Todos somos estúpidos hijos de…

Un vídeo viral de esos que como viene se va. El presunto líder del mundo libre, que en un año de mandato apenas ha demostrado que es un abuelete patoso al que le chorrea la pasta por las orejas, llama “estúpido hijo de puta” a un periodista del ultramontano emporio Fox. Por supuesto, no mirándole a los ojos, sino por lo bajini, creyendo (o quizá haciendo que cree) que el micrófono está apagado. Ya escribí ayer al respecto. He visto los suficientes capítulos de El Ala Oeste de la Casa Blanca como para no creerme que fue un desliz.

En todo caso, no voy a perder el sueño pensando en ello. Y tampoco criticando la largada ni defendiéndola porque el destinatario fuera un presunto facha desorejado que merecía que le pusieran en su sitio. Me dejo de moralinas y sonrío al pensar en la cantidad de veces que tipos y tipas que no son Joe Biden me han llamado a mí “estúpido hijo de puta” o cosas bastante peores. Hubo, incluso, quien propugnó que me limpiaran el forro, aunque me libré gracias a que la lista de enemigos del pueblo era casi inabarcable. Y, por el otro lado, el de los buenos que no tiraban de pistola ni trilita, hubo quien exigía mi cabeza en cada Consejo de administración del ente público en que me ganaba las alubias. Llevo a mucho honra aquella persecución a varias bandas y la constatación de que hoy, tanto para ciertos políticos de la primera fila como para anónimos cobardotes y cortos de luces que manchurrean el blog donde se publica esta columna con seudónimos de parvulario, soy un estúpido hijo de la gran puta al que habría que callar la bocaza. Babean, luego cabalgamos. Todo en orden, por lo tanto.

Después de Trump

Maldito escepticismo crónico. Quiero unirme al entusiasmo general por el relevo en la Casa Blanca, pero apenas me sale una triste mueca de algo parecido a alivio por el descabalgue de Donald Trump. Y eso, sin dejar de preguntarme para mis adentros si muerto políticamente el perro del pelaje naranja, se habrá ido con él la rabia. Mucho me temo, y apuesto que bastantes de ustedes piensan igual, que no será así. El trumpismo va a seguir estando ahí durante mucho tiempo. Quizá jamás vuelva al poder, pero todo parece indicar que la brecha no solo no se va a cerrar sino que irá creciendo y, si cabe, radicalizándose… tanto en Estados Unidos como en latitudes más cercanas.

¿Haremos algo por combatirlo de forma efectiva? Aquí ya no soy escéptico sino directamente pesimista, o sea, realista informado. Llevamos años de avisos en bucle sobre el crecimiento a nuestro alrededor de una indignación que, a base de ser sistemáticamente ninguneada y despreciada, acaba siendo ciega e irracional sin posibilidad de vuelta atrás. Detrás de buena parte de lo que los superiormente morales tildan desde su confort de señoritos como populismo gañán de ultraderecha hay personas que se sienten arrojadas a patadas a la cuneta social. No sería tan difícil recuperarlas. Otra cosa es que interese mantenerlas encabritadas.

Good morning, Wisconsin

Creo que fue en la segunda victoria de Obama, comicios arriba o abajo, cuando aprendimos a pontificar como si tuviéramos cuatro doctorados en politología que quien se lleva Ohio se lleva todo. Desde entonces, cada madrugada electoral yanki ha ido creciendo en paletismo mal barnizado. Ahora ya los cuñados recalcitrantes te sueltan con soniquete de letanía que la clave está en Wisconsin, que no hay que perder de vista Georgia o que mucho ojito con Pensilvania. Claro que mis bodoques favoritos de las últimas horas son los que, tras leer un titular de la edición digital de El País, enarcan una ceja y regurgitan que todo se juega en “el cinturón del óxido”, como si fueran capaces de distinguir tal cosa de una onza de chocolate.

Y luego, para triple cum laude, los que te avanzan lo que sin duda va a pasar después de haber pifiado groseramente cada pronóstico. Los mismos que vaticinaron que esta vez no habría sustos y Biden se anotaría una victoria indiscutible y por goleada hicieron la ciaboga en un segundo para dar por seguro el triunfo de Trump, qué putada, mi brigada. Ventajistas sin freno, en cuanto cambiaron los números en alguno de los estados arriba mentados, volvieron a virar para anunciar que el candidato demócrata será el próximo inquilino de la Casa Blanca. A lo que yo solo añadiré: ojalá.

¿Hacia otro ‘Trumpazo’?

Cómo pasa el tiempo con y sin pandemia. En Estados Unidos ya ha transcurrido casi un ciclo electoral completo. O sea, cuatro años menos un mes de vellón desde que el lunático (le hago precio de ganga) Donald Trump ganó los comicios presidenciales del que sigue siendo país más poderoso del planeta. Tanto como apelamos a la memoria, sería bueno no olvidar que aquella funesta noche de noviembre de 2016 ocurrió lo que toda suerte de listos listísimos aseguraban que era imposible que ocurriera. Hasta la misma víspera del Trumpazo, los más reputados analistas de dentro y fuera del imperio daban por segura la victoria de Hillary Clinton, incluso aunque buena parte de las encuestas más serias y el puro sentido común apuntaban exactamente lo contrario. Qué más daba: ya desde que el fulano se presentó a las primarias del Partido Republicano, idénticos visionarios habían ido pronosticando que jamás llegaría a ser proclamado candidato.

Algo se podía haber aprendido de aquel letal dominó de vaticinios fallidos, pero parece que no ha sido así. A un mes de la cita con las urnas, el equipo profético habitual anuncia la derrota del siniestro Trump a manos del decrépito Joe Biden. ¿Apoyándose en qué argumentos? En que tiene que ser así y como refuerzo de última hora, en el positivo en coronavirus de Trump. Nivelazo.