Ronda preliminar

“Ahora toca prudencia, discreción y tranquilidad”, salmodiaba Pablo Iglesias a la salida de su encuentro protocolario con su casi majestad Pedro Sánchez. Quién ha visto y quién ve al otrora residente en Vallecas ahora emigrado a Galapagar. Qué tiempos aquellos, apenas anteayer, en que porfiaba que las negociaciones debían ser transmitidas por streaming. O cuando reclamaba la vicepresidencia, el CNI, un porrón de carteras y dos huevos duros. Sería digno de estudio lo que aplaca la polipaternidad, el chalé con piscina o, siendo positivos, el realismo de quien, tras echar cuentas, ya sabe que los cielos no se toman al asalto.

Me van a perdonar que me ponga magnánimo y perdonavidas, como él mismo, y deje escrito aquí que el todavía joven Iglesias progresa adecuadamente. Con suerte, a Sánchez le salen las cuentas y le regala un ministerio. Fíjense que yo, incluso con mi innata querencia a pensar mal, estoy casi convencido de que no corremos el riesgo de un abrazo con Rivera. Menos, después del cabreo del figurín figurón porque Pedro lo relegó a la sala pequeña de Moncloa, cuando el día anterior le había agasajado con la grande a Pablo Casado, lo que en el lenguaje no verbal de la política implica reconocer al palentino hostiado como verdadero jefe de la oposición. Qué poco se parecen, por cierto, el manso líder del PP que vimos a la salida de la reunión con Sánchez y el buscabroncas perpetuo que en campaña vomitaba improperios a granel. Supongo que es lo que tiene haber recibido un meneo cósmico en las urnas. En el otro lado, el que ejercía como anfitrión puede felicitarse. Ha vuelto a ganar. Esta vez, tiempo.

Hubo reunión, pero no la hubo

Bajé hace un tiempo del pedestal a la gran deidad del periodismo Ryszard Kapuściński y, metido en gastos de sacrílego, últimamente me he atrevido a darle la vuelta a una de sus sentencias universales. Decía el polaco, y así se titula su catecismo más famoso, que los cínicos no sirven para este oficio. Yo pienso exactamente lo contrario. Creo que son las almas blancas y puras las que no tienen bola que rascar en el quehacer este de tratar de enterarse de cosas y contárselas a los demás. Sin un cierto grado de retorcimiento en el colmillo, sin conchas de galápago o resbaladizas plumas de pato, sin la malicia para marcar a la derecha con el intermitente antes de girar a la izquierda, no hay forma de resguardar el estómago de úlceras en el mester de juglaría contemporáneo. A veces, ni aún así, que por algo los plumillas estamos entre los mayores consumidores de antiácidos.

Voy de la teoría a la práctica. Tomar esa distancia aparentemente caradura me está ayudando a no terminar hecho un ocho en el penúltimo enredo de las reuniones entre el PSE y la Izquierda Abertzale ilegalizada, de sus consecuentes repercusiones en el pacto sociopular y, en el mismo rebote, en el actual escenario político. Y ahí les acaba de quedar escrita la palabra clave: escenario. No olviden nunca que esto es una función donde tiene que haber arlequines, polichinelas, pierrots y demás personajes, algunos hasta repetidos.

Antón Pirulero

Basándome en esa premisa, que ya es tramposa de origen, soy capaz de pensar al mismo tiempo y sin contradicción que el famoso encuentro se celebró y que no tuvo lugar jamás. Lo primero me consta porque lo ha publicado este mismo periódico y, de propina, el de la acera de enfrente. Lo segundo es más difícil de explicar, así que dejémoslo en que me lo trago porque me conviene, igual que de niño me resultaba más ventajoso creer en los Reyes Magos que no hacerlo. Lo de “La verdad os hará libres” es un buen eslogan, pero no mejor que “El algodón no engaña” o “Si quieres tener salud, come pipas de la Cruz”.

Dejémonos, pues, de grandilocuencias. Sólo estamos una vez más en otra edición de Antón Pirulero, donde cada cual tiene que atender a su juego para no pagar prenda. El PSE y la Izquierda Abertzale tienen que reunirse y decir que no lo han hecho. Al PP le toca ofenderse muchísimo y amenazar con romper la Santa Alianza, sabiendo que de momento no lo hará porque afuera hace frío. Los periodistas cínicos debemos hacer como que el asunto carece de trascendencia aunque la tenga por arrobas.