Felipe VI, otro silencio

Paren las rotativas. El preparadísimo Felipe VI ha puesto bien firmes a los milicos tañidores de sables. Les ha dicho que la Carta Magna hispanistaní es el camino, la verdad y la vida. Bueno, no lo ha expresado exactamente así. En realidad, la frase literal del coronado es la que sigue: “La Constitución consagra el orden democrático y los deberes a los que todos estamos sujetos”. Y a partir de ahí, silbidos a la vía y glosas topicudas sobre el gran valor y la enorme entrega de los miembros de las Fuerzas Armadas españolas. O sea, absolutamente nada entre dos platos, que por otra parte, es lo que cabía esperar de un tipo que es exactamente lo que parece: el digno sucesor de su campechano y exiliado padre al que esta vez, por cierto, no le ha dedicado ni una coma del discurso pascual.

Sostiene la vanguardia progresí, incluida la que acampa en el Gobierno del Doctor Sánchez, que el tipo está cavando la fosa de la monarquía. La idea la repican desayuno, comida y cena sus cada vez más terminales mediáticas. Sin embargo, cuando uno acerca la lupa, no halla grandes signos de inquietud en el actual titular de la institución supuestamente amenazada. Por eso se permite sus opacos silencios ensordecedores o la difusión de mensajes de pata de banco como el de ayer. Mientras ladramos, él sigue cabalgando.

Robles, a lo Abascal

El hábito hace al monje y la cartera hace al ministro. A la ministra, en el caso que nos ocupa. Menuda transfiguración, la de Margarita Robles desde que juró el cargo como titular de Defensa en el gobierno español. De comparecencia en comparecencia, de declaración en declaración, se le van poniendo unas formas castrenses que empiezan a asustar. De seguir la escalada dialéctica, no descarto ver a la (tenida por) muy progresista magistrada soltando filípicas patrióticas en una refundada Radio Requeté.

Me dirán que exagero, pero ahí le anduvo ayer en el Congreso en su respuesta a una pregunta bastante facilita del diputado del PNV Joseba Agirretexea. Como unos cuantos millones de ciudadanos fusilables, el representante jeltzale quería saber si el Gobierno tenía la intención de poner freno a la seguidilla de regüeldos fascistoides de distintos uniformados en activo o jubilados. Ojo, que hablamos desde bravuconadas por guasap a incitación a un golpe de estado, pasando por cánticos franquistas. Robles tenía a huevo quedar de cine prometiendo meter en cintura a los nostálgicos. En su lugar, optó por abroncar a Agirretxea tachándolo de nacionalista excluyente y media docena de excesos verbales del pelo y por una explosión de elogios desmedidos a las milicias hispanas. Hasta Abascal tuvo ganas de aplaudir.

Constitución oxidada

No recuerdo un aniversario de la Constitución española más aguachirlado que este último. Y no solo por la pandemia, que nos ha ahorrado el ágape y los corrillos de rigor. Todo ha sido herrumbroso, como los sables que se agitan estos días en cartas, manifiestos y grupos bravucones de guasap. Qué gracia, por cierto, pensar que estos militarotes nostálgicos del bajito de Ferrol se reclamen como los últimos valedores de la llamada Carta Magna. Ya no se acuerdan los decrépitos uniformados lo poco que les gustó el texto en los días en que fue promulgado. Al final, parece que han acabado asumiendo, como la mayoría de los actuales palmeros de la cosa, que de todos sus artículos, los únicos que cuentan son los que proclaman la sagrada unidad de la nación española.

Por lo demás, no deja de resultar digna de alborozo la lista de los ausentes en los fastos. A los malvados que han convertido en tradición no estar en el cumpleaños se unieron esta vez la derecha ultramontana (lean Vox) y esa nadería que atiende por Ciudadanos. El PP del zigzagueante Casado —¡ahora dice que representa a los socialdemócratas!— no tuvo narices de faltar. ¿Y qué me dicen ustedes de los presentes en primer tiempo de saludo? Porque es verdad que el PSOE siempre ha estado, pero el entusiasmo de su socio, Unidas Podemos, mueve a la… ¿risa?

Golpistas y terroristas

Detesto con todas mis fuerzas a ese Geyperman cañí que atiende por Iván Espinosa de los Monteros. No me cabe ni la menor duda sobre su fachez con olor a Varon Dandy ni sobre su condición de mala persona. Conste en acta antes de anotar que el fulano en cuestión tuvo toda la razón, o sea, todas las razones, para agarrarse un globo y pirarse con cajas destempladas de la sesión de la pomposa comisión para la reconstrucción nacional en la que se le meó encima el vicepresidente del gobierno españolísimo, doctor Pablo Iglesias Turrión, con la ayuda del presidente (manda huevos) de la cosa, Patxi López.

Claro que lo más triste a la par que ilustrativo es que como esto va de banderías y parroquias, la hinchada progresí hace la ola a su ídolo por haberle escupido unas diez veces al fulano no sé qué de un golpe de estado. Quizá si fuéramos una gotita ecuánimes, reconoceríamos que igual que es una barbaridad llamar terrorista a todo quisque, es, como muy poco, una frivolidad tildar de golpismo cada regüeldo cavernario. Dejemos algo, por favor, para los terroristas y los golpistas de verdad.

Por desgracia, volvemos a no estar ante una anécdota sino frente a una categoría. Decenas de miles de muertos y la devastación económica son solo munición para que los desvergonzados engorden su caladero de votos. Y su ego.

Golpistas a tutiplén

Está entretenida la tragicomedieta política hispanistaní con todo quisque poniéndose mutuamente de golpista y llevándose una. Me consta que los más milindris y cierta parte de los rasgadores de vestiduras para la galería andan preocupadísimos atribuyendo esta competición de idiocia a no sé qué crispación que crece en espiral y hasta advierten del peligro de acabar en el abismo, en el punto de no retorno o, qué sé yo, en la exageración que les salga en el momento. A buenas horas vamos a perder el sueño por una práctica, la del insulto de fogueo, tan vieja como el ejercicio del parlamentarismo. Iba a escribir que es dialéctica pura y dura, pero ojalá se tratara de una disciplina tan elevada. Con verborrea cochinera va que chuta.

Otra cosa es que el uso de la palabra golpista como ariete contra el rival resulte de lo más reveladora sobre quien la utiliza para tales menesteres. Más allá de la trivialización del concepto que señaló Aitor Esteban, el perrenque con el término —en fino, su uso y su abuso— opera como retrato preciso de quienes lo escupen una y otra vez. Como no somos nuevos, si de alguien esperamos que apoye un verdadero golpe de estado, con su camista azul y su canesú salvador de la patria en peligro, es del ladrador en sepia Pablo Casado. O, claro, de su guardia de palmeros, empezando por el archiconocido en estos lares Javier Maroto, autor de una frase que es toda una declaración de intenciones. Dijo el nada añorado exalcalde de Gasteiz que los golpes de estado “desgraciadamente, hoy en día, no se dan con tanques o sables como en el siglo pasado”. Desgraciadamente. No hay más preguntas, señoría.

Gernika, 80 años

Gernika, 80 años, y sigue sin llegar el menor gesto de reconocimiento del Gobierno español. Bastarían unas palabras, ni siquiera demasiado escogidas. Podrían copiarlas de las mil instituciones de cualquier lugar del mundo que no han perdido los anillos por pronunciar unas frases balsámicas allá donde sus antecesores habían cometido una injusticia. No se trata, en ningún modo, de asumir la responsabilidad a título personal de los actuales dirigentes. Nadie es tan bruto como para atribuirles la autoría de una barbarie que ocurrió cuando ni siquiera habían nacido. ¿A santo de qué, a estas alturas, la cerril negativa, tantas veces acompañada de aspavientos. Es imposible que no parezca un signo de conciencia culpable.

Claro que tal vez sea algo más que la conciencia. Ahí tienen a Juan José Imbroda, militante del PP y máxima autoridad civil de ese vergonzante parque temático del franquismo llamado Melilla, acudiendo en pleno 2017 al entierro de pompa y circunstancia de los despojos del tres veces golpista José Sanjurjo Sacanell. Cuando es descubierto, en lugar de bajar la testuz abochornado, todavía se atreve a porfiar que volvería a hacerlo una y mil veces porque el genocida frustrado —recordemos que palmó, quizá por intercesión de los suyos, solo dos días después de la sublevación— había defendido o así la ciudad en 1921.

Y abundando en homenajes fúnebres que lo explican casi todo, el patético Cara al sol de unos energúmenos casposos ante el féretro de José Utrera Molina, orgulloso esbirro del bajito de Ferrol, muerto de viejo sin arrepentir y sin rendir cuentas. Gernika, 80 años. Y los que pasarán.