Madrid, batalla de egos

Caray con Murcia. Una chusca moción de censura —para colmo, pifiada— provoca la convocatoria de elecciones en Madrid y, en segundas nupcias, la salida del gobierno español del vicepresidente Iglesias para hacer frente al mal diestro que encarna Isabel Díaz Ayuso. Los que tenemos por vicio y por oficio comentar la actualidad no damos abasto con tanto material. Sería hasta divertido, si todo esto no ocurriera al cumplirse un año de una pandemia que ha provocado cien mil muertos en el conjunto del Estado. Eso, por no hablar de los estragos económicos y anímicos. Que no es cuestión de venirse arriba en la demagogia facilona, pero quizá no debería escapársenos el contexto. Se diría —yo lo digo— que están primando más los intereses electorales egoístas que la búsqueda de soluciones a las toneladas de problemas del común de los mortales.

En todo caso, ya que está servido el espectáculo, ocupemos nuestra localidad. Más allá de las palabras bonitas de primera hora, quiero ver cómo el PSOE, con 37 escaños, y Más Madrid, con 20, se dejan llevar del ronzal a una candidatura liderada por Podemos, que a día de hoy tiene 7. Y por lo demás, si se consuma el karate a muerte en la Puerta del Sol, me permito señalar que Iglesias y Ayuso son grandes catalizadores de votos a favor, pero ojo, también en contra.

¿Fracaso colectivo?

Oigo y leo, incluso en los editoriales de los diarios que publican estas líneas, que la impepinable repetición de las elecciones generales obedece a (o es síntoma de) un fracaso colectivo. Pues a mi me borran de la lista de responsables, por favor. Seguro que tengo culpa compartida de mil y una tropelías, pero les prometo que de esta en concreto estoy tan libre como de la pésima imagen que dio mi equipo el otro día contra el Levante. Y como servidor, otros millones de ciudadanos que en esta farsa no hemos desempañado más papel que el de panolis, primos o pardillos, términos todos ellos del mismo significado. Solo faltaría que los truhanes que nos la han estado dando con queso durante ¡cuatro meses! vengan ahora a tratar de encalomarnos su fraude.

¿Fraude? Sí, porque aunque cupiera alegar también incompetencia, no sería atenuante. Quienes nos han acarreado hasta aquí lo han hecho, amén de con una torpeza indescriptible, a muy mala idea. Contra sus sus pronunciamientos públicos a dos carrillos, ninguno de los protagonistas de la tragicomedia de enredo ha obrado por el interés general sino por el suyo propio. Simplemente, podían permitírselo. Incluso en el peor de los casos, sus habas —y sus gintonics de 18 euros— no corrían el menor de los peligros.

En esa bastardez egoista sí han conseguido ponerse de acuerdo las cuatro siglas concernidas. Cabrá argumentar que no todas han mostrado el mismo grado de maldad, y no será incierto. Pero allá quien quiera engañarse jugando a salvar a los propios y condenar a los ajenos. Será darles patente de corso para que, llegado el caso, vuelvan a hacer lo mismo.