Basagoiti entre líneas

Cuando el diablo se aburre, mata moscas con el rabo. A Antonio Basagoiti, sin embargo, le da por sacarse de la sobaquera polémicas artificiales a ver quién pica. Y sí, lo reconozco: salvo error u omisión, soy el primer panchito que se ha tragado el anzuelo en la de más reciente creación. Vaya en mi descargo que andaba necesitado de material para el tecleo y que siento una atracción fatal e incontrolable por las paridas. Miren que pensaba que tenía cubierto el cupo de esta semana con la revelación de que el Reino Unido dispone de un plan de contingencia ante una posible invasión zombie. Pues no, tuvo que venir el presidente del PP vasco a empujarme al borde de la sobredosis con un estrambótico melón para abrir: ¿debe vivir el lehendakari en Ajuria Enea? Confiesen que en la cena de nochebuena no hablaron de otra cosa.

Siete párrafos de vellón le dedica en su blog a tan candente asunto, arrancando con un titular de los que atrapa al lector sin contemplaciones: “Lo importante no es si Ajuria Enea es cómoda”. Resulta curioso que lo diga él, que tiene tantas posibilidades de instalarse allí como servidor de mudarse a Beverly Hills. Y también tiene su cosa que el teorema no sea de aplicación a todos los lehendakaris sino, vaya por Dios, al que acaba de ser investido. Si no imaginan por qué, piensen en algo de tres letras o, directamente, lean la argumentación: “Hace un año que ETA aseguró que nunca más volvería a atentar, y transcurrido este tiempo no parece que sea esencial residir en Ajuria Enea por motivos de seguridad”. O sea, que según interese, ETA sigue siendo el problema o ha dejado de serlo; vaya, vaya.

Me anoto esa frase para recordársela cuando mañana o pasado sostenga exactamente lo contrario. Aunque únicamente haya sido para llevar el agua a su molino en un debate de usar y tirar al que no merece la pena entrar, Basagoiti ha reconocido por fin lo que no se cansa de negar.

Salir a perder

Para que luego digan que no hay hecho diferencial. Si seremos peculiares los vascos de la demarcación autonómica, que hasta las campañas electorales se hacen contra el canon. Tampoco exagero. Las de los anteriores 30 años, cada una con sus rarezas y hasta con sus trampas —recordemos que no siempre se han podido presentar todas las formaciones—, han podido entrar dentro de la convención. Es en esta que estamos arrostrando con las poquitas fuerzas que nos quedan en la que se ha roto el principio básico según el cual los que porfían por gobernar dirigen su garrota al que ha estado en el poder. A la recíproca, el que quiere conservar la poltrona monta un alcázar desde donde, además de aventar una loa exagerada de sus grandes logros, vierte aceite hirviendo y exabruptos sobre los asaltantes. De catón, pero como digo, en esta ocasión, tal vez para que quede probado que somos el gran oasis de la I+D+I, los estrategas se han puesto creativos y la cosa funciona exactamente al revés.

Tan al revés, que cualquiera sin conocimiento previo que aterrizara hoy en esta Patxinia en liquidación por cese de negocio y viera qué se berrea en los mítines y en los anuncios daría por por hecho que el que ha estado mandando es quien ha pasado tres años y medio de fría y cabrona oposición. Bonito caramelo envenenado para Iñigo Urkullu —que llega a la carrera de aspirante y además, novato— haber sido investido por sus propios rivales como la rueda a seguir o, menos finamente, la espinilla a patear.

Los doctores de Sabin Etxea se las van a ver figurillas para bajar la posible fiebre victoriosa inducida. Me llena de curiosidad saber cómo se gestiona en boxes una lehendakaritza de humo. Pero aun me intriga más el porqué de la patética táctica perdedora de los dos partidos —sí, Basagoiti, el suyo también, no disimule ahora— que han sostenido la makila. Ni siquiera para el final reservan un gramo de dignidad.

La propuesta de López

Ya se sabe que Iñigo Urkullu no es precisamente el campeón de la expresividad, pero este perverso escribidor habría pagado como mínimo un café por ver la cara que puso cuando, en su última reunión con Patxi López, el inquilino incidental de Ajuria Enea le soltó a boca de jarro: “Te propongo un pacto institucional de fondo para lo que queda de legislatura”. Cuentan los conocedores y difusores del sucedido (próximos al de Portugalete, no se vayan a creer) que, en su desconcierto, el presidente del PNV respondió siguiendo el tópico atribuido a los gallegos, es decir, con otra pregunta: “¿Esto lo sabe Basagoiti?”. En lugar de afirmar o negar —siguen diciendo los juglares de parte—, López continuó con la conversación como si el órdago (o lo que fuera) no hubiese existido.

Supongo que hay versiones más completas y fidedignas de un episodio que, no sé muy bien por qué, no ha llegado a los grandes titulares que en pura teoría periodística habría merecido. Estamos hablando de la oferta de unos cuernos en toda regla o, como poco, de un ménage-á-trois, que aún resultaría más morboso. ¿Discreción? ¿Esa idea que tanto repiten los futboleros de que lo que pasa en el campo se tiene que quedar en el campo? Es una explicación verosímil.

Al margen de la escasa repercusión mediática, la anécdota —llamémosla así— completa el pobrísimo retrato de la teórica primera autoridad de la comunidad autónoma vasca. Ya no estamos hablando de despiste, bisoñez o humano descoloque ante unos acontecimientos no previstos o que superan su raquítica capacidad política. Nos situamos directamente en el más absoluto de los naufragios, en la más pura e irreversible desesperación. Sólo en un estado de zozobra infinita se le puede ir a pedir sopitas a quien, después de haberle robado el donuts y la cartera, se lleva dos años y medio acusándole del hundimiento del Titanic y la muerte de Manolete. Pero si cuela, cuela.