Zaldibar, un año

Yo sí me acuerdo. Al día siguiente, la noticia principal en la demarcación autonómica —y en especial, en Gipuzkoa y Bizkaia— no fue el derrumbe sino la posibilidad de una final vasca de Copa. Aquella noche, mientras los equipos de rescate se afanaban entre los escombros sin saber aún que eran altamente tóxicos, la Real y el Athletic se deshicieron, respectivamente, del Real Madrid y el Barça en cuartos. Queda como testimonio para no olvidar la imagen de alguno de los líderes políticos que más se echaría las manos a la cabeza después enfundado en la camiseta del club de sus amores con una sonrisa Profidén. Eso, insisto, cuando desde las cuatro y pico de la tarde conocíamos que dos personas habían quedado sepultadas bajo miles de metros cúbicos de tierra y residuos venenosos.

De alguna manera, semejante festival de hipocresía fue el presagio de lo que vino a continuación. Siguiendo un libreto archiconocido, repetido hasta la saciedad en nuestra triste historia, una brutal tragedia humana y un notable desastre medioambiental se convirtieron en munición para el aprovechamiento politiquero más vil. Transversal, por demás, pues se moría uno del asco y de la pena al escuchar diatribas idénticas en labios españolistas del copón o soberanistas del nueve largo. Lo de menos, las dos vidas perdidas.

Zaldibar argitu… o así

Homicidio imprudente, libertad con cargos y retirada de pasaporte. Pues así, de saque, no parece poca cosa lo que ha dictaminado la juez sobre el propietario y los directivos principales del vertedero de Zaldibar. Curioso, sin embargo, que hayan tenido que pasar casi seis meses y que la iniciativa de la detención partiera de la Ertzaintza. Se pierde uno en los vericuetos judiciosos, pero si los renglones torcidos son para empezar a escribir el relato más verídico posible de lo que llevó a la tragedia (como dije ayer, nada accidental) del 6 de febrero, procede dar la bienvenida a este paso. De eso se trata, ¿no?, de esclarecer lo que desembocó aquella fatídica tarde en la sepultura en vida de dos personas cuyos cadáveres siguen sin aparecer y en una catástrofe medioambiental sin precedentes en el terruño.

Zaldibar argitu; Aclarar Zaldibar, proclaman las consignas aventadas con idéntico ardor en euskera o recio castellano, según la parroquia que pretenda hacer caja del drama. Como intención, vuelvo a repetir, me parece nobilísima. Aguante su vela cada palo y depúrense todas las responsabilidades, incluyendo (o empezando por) las políticas. Ojalá. Pero de sobra sabemos que esto no va de eso, sino de cargar literalmente los muertos, venga o no a cuento, al adversario, o sea, al enemigo político.

Los dueños del vertedero

Sorprende la rapidez y la contundencia de la empresa Verter Recycling para denunciar lo que consideran “detención ilegal” de su propietario, su ingeniero jefe y su gerente. Cómo hubiéramos agradecido una celeridad semejante para haber aclarado las circunstancias de la tragedia —parece que nada accidental— del vertedero de Zaldibar, su vertedero, según consta en el registro de la propiedad. Pero no. Todo lo que hemos tenido en estos casi seis meses eternos han sido tibias notas de despeje a córner, pobres excusas y, en definitiva, silbidos a la vía. Para qué otra cosa, si el marronazo del desplome se lo estaba comiendo a mordiscos el gobierno vasco o, más concretamente, el lehendakari.

Y miren, yo no digo que el ejecutivo o el propio Iñigo Urkullu hayan estado acertados en todas sus decisiones, especialmente en los primeros días tras el desplome, cuando mostraron más titubeos de los necesarios. Pero nos conocemos lo suficiente, porque tenemos un puñado de casos calcados a este, para saber que el carroñerismo político no se iba a parar en barras. Como botón de muestra, los buitres de signo ideológico opuesto cacareando las mismas letanías presuntamente en nombre de los dos trabajadores sepultados. Sin descartar otras responsabilidades, ahora el foco está donde debe, en los dueños de la empresa.

Zaldibar, falta información

Precisamente porque existen carroñeros —hienas más que buitres; se nota en las risas que son incapaces de disimular—, no se les puede procurar el festín que se están pegando desde el minuto uno del desplome del vertedero de Zaldibar. Bueno, desde el segundo día, quiero decir, que en las primeras horas, cuando ya había dos personas sepultadas, estaban, como tantos otros, en la jarana futbolera. Algún documento gráfico y escrito hay al respecto. Palabra, que no dejo de hacerme cruces con la surtida barra libre que se les está sirviendo a los chapoteadores en el cieno.

Eso, sin contar con lo fundamental: la inmensa mayoría de personas que reclaman una información veraz sobre lo que está pasando no pertenecen ni de lejos a los calculadores sin escrúpulos de réditos electorales. Son, sin más y sin menos, ciudadanas y ciudadanos legítimamente preocupados por la dimensión de una situación sobre la que sienten que no están siendo bien informados. Y en primera línea de perplejidad, sensación de desamparo y cabreo creciente están las decenas de miles de vecinos que viven en las inmediaciones de la zona cero. Todas estas personas ni por asomo están pensando en quién gana votos y quien los pierde con todo esto. Solo quieren que les vayan contando la verdad de lo que ocurre en tiempo real.

Me consta que las instituciones no están mano sobre mano ni paralizadas por el tremendo marrón. Se trabaja desde mil y un ámbitos y contra el reloj. Pero se echa falta algo fundamental en estas altura del tercer milenio: la información continua de cada uno de los pasos acompañada de explicaciones técnicas y científicas. Solamente eso.