el caso Contador. De la noche a la mañana, Pedro J. Ramírez acoge en su regazo al candidato a casi seguro juguete roto, le quita la roña en dos o tres portadas de El Mundo con editorial adosado, lo presenta como mártir en el Marca (que también es suyo), le regala una presencia estelar en su canal de la TDT, y las afiladas lanzas se van volviendo inofensivas cañas. Hasta el presidente del Gobierno español y -para no ser menos- Mariano Rajoy claman públicamente por su inocencia y, como si no hubiera problemas más sangrantes, se explayan sobre la injusticia presuntamente cometida con el pedaleador. En esas llega la Federación española de ciclismo, se hace un puro con la sanción de dos años propuesta por la que creíamos todopoderosa UCI, y el de Pinto se vuelve a subir a la bici tan ricamente, previa nueva entrevista exclusiva en Cope, actual aliada mediática de su padrino con tirantes.

Querrán luego que no criminalicemos -también en este ámbito se emplea el dichoso verbo- el ciclismo y que confiemos con los ojos cerrados en la lucha de sus estamentos por la limpieza del deporte. Eso, los caciquillos (chupópteros, diría García) que viven como marajás de clásica en clásica y de criterium en criterium. Los otros, los políticos y los prohombres de la comunicación, pretenderán hacernos tragar que no ha habido trato de favor con el gladiador que con sus triunfos ha engordado el patrioterismo cañí. Habrían actuado igual con un pobre globero de los que quedan a siete horas en la general. Tararí. Nos han venido a decir, en realidad, que se pasan al Barón de Coubertain por la axila y que les importa media higa que las medallas que se cuelgan cual si ellos también hubieran subido el Tourmalet se hayan conseguido de forma más que sospechosa.

Que legalicen el dopaje

Después de esto, creo que la actitud más honesta sería legalizar y hasta promover el dopaje como sana práctica competitiva que, de propina, redundaría en beneficio del espectáculo. Además de ver a los txirridularis coronar los puertos como sputniks, cada media docena de etapas habría alguno que palmaría entre espasmos porque a su médico se le había ido la mano con la EPO. Y para el avituallamiento, claro, chuletones de Irun bien inyectados de clembuterol. Esto último, lo sé, no tiene ninguna gracia, pero no se me ocurre otra forma de no tomarme a la tremenda lo que los que han absuelto a Contador han dado por bueno: las carnicerías de por aquí arriba son como los coffeshops de Amsterdam.