Los que callan… y otorgan

Sí, es verdad, los más miserables son los que aplauden las matanzas que está cometiendo Putin en Ucrania. Por ejemplo, aunque no son los únicos, esos desalmados que pintarrajearon la vomitiva Z prorrusa en los albergues de Bizkaia que acogen refugiados. Añado ahí a los memos que vinieron a mi blog a hacerles el caldo gordo cuando lo denuncié. Medio peldaño de indecencia por debajo están los negacionistas que atribuyen las imágenes de las masacres a montajes ordenados por Zelenski o, peor todavía, cometidas por él mismo para pasar por mártir. Por ahí andan también los desvergonzados que nos exigen que escuchemos “las versiones de los dos lados”, colocando en el mismo plano a los victimarios y a sus víctimas, y tirando del cínico comodín: “Como no estamos allí, no podemos saber lo que pasa”. Inmediatamente después o a la par están los del “pero es que…”, siempre con una justificación de las carnicerías que desvía la responsabilidad de Rusia y la sitúa en la OTAN, Estados Unidos o la Unión Europea.

Y luego están los integrantes de una categoría especial de impudicia, la de los que callan como las tumbas que no tendrán la mayoría de los asesinados por la soldadesca rusa. Son esos tipos que salen en tromba a poner el grito en el cielo y a impartir lecciones de dignidad ante cualquier injusticia del repertorio oficial pero que todavía no han dedicado medio tuit a las orgías de sangre de Mariúpol, Bucha o la estación de Kramatorsk. Ese silencio de piedra después de casi cincuenta días de invasión los retrata entre la peor calaña de cobardes y, por añadidura, despoja de credibilidad cualquiera otra de sus denuncias.

Los dignos callan sobre Nicaragua

Nos caía el lagrimón cantando “Ay, Nicaragua, Nicaragüita, la flor más linda de mi querer”. Qué nudo en la garganta al llegar al verso que dice “Pero ahora que ya sos libre, yo te quiero mucho más”. Cuarenta años después, Carlos Mejía Godoy, autor de ese y de otros tantos himnos sandinistas, vive exiliado en Costa Rica porque su hermano de revolución, Daniel Ortega, quería darle matarile, como ha hecho con prácticamente todos los que lo acompañaron en aquella guerra terrible que llevó al fin de la despiadada dictadura somocista. Con ellos, y con otros miles de personas a las que el tirano enloquecido ha colgado el baldón de enemigos del pueblo. Los que no pusieron tierra de por medio están en la cárcel o… muertos. El tipejo tiene acreditado que no se para en barras.

En estas condiciones inadmisibles se han celebrado unas elecciones de pega en las que, oh sorpresa, Ortega ha ganado por goleada a una oposición de atrezzo y con una raquítica participación. Todo, con una comunidad internacional no diré que mirando hacia otro lado, pero como poco, sí de refilón, como si este tremendo escándalo no fuera con los dirigentes que en otras circunstancias dan lecciones de dignidad. Claro que todavía es más grave el silencio de los campeones planetarios de denunciar vulneraciones de los Derechos Humanos. Con honrosas excepciones, la que se reclama como izquierda transformadora se encoge de hombros ante las tropelías del sátrapa o ante el aplauso desvergonzado del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Lo triste una vez más es que ni siquiera podemos decir que nos sorprende.

Cachorros desatados

Hay pandemias que no se pasan. La de los ataques totalitarios a los señalados como enemigos del pueblo es una de las más resistentes en este trocito del mapa. Es imposible llevar la cuenta de las olas y los rebrotes. Ahora mismo estamos en la enésima andanada de paredes pintarrajeadas con las pedestres amenazas y bravuconadas de siempre. La novedad, si cabe, es que al spray se le ha unido como elemento de atrezzo el depósito de bozales. Y para que no quepan dudas, con firma, e incluso grabación en vídeo para su distribución como gran hazaña en las redes sociales.

Ernai, es decir, las juventudes de Sortu, es el nombre que aparece en la rúbrica. De entrada, es una muestra del sentimiento de impunidad de quien perpetra semejantes comportamientos. En el escalón siguiente está la falta de la menor reprobación por parte de sus mayores. “No estamos de acuerdo con las pintadas”, es todo lo más que ha llegado a salir de labios de algún representante de EH Bildu. Callan hasta los que presumían de llevar limpia la muda ética. Ojalá fuera sorprendente, pero tan solo es la triste constatación de lo que ya sabemos. Los que presentan un cutis más fino frente al fascismo rampante hacen la estatua —si es que no aplauden y jalean ardorosamente— ante las actitudes fascistas de manual de los cachorros de la manada.

Caso Larrion, no tan personal

Mantengo lo que dije anteayer sobre el desgraciado caso de Miren Larrion. Es una auténtica pena que se haya visto en la necesidad de suplantar la identidad de una compañera de partido para abrir una cuenta bancaria. Seguro que fue un problema personal. No lo vamos a discutir. Pero después de lo que revelan las webs, y los diarios del Grupo Noticias, ha pasado a ser, sin el menor género de dudas, una cuestión para el debate público que concierne a la formación de cuya Ejecutiva en Araba han sido integrantes la suplantadora (no digo presunta porque lo ha confesado) y la suplantada.

Desde el momento en que sabemos que la dirigente local de EH Bildu intentó paralizar la denuncia al tener conocimiento de que la que se había hecho pasar por ella era la líder de su propio partido en el ayuntamiento de Gasteiz, el foco apunta a la coalición soberanista. Si se tratara de un marrón que afectara a PNV, PSE o PP, lo tendríamos meridianamente claro, ¿verdad? Así que, aunque obviamente no se trata del Watergate ni cosa parecida, damos por caducadas las palabras de Maddalen Iriarte asegurando que EH Bildu había dicho “todo lo que tenía que decir” sobre el asunto. De eso, nada. Es la hora de las explicaciones que estarían exigiendo con vehemencia si el pufo, por muy personal que fuera, hubiera caído en otra casa.

Felipe VI, otro silencio

Paren las rotativas. El preparadísimo Felipe VI ha puesto bien firmes a los milicos tañidores de sables. Les ha dicho que la Carta Magna hispanistaní es el camino, la verdad y la vida. Bueno, no lo ha expresado exactamente así. En realidad, la frase literal del coronado es la que sigue: “La Constitución consagra el orden democrático y los deberes a los que todos estamos sujetos”. Y a partir de ahí, silbidos a la vía y glosas topicudas sobre el gran valor y la enorme entrega de los miembros de las Fuerzas Armadas españolas. O sea, absolutamente nada entre dos platos, que por otra parte, es lo que cabía esperar de un tipo que es exactamente lo que parece: el digno sucesor de su campechano y exiliado padre al que esta vez, por cierto, no le ha dedicado ni una coma del discurso pascual.

Sostiene la vanguardia progresí, incluida la que acampa en el Gobierno del Doctor Sánchez, que el tipo está cavando la fosa de la monarquía. La idea la repican desayuno, comida y cena sus cada vez más terminales mediáticas. Sin embargo, cuando uno acerca la lupa, no halla grandes signos de inquietud en el actual titular de la institución supuestamente amenazada. Por eso se permite sus opacos silencios ensordecedores o la difusión de mensajes de pata de banco como el de ayer. Mientras ladramos, él sigue cabalgando.

Habla, mudito Felipe VI

Esta noche, gran velada. O sea, gran discurso. ¿Albergo expectativas exageradas? Seguro, pero si siguen mis desvaríos desde hace tiempo, sabrán que tengo entre mis perversiones menos presentables la de atizarme en vena el mensaje borbonesco de nochebuena. Del que toque. Lo hacía con el viejo y golfo y he seguido con su preparadísimo (ejem) vástago. Comprendo perfectamente el sarpullido que le puede provocar al común de los mortales, especialmente de los censados en la pérfida Baskonia, la sola idea de someterse al blablablá del coronado impuesto de turno. Sin embargo, entre que me dedico a esto de opinar y tengo ese natural bizarro que les decía, mientras las gambas chisporroteen en la plancha, yo estaré atento a la cháchara del inquilino de Zarzuela.

¿Es que nos va a dar algún gran titular? Abandonen toda esperanza. La gracia residirá, sospecho, en cuánto tiempo va a estar amorrado el tipo a los topicazos de la pandemia para evitar el par de asuntos sobre los que lleva callando el muy joío desde tiempo ya casi inmemorial: las incontables manganzas de su progenitor y los apoyos a su coronada persona del más rancio facherío con o sin uniforme. Apuesto (y creo que gano) a que en el mejor de los casos hará una velada alusión a lo primero y dejará sin mentar lo segundo. Queda poco para comprobarlo.

Desclasificando a Felipe

Más claro no lo puede decir el informe de la CIA de 1984 que ahora sabemos que ha sido desclasificado: “[Felipe] González ha acordado la formación de un grupo de mercenarios, controlado por el Ejército, para combatir fuera de la ley a los terroristas”.

Y es radicalmente verdad que no necesitábamos leerlo en un documento secreto de la agencia de inteligencia más poderosa —y con menos escrúpulos— del planeta, pero 36 años después de los hechos, la frase es una patada en la boca del estómago de la democracia española. Certifica, más allá del relato de aquel patético juicio de fogueo, que el presidente de un gobierno salido de unas urnas recurrió a los secuestros y los asesinatos para acabar con ETA. En realidad, para tratar de acabar con la banda, debemos matizar, porque la chapuza sanguinaria solo sirvió para dejar un reguero de dolor. Las acciones se prolongaron durante tres decenios más.

Con todo, lo más revelador del dossier no es que nos cuente algo, insisto, que ya sabíamos. Lo verdaderamente significativo es el manto de silencio indiferente y cómplice que ha seguido a su publicación en el diario La Razón. Muchos de los que gastan palabras grandilocuentes sobre el imperativo de reconocer el daño causado en aras de la reparación callan y otorgan. El GAL siempre quedó fuera de esas exigencias.