La vuelta no vuelta del emérito

Vaya, qué contrariedad para los cortesanos succionadores. El emérito salido de rositas de sus mil y un pufos se queda en su lugar de extrañamiento. En la carta que le ha mandado a su aliviado hijo para que la comparta con el resto de sus súbditos dice literalmente que ha adaptado su forma de vida a Abu Dabi, donde ha encontrado la tranquilidad necesaria para afrontar este periodo de su existencia. Añade, en todo caso, que tiene la intención de volver de cuando en cuando a España, pero que lo hará sin ruido y alojándose en casas de amiguetes para no ser piedra de escándalo.

Si le dan media vuelta, al final resulta que se ha impuesto la justicia poética. Porque sí, lo suyo habría sido verlo primero arrastrándose por los banquillos y luego, entrando en Soto del Real. Pero puesto que esa breva ni iba ni va a caer, el castigo real (casi en doble sentido de la palabra) consistirá en que el rey viejo tendrá que pasar sus últimos años como un apestado a 7.000 kilómetros de Madrid. Un destierro todo lo dorado y lujoso que quieran, pero destierro al fin y al cabo. Su loca bragueta y su (aunque parezca mentira) más loca todavía ansia de acumular pasta lo han convertido en un tipo venenoso para casi todos, empezando por su familia; no nos engañemos, si no vuelve es porque su propio vástago no lo quiere cerca ni en pintura. Lo más aproximado a una redención le llegará, siguiendo la costumbre, cuando se produzca “el hecho biológico”. Y aun así, mucho tendrán que esforzarse los blanqueadores para que el relato futuro pase por alto que Juan Carlos de Borbón y Borbón no fue lo que se dice un personaje ejemplar.

Felipe VI y su padre ausente

Es casi una tradición tan asentada como la propia perorata borbónica de nochebuena que yo les venga dos días después con una parrapla al respecto. Les suelo contar, y vuelvo a refrescarles la memoria, que no me he perdido un solo discurso en los últimos 35 años y que siempre los veo en lo que antes llamábamos “la primera cadena” y hoy es “La Uno” de RTVE; el medio también es el mensaje, créanme. La cosa es que este vicio que linda con la perversión me da pie para proclamar con mucho conocimiento de parte que el del viernes por la noche fue la peor homilía que recuerdo. Y miren que las ha habido malas como la carne de pescuezo, pero los trece minutos en el córner del popularmente conocido como El Preparao fueron una acumulación de naderías, topicazos y perogrulladas digna de antología.

Por supuesto, ni media palabra sobre su padre, despachado por él mismo de una patada al asilo dorado de los Emiratos sátrapas del Golfo. Ahora que en los tribunales suizos se libra por el aburrimiento del fiscal y en los españoles por la oportuna muerte de quien llevaba personalmente su investigación, el rey viejo y su larga nómina de cortesanos no van a dejar de dar la barrila para volver. Por supuesto, con los gastos pagados en A, B o C. Se le viene un problemón a Felipe VI y la charleta del otro día habría sido una ocasión pintiparada para decir qué opina de esa Operación Retorno que le están montando al emérito. Aunque casi más interesante resultaba saber la opinión del actual jefe del estado español sobre las trapisondas sin cuento de su progenitor. Todo lo que dijo fue no sé qué de la ejemplaridad de las instituciones. O sea nada de nada.

23-F, operación limpieza

En medio de mis cambios personales y profesionales, prácticamente se me ha venido encima otro aniversario del 23-F. ¿Otro? En realidad, uno con los toques particulares que marcan las efemérides redondas. Oigan, que son ya 40 años, y seguimos en la inopia más absoluta de lo que pasó antes, durante y después de las chuscas imágenes del bigotón del tricornio pistola en mano en el Congreso de los Diputados. Diría, incluso, que con el transcurso de estos cuatro decenios hemos ido avanzando en el desconocimiento de los hechos a base de mezclar intentos serios de documentación con las más peregrinas teorías de la conspiración. Claro que lo peor es que a quienes tienen menos años que los sucesos todo aquello les importa una higa. Supongo que esa era y sigue siendo la idea: mejor correr un tupido velo.

No les niego, en todo caso, que del presente aniversario sí me está resultando golosamente llamativo el intento indisimulado de aprovechar el viaje para quitarle emérito el manto de roña que se le ha ido pegando al trascender sus pufos diversos. Allá al fondo a la derecha, pero también un poco más acá, hacia el tibio centro-izquierda, comienza a venderse la especie de que hay que ser indulgente con los mangoneos del turista de Abu Dabi porque hace 40 años salvó la democracia española. Esperemos que no cuele.

No toquen al Borbón

¿Investigar en sede parlamentaria los (presuntos, ejem) pufos campechanos de su emérita majestad borbónica? Hasta ahí podían llegar los hoy usufructuarios del partido en que militaron Pablo Iglesias Posse, Clara Campoamor o Julián Besteiro. Incluso el audaz Pedro Sánchez, aquel que le lloró a Évole que los poderosos le hacían la cama, tiene un non plus ultra, o sea, una línea azul que no va a traspasar. Sí, justo esa, la misma que Felipe Equis González, José Luis Rodríguez Zapatero, el difunto Pérez Rubalcaba y hasta los versos libres profesionales como Odón Elorza. En cinco palabras, la monarquía no se toca. Da igual la pasada que la presente o la por venir. Luego, ya si eso, nos ponemos requetesolemnes cada 14 de abril, trajinamos de aquí para allá la momia de Franco o rendimos sentido homenaje a los integrantes españoles de la Nueve que liberaron París.

¿Y eso, aunque sea a costa de pelearse con su socio de Gobierno? No contesten, que los interrogantes eran retóricos. Como en las rencillas por la subida de la luz, el bloqueo del salario mínimo, la propuesta para aumentar los años de cotización o cualquiera de las mil y una materias de gresca pública, de momento todo es balacera de fogueo. Ni siquiera un rey trincón es capaz de romper la sociedad de auxilios mutuos que gobierna en España.

Habla, mudito Felipe VI

Esta noche, gran velada. O sea, gran discurso. ¿Albergo expectativas exageradas? Seguro, pero si siguen mis desvaríos desde hace tiempo, sabrán que tengo entre mis perversiones menos presentables la de atizarme en vena el mensaje borbonesco de nochebuena. Del que toque. Lo hacía con el viejo y golfo y he seguido con su preparadísimo (ejem) vástago. Comprendo perfectamente el sarpullido que le puede provocar al común de los mortales, especialmente de los censados en la pérfida Baskonia, la sola idea de someterse al blablablá del coronado impuesto de turno. Sin embargo, entre que me dedico a esto de opinar y tengo ese natural bizarro que les decía, mientras las gambas chisporroteen en la plancha, yo estaré atento a la cháchara del inquilino de Zarzuela.

¿Es que nos va a dar algún gran titular? Abandonen toda esperanza. La gracia residirá, sospecho, en cuánto tiempo va a estar amorrado el tipo a los topicazos de la pandemia para evitar el par de asuntos sobre los que lleva callando el muy joío desde tiempo ya casi inmemorial: las incontables manganzas de su progenitor y los apoyos a su coronada persona del más rancio facherío con o sin uniforme. Apuesto (y creo que gano) a que en el mejor de los casos hará una velada alusión a lo primero y dejará sin mentar lo segundo. Queda poco para comprobarlo.

Esperando al ‘Preparao’

Se le acumula el trabajo a Felipín Six de cara al discurso de nochebuena. Ya puede pedir ampliación de minutaje porque anda que no tiene cosas de las que largar el muy preparado menarca, digo monarca. En todo caso, apuesto y creo que ganaré, que se liará con el coronavirus y no quedará espacio —perdonen el tonto juego de palabras— para el virus de la corona. Miren por dónde, que los cortesanos que le succionan los esfínteres sostienen exactamente lo contrario. Prometen que el barbado soberano se va a quitar el cinto en el mensaje y vomitará por esa boquita toda la bilis que le ronda, especialmente contra su campechano viejo, que no deja de ponerlo en evidencia desde el mismo día en que, a la fuerza ahorcan, abdicó y le cedió muy a regañadientes el cetro.

Lo creeré cuando lo vea. De momento, sonrío al pensar si va a tener bemoles en remedar al asesino de elefantes en aquella frase para la histeria, o sea, para la historia: la Justicia es igual para todos. Siempre puede marcarse un Ayuso y ser sincero: no todos somos iguales ante la ley, ¿qué se van a creer? Las otras dudas son si para esas fechas señaladas el aludido mantendrá la condición de rey y si seguirá siendo un distinguido huésped en una satrapía o, siguiendo el lema del célebre anuncio de turrón, habrá vuelto por Navidad. Más palomitas.

Una monarquía en cash

¡Caray con su emérita majestad borbónica! Pensábamos que ya nos había agotado nuestra capacidad de sorpresa con sus choriceos y sus extravagancias, y resulta que aún nos quedaba por conocer su faceta de trasegador de billetes de curso legal. Qué imagen, según el testimonio de la lenguaraz e indiscreta Corinna zu Sayn-Wittgenstein, la del campechano contando con una máquina sus billetes acarreados en maletones y colados en Barajas como quien pasaba salchichones y tocinos en los fielatos de la posguerra. O la del mismo gachó coronado sacando cien mil euros de vellón al mes de cajeros automáticos de aquí y de allá. Y no digamos ya de cuando, siempre atendiendo al relato de la aristócrata bocachancla, sacaba el fajo y le daba la paga en cash su hijo y sucesor.

Ahí tenemos, por un lado, a un ser humano aquejado de una más que probable patología mental —a expensas de que me corrija mi querido doctor Imanol Querejeta—, pero también a un vástago que lo sabía absolutamente todo y que no hizo nada por detener semejantes comportamientos de su viejo. No cuela, señor soberano preparao, lo de la renuncia de la herencia, cuando hasta el que reparte las cocacolas sabe que de su señor padre ahora medio repudiado no solo recibió un pastizal, sino un trono. Renuncie a eso y empezaremos a creer que va en serio.