Las llaves de las cárceles

Miren que uno está curtido en exabruptos diestros, pero ayer, recopilando a hora tempranísima material para La Maraña Mediática, los ojos a punto estuvieron de salírseme de las órbitas. Frente a mi, la portada de La Razón, con la imagen en un espectacular contrapicado del recién reelegido coordinador general de EH Bildu y este titular abajo: “Otegi ya tiene las llaves de las cárceles”. La demasía aludía a la firma el día anterior del traspaso a la CAV de la gestión de las prisiones, acto protocolario en el que el líder de la coalición soberanista ni estaba ni se le esperaba. Más que nada, porque era un asunto entre dos gobiernos, el vasco, representado por el vicelehendakari Josu Erkoreka, la consejera Olatz Garamendi y el consejero Pedro Azpiazu, y el español, representado por el ministro Miquel Iceta.

Como he dicho y escrito en más de una ocasión, si algo hay de noticioso en esa rúbrica, es su descomunal retraso. Esa competencia que tanto hace hiperventilar al fondo a la derecha llevaba 42 años pendiente de entrega. Y no, ni de lejos va a suponer, como vaticinan los excitados y exagerados propagandistas, la amnistía súbita para los presos de ETA. Lo que ocurrirá simplemente es que las cárceles vascas serán atendidas desde la administración más cercana. Solo hablamos de la más pura normalidad.

Los triunfos que eran derrotas

Leo que la decisión de los presos integrados en el EPPK es el paso para “vaciar las cárceles”. Confieso mi perplejidad. Me pregunto sin intención retórica si el enunciado, repetido a modo de consigna pilona en varios medios, es solo una palmadita de ánimo en la espalda para los que, en buena parte, han resultado paganos del nuevo tiempo o si atiende a la literalidad. ¿Alguien está soltando la especie de algo parecido a una amnistía? Si es así, me da que no va a colar. En el mejorcísimo de los casos, la aceptación de las vías legales individuales conduciría a la revisión de alguna pena, con su hipotética influencia en los grados, quizá a alguna puesta en libertad y, si el gobierno español está por la labor, al tan mentado acercamiento a cárceles, en la medida de lo posible, vascas. Pero cárceles al fin y al cabo. Lo de Etxera, mucho me temo, se queda en ambigua metáfora. No está en los planes de casi nadie.

Por lo demás, y al margen de que aplauda el resultado del debate entre los reclusos de ETA —que es, por cierto, lo más tangible que queda de la organización—, no puedo evitar un sentimiento de melancolía. Añado que también de humana comprensión hacia ese 14 por ciento de internos que se han pronunciado en contra. Me los imagino preguntándose si para eso hicieron lo que en sus mentes y sus corazones no deja de ser una guerra, si para ese viaje a prácticamente ninguna parte eran necesarias tan pobres alforjas. Quizá haya quien prefiera engañarse por la épica de garrafón, pero esto que ahora se ha aceptado y se cuenta como triunfo es lo mismo que durante años se ha vendido como derrota y traición.