Colocar a Maroto

El pasado 28 de abril, Javier Maroto, encabezando la lista del PP por Araba, cosechó los peores resultados históricos de su formación en el territorio. No solo se quedó sin el escaño que desde tiempo inmemorial se da por seguro para la sucursal vascongada de Génova, sino que esa acta fue para EH Bildu. Y ocurrió así, en buena medida, porque muchas personas que no son de la izquierda abertzale optaron por el candidato de la coalición soberanista, Iñaki Ruiz de Pinedo, solo para evitar que saliera Maroto. Me suelo tentar las ropas ante expresiones como “las urnas han hablado claramente”, pero en este caso, me parece que se ajusta a la realidad. Pocas veces ha sido tan evidente que una gran parte de la ciudadanía alavesa utilizó su papeleta con un fin determinado: que el antiguo (y nada añorado) alcalde de la capital no ocupara un puesto institucional.

Pues ya ven el respeto a la voluntad popular. Desde que el descabalgado Maroto —que también lo fue de sus responsabilidades en el partido, como culpable del tortazo electoral— se quedó al pairo, el PP no ha dejado de mover hilos para encalomarlo como fuera. La primera intentona fue endiñarlo como senador autonómico por la Comunidad Valenciana, lo que los populares locales evitaron porque tenían culos por acomodar. Fracasado ese plan y otros tan descabellados, el actual parece que pasa por colar a Maroto nuevamente como senador autonómico, pero esta vez por Castilla y León. Tal cual es la política. Un zutano al que en su tierra le han dicho que no lo quieren ni en pintura es susceptible de colocación desde un territorio con el que no tiene el menor vínculo. Ascazo.

Vox ya está ahí

Se nos quedan los análisis a medias. Antes de las elecciones del 28 de abril, el gran acojone era la irrupción estrepitosa de Vox en el Congreso de los Diputados. Con los ojos fuera de las órbitas, los agoreros cifraban la catástrofe aumentando el pronóstico de diez en diez: 25, 35, 45, 55… Hasta 70 llegué a ver en algún vaticinio. Ninguno de los visionarios, por cierto, ha recibido ni medio tirón de orejas por sus subidas a la parra que a la postre se han demostrado fallidas. Al contrario, tras pifiarla escandalosamente, están en primera línea de tertulia, tuit y/o columna haciendo predicciones sobre con quién pactará o dejará de pactar Sánchez o sobre los navajeos en el PP tras su batacazo. Y aquí vuelvo al principio: esas cábalas respecto a los acuerdos de gobierno o al futuro de los genoveses, sin duda pertinentes, han relegado a tercera fila las reflexiones sobre el resultado de los cavernarios de Abascal.

Hablamos, ojo, de 24 escaños y la friolera de 2.677.173 votos, o sea, el 10,26 por ciento de los sufragios emitidos. Es verdad que en comparación con las expectativas hiperventiladas que mencionaba en las líneas de arriba, los números reales han podido crear la ilusión de que tampoco ha sido para tanto. También contribuye al alivio la certeza aritmética de que el grupúsculo ultramontano no solo no sirve para sumar la mayoría reaccionaria, sino que tampoco alcanza para ser determinante en ninguna votación. Su papel será —y verán cómo lo cumplen a rajatabla— montar un número tras otro en el hemiciclo, a la entrada de las Cortes o en los pasillos. Sin embargo, el hecho indiscutible es que ya están ahí.

Ronda preliminar

“Ahora toca prudencia, discreción y tranquilidad”, salmodiaba Pablo Iglesias a la salida de su encuentro protocolario con su casi majestad Pedro Sánchez. Quién ha visto y quién ve al otrora residente en Vallecas ahora emigrado a Galapagar. Qué tiempos aquellos, apenas anteayer, en que porfiaba que las negociaciones debían ser transmitidas por streaming. O cuando reclamaba la vicepresidencia, el CNI, un porrón de carteras y dos huevos duros. Sería digno de estudio lo que aplaca la polipaternidad, el chalé con piscina o, siendo positivos, el realismo de quien, tras echar cuentas, ya sabe que los cielos no se toman al asalto.

Me van a perdonar que me ponga magnánimo y perdonavidas, como él mismo, y deje escrito aquí que el todavía joven Iglesias progresa adecuadamente. Con suerte, a Sánchez le salen las cuentas y le regala un ministerio. Fíjense que yo, incluso con mi innata querencia a pensar mal, estoy casi convencido de que no corremos el riesgo de un abrazo con Rivera. Menos, después del cabreo del figurín figurón porque Pedro lo relegó a la sala pequeña de Moncloa, cuando el día anterior le había agasajado con la grande a Pablo Casado, lo que en el lenguaje no verbal de la política implica reconocer al palentino hostiado como verdadero jefe de la oposición. Qué poco se parecen, por cierto, el manso líder del PP que vimos a la salida de la reunión con Sánchez y el buscabroncas perpetuo que en campaña vomitaba improperios a granel. Supongo que es lo que tiene haber recibido un meneo cósmico en las urnas. En el otro lado, el que ejercía como anfitrión puede felicitarse. Ha vuelto a ganar. Esta vez, tiempo.

Reflexión ausente

Nos hemos puestos tibios —yo el primero— de atizar al PP por su autocrítica a la remanguillé, pero no le hemos dedicado ni un párrafo a Unidas Podemos, la otra formación que salió de la última cita electoral con politraumatismos de pronóstico reservado. No descarto que me vengan con lo de mis parafilias y mis parafobias, pero como decían en los cómics de mi infancia, que me aspen si la pérdida de 29 escaños no es una morrada de pantalón largo.

De aquellos 71 que le empujaron a Pablo Iglesias a pedirse una vicepresidencia, el CNI y no sé cuántos ministerios, los morados aliados con (o lastrados por) Izquierda Unida se han debido conformar con los 42 mondos y lirondos que resultaron del escrutinio del domingo. Uno más, por cierto, de los que le otorgó el CIS de Tezanos, provocando la marichulada soberbia del residente en Galapagar: “Las encuestas están hechas antes de mi vuelta”. Pues ya ve que su participación en la contienda, incluso reconociendo que ha sido de notable alto, no ha servido para demasiado. Algo habrá que reflexionar, más allá de la sobada excusa de la polarización que ha beneficiado al PSOE.

Y si miramos a lo que nos toca más de cerca, la cavilación procede especialmente. En Nafarroa han volado 27.000 votos y 10 puntos porcentuales. En la demarcación autonómica, además de caer al tercer lugar, se han esfumado 112.000 sufragios y 12 puntos. Eso, en los comicios donde la coalición puede tener las mejores expectativas. Cada vez soy menos de pronósticos y apuestas, pero me da en la nariz que el 26 de mayo los números serán bastante parecidos. Y me temo que también los silbidos a la vía al respecto.

El peligro sigue ahí

Cómo ha cambiado el cuento en unos días. Los mismos que hasta las ocho menos un minuto del domingo no dejaban de acojonarnos con la segura victoria de la triderecha en las elecciones generales hispanistanís llevan de celebración ininterrumpida desde que el escrutinio apuntó que eso no iba ocurrir. Con un par, los partisanos de todo a cien se atribuyen el éxito de haber parado a lo que en su imaginario ayuno de lecturas llaman el fascismo. Ni lo distinguirían de una onza de chocolate, los muy postureros que, por demás, ya tenían preparadas sus manidas hostias a los viejos que tienen la costumbre de votar a las fuerzas reaccionarias.

Puesto que esta vez el desenlace ha ido por otro lado, los profetas han mudado de martingala. Se felicitan a sí mismos porque sus arengas han propiciado un aumento de la participación, lo que presuntamente ha provocado que la suma de PP, Ciudadanos y Vox no sirva para absolutamente nada. Y no es mentira que eso último ha sido así, pero tampoco que el motivo no ha estado tanto en la movilización del voto como en los caprichos del sistema electoral español unidos a la dispersión de papeletas en tres siglas.

Llámenme pinchaglobos, pero si ustedes miran con lupa los resultados del domingo, verán que entre las combinaciones consideradas progresistas (PSOE-UP) y las conservadoras (PP-Cs-Vox) hay unas decenas de miles de votos de diferencia. Es más, si trasladan los sufragios a las inminentes elecciones autonómicas, las tres derechas no solo conservarían sus feudos sino que arrebatarían a la izquierda Castilla-La Mancha, Aragón y Extremadura. Por lo tanto, autocomplacencias, las justas.

¡Qué hostia!

Se imagina uno a Rita Barberá desde el más allá repitiendo su segunda jaculatoria más famosa tras los balbuceos espirituosos del caloret: ¡Qué hostia, qué hostia! Ni en las previsiones más pesimistas —un saludo, por cierto, a los Rappeles de lance que no dieron una y ahora presumen de haberla clavado— se contemplaba semejante tantarantán del que el gracejo popular ya ha bautizado como Pablo Fra-Casado. Que me corrija alguien con más canas o lecturas que servidor, pero un morrazo así no se veía desde la descomposición de UCD en 1982.

¿Damos por muerta a la gaviota, entonces? Es lo que están haciendo los adivinos arriba citados, los mismos que vaticinaron la segura pasokización del PSOE, la derrota fija de Sánchez en las dos primarias y el sorpaso de Podemos en 2016. Buena pinta no tiene, desde luego, pero una gota de calma nunca es mala consejera. Total, lo que tenga que ocurrir ya lo iremos viendo desde el alivio que da haber certificado —otro saludo a los que anunciaban el apocalipsis— que la triderecha se ha quedado lejos de sumar.

Después de haberse quedado en pelota electoral picada, incluyendo la celebrada pérdida del ya para los restos escaño-de-Maroto, dice Alfonso Alonso que toca reflexionar y “volver a plantear una alternativa centrada, abierta y moderna”. Tarde piaste, pajarito, cabría decirle al presidente del PP en la demarcación autonómica y a todos los miembros de su ejecutiva, que desde la elección de Casado, no han dejado de reírle todas las gracietas ultramontanas y de fingir orgasmos ante las bravatas del palentino. Y Borja Sémper, silbando como si no le incumbiera. Saludo para él también.

Somos mayorcitos

Perdonen la zafiedad, pero soy de los que piensan que a unas elecciones se va llorado, meado y aliviado intestinalmente. Vamos, que cada vez se me hace más cuesta arriba aguantar a la creciente panda de anunciadores del apocalipsis que presuntamente seguirá al escrutinio de esta noche. Como en otras cosas, en esto soy muy del lehendakari Ibarretxe, que ante citas con las urnas tan o más decisivas que estas, no se cansaba de repetir que al día siguiente saldría el sol. Y hasta la fecha, los hechos le han ido dando la razón. Hoy también ha amanecido. Verán cómo mañana ocurre igual.

Por lo demás, si de verdad nos creemos nuestras chachiproclamas sobre la soberanía popular, lo que sea que ocurra en esta jornada será responsabilidad de ciudadanas y ciudadanos que libremente han decidido votar a esto, a lo otro o a nada. Las culpas o los aplausos, por lo tanto, para ellas y ellos, incluso aunque sea radicalmente cierto que ha habido quien se ha dedicado a alimentar al mismo monstruo que se llama a combatir.

“¡Ellos votan siempre!”, vociferan con la misma vehemencia e idéntico apremio los unos y los otros. Y a mi, ni por casualidad se me ocurre caer ahí. Presumo de lectores, oyentes y espectadores mayores de edad que saben lo que hay en juego. Ni por asomo dudo de que son conscientes del valor, no ya de votar, sino de votar a una u otra opción. Porque hay votos que serán puñetero confeti efectista vacío, otros que tratarán de evitar el desastre de la triderecha, y otros que, además de asegurar lo anterior, la evitación de la catástrofe, revertirán en hechos contantes y sonantes. A partir de ahí, ustedes mismos.