Un gobierno a la greña

Entre drama y drama, sigue uno casi con jolgorio la comedieta bufa de la bronca nada sorda que se traen los dos socios del gobierno español. Como a la fuerza ahorcan y la alternativa es la que es, no parece ni de lejos que el intercambio de bofetadas vaya a producir que el pacto estalle a corto plazo, pero da toda la impresión de que el espectáculo continuará en bucle, provocando momentos de hilaridad entreverada de sofoco.

Se me dirá que estas fricciones son absolutamente normales en un ejecutivo de dos o más colores y, efectivamente, cabe citar ejemplos muy cercanos —los gabinetes de la demarcación autonómica y la foral— donde vuelan las cargas de profundidad y hay morros para desayunar con frecuencia. Pero no recuerdo yo que en estos casos se haya llegado a los niveles de falta de respeto, inquina indisimulada y deslealtad abierta que vemos en la gresca entre PSOE y Unidas Podemos. No es ni medio normal que un vicepresidente acuse de machista frustrado a un compañero de banco azul, como ha hecho Iglesias con el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo. Y menos, que el insultador profesional Echenique haya acudido a ayudar a su jefe en la paliza dialéctica con un regüeldo todavía mayor.

Pero de lo suyo gastan. Leo que el vituperado Campo, después de haber filtrado la colección de membrilleces de la ministra Montero en la Ley de Libertad Sexual, ha bajado la testuz y se apunta a un pelillos a la mar por el bien de la causa. Sin duda, Redondovich, el capataz del patrón Sánchez le ha recordado las normas de la casa de la sidra resumidas en el viejo pero vigente axioma de Guerra: el que se mueve no sale en la foto.

Reparto de culpas

Las ocho semanas de campaña que nos quedan hasta el bis electoral van a girar monotemáticamente sobre una cuestión: quién ha tenido la culpa. De hecho, llevamos en estas desde que empezaron las presuntas negociaciones. Ahora ya sabemos que en esas mesas de ping-pong dialéctico lo fundamental nunca fue el acuerdo, sino la construcción de una mandanga retórica que permitiera endiñar al otro la responsabilidad del fiasco. Y a la vista de que esa esgrima va a determinar el resultado del 10 de noviembre, procede preguntarse del modo más desapasionado posible si cabe hacer una clasificación general de la culpa atendiendo a las actitudes acreditadas desde que se contaron los votos de las últimas generales.

La primera en la frente: no parece haber lugar para una respuesta objetiva. Como vemos, esto va de filias y fobias, de simpatías y antipatías. Cualquiera cercano al PSOE apuntará a Unidas Podemos como causante del desastre y, en simétrica correspondencia, los partidarios de Iglesias se lo atribuirán a Sánchez. Luego están los no alineados (aunque sí una gotita esquinados) que, tirando de manual, pontificarán que la responsabilidad mayor siempre recae en el líder de la fuerza más votada. Sin negarlo, y sin dejar de ver también que en estos meses Pedro Sánchez ha batido récords siderales de soberbia y humillación hacia los morados, no hay que ser ajenos a otra evidencia palmaria: Iglesias se lo ha puesto a huevo de principio a fin. Tan de Juego de Tronos que es, no ha olido el problemón en que habría metido a su antagonista con un simple apoyo gratuito. O no ha querido hacerlo. Esa culpa, nada pequeña, es suya.