Y la reforma, sin derogar

En el penúltimo capítulo del culebrón sobre el cruce de zancadillas y bofetadas entre los dos socios del gobierno español, Sánchez ha tenido que convocar a sus dos vicepresidentas enfrentadas a una reunión para templar gaitas. Hay que contar hasta cien para no caer en la tentación de escribir lo que inspira la sola imagen del tal encuentro. Pero como todo va de controlar la batalla comunicativa, en los titulares se ha conseguido colar que PSOE y Podemos han llegado a un acuerdo. ¿Y exactamente para qué? Pues para encontrar el modo de ponerse de acuerdo, he ahí la perogrullada. Más o menos, como cuando en las asambleas de la facultad sometíamos a votación si había que votar.

Resumiendo, que estamos en la enésima patada a seguir. Nada se ha resuelto realmente, salvo que las dos contendientes pueden contar a sus respectivas parroquias que se están saliendo con la suya. Nadia Calviño, porque la negociación de la derogación estará tutelada por representantes socialistas, y Yolanda Díaz, porque será su ministerio el que la liderará. Mientras, ni cenamos ni se muere padre. Sigue vigente la supuestamente perversa reforma laboral que este gobierno ha prometido cien veces echar abajo. Para cuando llegue el momento de la verdad, puesto que una nueva normativa no es algo que se haga de un día para otro, estaremos al final de la legislatura. Y todo, seguramente, por la dañina costumbre de aferrarse a los maximalismos y los eslóganes. Si el compromiso hubiera sido más realista —simplemente anular los aspectos más lesivos—, ahora sería más fácil cumplirlo.

Pactilandia

Felicitemos al equipo de guionistas de este enredo de acuerdos, desacuerdos y contracuerdos a que estamos asistiendo. Fíjense que yo no daba un duro por el serial, pero aquí y ahora reconozco humildemente que, como elaborador de espacios informativos y moderador de tertulias, todos los días he tenido alpiste nuevo que echar al personal. Y da lo mismo el ámbito del que hablemos. Si no era el embrollo de Irun, eran las mil y una abracadabras de la cuestion-de-estado de la demarcación foral, el gamberrismo dinamitero de Vox, los esfuerzos de PP y Ciudadanos para que no parezca que están de hinojos ante Abascal o la reiteración de Iglesias en la solicitud de un ministerio o, ya si eso, una subsecretaría. Para nota, claro, la actuación a favor de corriente del PSOE, con Ábalos, el de la voz cavernosa, sacando el matasuegras del adelanto electoral unas horas antes de que saliera su compañera Adriana Lastra con la milonga del “gobierno de cooperación” para que las hordas opinativas tuvieran con qué entregarse a su consuetudinario onanismo mental.

Y más allá de la pirotecnia, los hechos contantes y sonantes. En la aburrida CAV, el pacto previsto, con margen a alguna liebre saltarina pasado mañana en la constitución de ayuntamientos. En Navarra, todo abierto todavía, no diré que no, pero con Maya volviendo casi con seguridad a la alcaldía de la capital. En una parte regular de la hispanitud, triderecha pura y dura, más o menos disfrazada, a falta, quizá, de alguna extravagancia. Todo ello, como anticipo de un gobierno de Sánchez en España a lomos de una aritmética que a la hora en que tecleo no soy capaz de prever.

¿Fracaso colectivo?

Oigo y leo, incluso en los editoriales de los diarios que publican estas líneas, que la impepinable repetición de las elecciones generales obedece a (o es síntoma de) un fracaso colectivo. Pues a mi me borran de la lista de responsables, por favor. Seguro que tengo culpa compartida de mil y una tropelías, pero les prometo que de esta en concreto estoy tan libre como de la pésima imagen que dio mi equipo el otro día contra el Levante. Y como servidor, otros millones de ciudadanos que en esta farsa no hemos desempañado más papel que el de panolis, primos o pardillos, términos todos ellos del mismo significado. Solo faltaría que los truhanes que nos la han estado dando con queso durante ¡cuatro meses! vengan ahora a tratar de encalomarnos su fraude.

¿Fraude? Sí, porque aunque cupiera alegar también incompetencia, no sería atenuante. Quienes nos han acarreado hasta aquí lo han hecho, amén de con una torpeza indescriptible, a muy mala idea. Contra sus sus pronunciamientos públicos a dos carrillos, ninguno de los protagonistas de la tragicomedia de enredo ha obrado por el interés general sino por el suyo propio. Simplemente, podían permitírselo. Incluso en el peor de los casos, sus habas —y sus gintonics de 18 euros— no corrían el menor de los peligros.

En esa bastardez egoista sí han conseguido ponerse de acuerdo las cuatro siglas concernidas. Cabrá argumentar que no todas han mostrado el mismo grado de maldad, y no será incierto. Pero allá quien quiera engañarse jugando a salvar a los propios y condenar a los ajenos. Será darles patente de corso para que, llegado el caso, vuelvan a hacer lo mismo.