No toquen al Borbón

¿Investigar en sede parlamentaria los (presuntos, ejem) pufos campechanos de su emérita majestad borbónica? Hasta ahí podían llegar los hoy usufructuarios del partido en que militaron Pablo Iglesias Posse, Clara Campoamor o Julián Besteiro. Incluso el audaz Pedro Sánchez, aquel que le lloró a Évole que los poderosos le hacían la cama, tiene un non plus ultra, o sea, una línea azul que no va a traspasar. Sí, justo esa, la misma que Felipe Equis González, José Luis Rodríguez Zapatero, el difunto Pérez Rubalcaba y hasta los versos libres profesionales como Odón Elorza. En cinco palabras, la monarquía no se toca. Da igual la pasada que la presente o la por venir. Luego, ya si eso, nos ponemos requetesolemnes cada 14 de abril, trajinamos de aquí para allá la momia de Franco o rendimos sentido homenaje a los integrantes españoles de la Nueve que liberaron París.

¿Y eso, aunque sea a costa de pelearse con su socio de Gobierno? No contesten, que los interrogantes eran retóricos. Como en las rencillas por la subida de la luz, el bloqueo del salario mínimo, la propuesta para aumentar los años de cotización o cualquiera de las mil y una materias de gresca pública, de momento todo es balacera de fogueo. Ni siquiera un rey trincón es capaz de romper la sociedad de auxilios mutuos que gobierna en España.

Un gobierno a la greña

Entre drama y drama, sigue uno casi con jolgorio la comedieta bufa de la bronca nada sorda que se traen los dos socios del gobierno español. Como a la fuerza ahorcan y la alternativa es la que es, no parece ni de lejos que el intercambio de bofetadas vaya a producir que el pacto estalle a corto plazo, pero da toda la impresión de que el espectáculo continuará en bucle, provocando momentos de hilaridad entreverada de sofoco.

Se me dirá que estas fricciones son absolutamente normales en un ejecutivo de dos o más colores y, efectivamente, cabe citar ejemplos muy cercanos —los gabinetes de la demarcación autonómica y la foral— donde vuelan las cargas de profundidad y hay morros para desayunar con frecuencia. Pero no recuerdo yo que en estos casos se haya llegado a los niveles de falta de respeto, inquina indisimulada y deslealtad abierta que vemos en la gresca entre PSOE y Unidas Podemos. No es ni medio normal que un vicepresidente acuse de machista frustrado a un compañero de banco azul, como ha hecho Iglesias con el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo. Y menos, que el insultador profesional Echenique haya acudido a ayudar a su jefe en la paliza dialéctica con un regüeldo todavía mayor.

Pero de lo suyo gastan. Leo que el vituperado Campo, después de haber filtrado la colección de membrilleces de la ministra Montero en la Ley de Libertad Sexual, ha bajado la testuz y se apunta a un pelillos a la mar por el bien de la causa. Sin duda, Redondovich, el capataz del patrón Sánchez le ha recordado las normas de la casa de la sidra resumidas en el viejo pero vigente axioma de Guerra: el que se mueve no sale en la foto.

Un dilema soberano

¿Facilitar o no facilitar la investidura de un gobierno con Pedro Sánchez como presidente y Pablo Iglesias como vicepresidente? He ahí el dilema del soberanismo catalán que —dejémonos de bobadas— es quien tiene los votos necesarios, incluso en forma de abstención, para que el pacto de los Picapiedra pase del par de folios con la firma de los susodichos a la realidad. Fíjense que lo que tras el 28 de abril parecía empresa factible ahora se ha puesto muy cuesta arriba. Y no será porque no se advirtió hasta la náusea durante el flirteo impostado del verano de que tras la sentencia del Procés el asunto se tornaría endiablado.

Por si eso no hubiera sido suficiente por sí solo, el Sánchez de la campaña electoral prometiendo trullo para los convocantes de referendos o presumiendo de que a un chasquido de sus dedos la fiscalía traería a Puigdemont engrillado ha elevado el precio del trato. Como poco, cabría exigir que el aspirante a dejar de estar en funciones se retractara de sus bravatas. No parece que vaya a ocurrir y aunque así fuera, tampoco se puede asegurar que serviría de algo cuando llevamos cuatro semanas de bronca sin tregua en las calles.

Ahí es donde Esquerra tiene que tomar aire y andar con pies de plomo. Será muy complicado explicar a los que llevan en el costillar una buena colección de porrazos que se va a permitir un ejecutivo liderado por el que ordenó a los uniformados actuar sin miramientos. Ya hemos visto a Rufián tratado de traidor y abandonando con la testuz gacha una movilización a la que acudió pensando que lo pasearían a hombros. No va a ser nada sencillo escoger entre lo malo y lo peor.