El TAV de nunca acabar

No sé si es un triunfo o una derrota de la política, pero desde hace mucho tiempo, al ciudadano corriente y moliente de los tres territorios de la CAV la mayoría de las informaciones sobre el tren de Alta Velocidad le entran por un oído y le salen por el otro. Y creo que es algo humanamente comprensible. Ni con la mejor de las disposiciones es posible hacerse una idea cabal del auténtico minuto de juego y resultado de una matraca que comenzó hace varios lustros. Haciendo precio de amigo, podemos borrar los cansinos prolegómenos de la década de los 90 del siglo pasado, y establecer el arranque del embrollo en 2006 que fue, como recordó el lehendakari el otro día, cuando el gobierno español de Rodríguez Zapatero aceptó el inicio de las obras de la Y vasca a cambio (cómo no) del apoyo del PNV a los Presupuestos Generales del Estado.

Desde entonces se han sucedido mil y un anuncios sobre la fecha final de la llegada del ansiado (u odiado) tren y las formas en que iba a resolverse la entrada en las tres capitales. Da igual con ejecutivos del PP o del PSOE, los plazos se han ido ampliando casi pornográficamente y las soluciones técnicas han sufrido variaciones sin cuento. Lo último, que seguramente será lo penúltimo o quizá lo antepenúltimo, es que, de cara a la entrada en Bilbao, se construirá un apeadero provisional en Basauri. Lo anunció, sin que los alcaldes implicados supieran nada, el consejero socialista Iñaki Arriola tras un encuentro con la ministra española de Transportes Raquel Sánchez. Fue una deslealtad de aquí a Lima, pero el lehendakari, con buen criterio, le quitó hierro. Como París, el TAV bien vale una misa.

Tiempo de recomenzar

Ante ustedes, un estajanovista de la democracia representativa que en el instante de redactar estas líneas lleva a la chepa las ocho horas de discursos, réplicas y dúplicas que se suceden en el debate de Política General del Parlamento Vasco. Mi primera conclusión, de hecho, no tiene que ver con el fondo sino con la forma. Quizá haya llegado el momento de plantearse el sentido de estos atracones dialécticos cuya sustancia se queda —y eso, siendo generosos— entre los actuantes y los que ejercemos de notarios. Pregunten a su alrededor y comprobarán que salvo los muy cafeteros, nadie sabrá darles razón de lo que se dijo ayer en la cámara de Gasteiz. Para empeorarlo, si alguien pretendiera acceder a un resumen de la sesión a través de los medios, hoy se va a encontrar que los titulares gordos lo reducen casi todo a una mención a 1839 de lo más golosa para lucirse en la interpretación. Personalmente, creo que esa alusión fue demasiado arriesgada, pues se prestaba a gracietas y cargas de profundidad como las que inspiran los tuits más salerosos. Qué despiporre, por cierto, que los mismos que se ponen megaserios remitiéndonos a 1714 se choteen de la referencia a otro año histórico de un siglo y pico después.

En todo caso, y puesto que, como les he dicho, estuve pendiente de cada ripio que se aventó ayer en pleno que abre el curso político, me quedaré con lo que para mí su espíritu más allá de las proclamas y los cruces de declaraciones. Por primera vez en más de un año volvimos a ver todos los escaños ocupados. Un paso hacia la luz que se atisba al todavía lejano final del túnel de la pandemia. Es el momento de recomenzar.

Reclamar lo que es nuestro

Hoy toca foto de familia (no demasiado bien avenida) en Salamanca, que como reza el dicho referido a su universidad, no presta lo que la naturaleza no da. Veremos ahí a Pedro Sánchez-Profidén sonriendo junto a lo que él considera sus vasallos locales. No sé si antes o después de los flashes se habrá producido el presunto acontecimiento nuclear, la conferencia de presidentes, que escribo en minúsculas porque no creo que merezca más un ringorrango que consiste en una sucesión de monólogos celéricos —el tiempo es limitado— abiertos y cerrados por la bendición condescendiente del citado inquilino de Moncloa. Cuentan las crónicas redactadas con abundancia de aspavientos que muchos de los citados están que se suben por las paredes porque en la antevíspera, a cambio de su presencia en el sarao, el lehendakari Iñigo Urkullu obligó a Sánchez a convocar la Comisión Mixta del Concierto. A los lectores de la demarcación autonómica les digo que esa, la de ayer, es la única reunión que importa. De ella salieron decisiones que harán un poco más llevadera la lucha contra la crisis económica de la pandemia. Ojo, que no es ninguna prebenda como claman los tiñosos de costumbre, sino la aplicación de las normas vigentes. Y a quienes lean esto en la comunidad foral les insto a ver la diferencia. Todo lo que consiguió Urkullu le pertenece por derecho a Nafarroa. Se comprende que la militancia de María Chivite le obliga a fichar sin rechistar en la capital castellana cuando su superior jerárquico en el partido firma la convocatoria. Pero lo cortés no quita lo valiente y la presidenta debería reclamar lo que es de sus administrados.

Sánchez ni está ni se le espera

No dejará de sorprenderme la paciencia franciscana y la contención budista de Iñigo Urkullu. Y, claro, su insistencialismo a prueba de bomba, o sea, a prueba de la cachaza desparpajuda de un tipo como Pedro Sánchez al que se la bufa todo. Después de año y medio de ser objeto —junto al resto de autoridades locales— de ninguneos y hasta saboteos sin cuento, el lehendakari le ha remitido al inquilino de Moncloa la carta número ene para contarle, por si no lee los periódicos, que los contagios han vuelto a desbocarse y que la situación empeora por momentos. Por ello, la primera autoridad de la CAV urge al presidente español a desatarle las manos para que pueda luchar contra la pandemia. Ya que no está dispuesto a ayudar, por lo menos, que no entorpezca la tarea de quienes sí pretenden hacer frente al virus. Eso, por desgracia, en un estado que sigue rezumando jacobinismo para lo esencial, pasa por estudiar un nuevo estado de alarma para que los jueces jatorras dejen de tumbar cada iniciativa para tratar de frenar los contagios, los ingresos, las muertes y la ruina. Como poco, Urkullu le pedía a Sánchez que reconsiderase el fin de la obligatoriedad de la mascarilla en exteriores. La respuesta ha sido que verdes las han segado o, si prefieren una expresión con más intención, que por ahí se va a Madrid. Con una suficiencia que roza la chulería y da de lleno en la mentira zafia, primero la portavoz del Gobierno y luego la ministra de Sanidad (dejo al margen al delegado enredador) negaron la necesidad de esas medidas porque la cosa tampoco está tan mal y porque las comunidades ya tienen herramientas suficientes. Y no se les cayó la cara de vergüenza.

Un puñetazo en la mesa

Esta no es la columna que iban a leer ustedes. En la original, que ya estaba enviada y presentada en página, les hacía partícipes de mi curiosidad sobre el modo en que el Gobierno español iba a obligar a cumplir sus últimas disposiciones político-sanitarias a las comunidades que habían manifestado su intención de no bajar la cerviz. Celebro tener el trabajo de extra de teclear estas líneas de sustitución, porque el BOE me ha ofrecido la satisfacción a lo que tanto me intrigaba. La firmeza de la inconsistente ministra Carolina Darias amenazando con dar tastás en culo a las autoridades locales díscolas era pura impostura. Al final, lo que ha ido negro sobre blanco al órgano que recoge las disposiciones normativas es que la CAV se las puede pasar por la sobaquera en atención a su situación epidemiológica específica. Y ojo, que tampoco es privilegio particular, porque se les deja el mismo libre albedrío al resto de autoridades locales que no estaban por la labor de comulgar con la rueda de molino evacuada por el Consejo Interterritorial de Salud, ese organismo que, como bien dibujaron Asier y Javier, es una versión cutre y sin gracia del camarote de los Hermanos Marx. Desconozco si esta golondrina hará verano. Ojalá el presidente español, al que cada vez más gente conoce como “Su Persona”, haya recapacitado y caído en la cuenta de que no puede seguir maltratando por más tiempo a sus socios más leales cuando se ve de minuto en minuto su precariedad aritmética para mantenerse en Moncloa. Me alegro infinitamente del puñetazo encima de la mesa del lehendakari advirtiendo de que no acataría el edicto del desahogado Sánchez. Ese es el camino.

Las llaves de las cárceles

Miren que uno está curtido en exabruptos diestros, pero ayer, recopilando a hora tempranísima material para La Maraña Mediática, los ojos a punto estuvieron de salírseme de las órbitas. Frente a mi, la portada de La Razón, con la imagen en un espectacular contrapicado del recién reelegido coordinador general de EH Bildu y este titular abajo: “Otegi ya tiene las llaves de las cárceles”. La demasía aludía a la firma el día anterior del traspaso a la CAV de la gestión de las prisiones, acto protocolario en el que el líder de la coalición soberanista ni estaba ni se le esperaba. Más que nada, porque era un asunto entre dos gobiernos, el vasco, representado por el vicelehendakari Josu Erkoreka, la consejera Olatz Garamendi y el consejero Pedro Azpiazu, y el español, representado por el ministro Miquel Iceta.

Como he dicho y escrito en más de una ocasión, si algo hay de noticioso en esa rúbrica, es su descomunal retraso. Esa competencia que tanto hace hiperventilar al fondo a la derecha llevaba 42 años pendiente de entrega. Y no, ni de lejos va a suponer, como vaticinan los excitados y exagerados propagandistas, la amnistía súbita para los presos de ETA. Lo que ocurrirá simplemente es que las cárceles vascas serán atendidas desde la administración más cercana. Solo hablamos de la más pura normalidad.

Sin prórroga ni alternativa

Yo también albergaba cierta esperanza de que Pedro Sánchez cambiaría de opinión sobre la no prórroga del estado de alarma cuando pasaran las elecciones madrileñas. Es de sobra conocida, hasta el punto de ser marca de la casa, la querencia del inquilino de Moncloa por los digodiegos. Nadie como él ejecuta los giros de 180 grados. Y en esta ocasión, todo parecía apuntar por ahí. Resultaba lógico pensar que el aperturismo de la campaña podría cambiarse por la prudencia responsable una vez contados los votos, incluso independientemente del resultado.

Sin embargo, viendo la insistencia casi machacona del propio Sánchez y de los diferentes portavoces del ejecutivo español, tiene toda la pinta de que se han quemado las naves y, pase lo que pase, no habrá marcha atrás. El 9 de mayo decaerá el estado de alarma y ni siquiera se contempla mantenerlo en aquellas comunidades donde la situación sanitaria fuera más delicada. Ni ocho horas tardó en quedar desautorizada la vicelehendakari segunda del Gobierno vasco, Idoia Mendia, que fue quien deslizó esa posibilidad. Todo hace indicar que, pese a los horribles números que tenemos en las demarcaciones autonómica y foral, quedaremos en manos del buen, mal o regular criterio de las instancias judiciales. Los precedentes no invitan precisamente a la confianza.