Un abucheo sin más ni menos

Tiene uno que restregarse los ojos y (si tal cosa pudiera hacerse) los oídos. Un abucheo al presidente del Gobierno español en el desfile mi-li-tar de la His-pa-ni-dad se convierte en supernotición del carajo. Que no digo que no dé la cosa para un titular y una pieza de aliño. Pero, oigan, que ayer la prensa de la diestra y la de la siniestra, que con frecuencia son tal para cual, andaba de lo más pilongas por los exabruptos que la carcunda reunida en la Castellana le dirigió al encantado de conocerse inquilino de Moncloa. Para los tirios del ultramonte, el concierto de pitos es la prueba irrebatible de la la falta de respaldo popular del aludido. “No le sirvió de nada ocultarse tras el rey”, se regodeaba un medio de orden. Inmediatamente después añadía que bien merecido se lo tiene por encamarse con separatistas y por trazar un plan para castigar a Madrid, o sea, a Madriz con el desmontaje de ciertos armatostes institucionales..

Tan cómicos y cansinos como los del otro lado de la línea imaginaria que porfiaban como intolerables y “profundamente antidemocráticos” los silbidos y las menciones a la parentela de Sánchez. Siento no haberme quedado con el nombre del parlanchín de la cadena Ser que pontificó que los cuatro descontentos que dieron la nota en la parada de militronchos pertenecían a la misma ganadería que los asaltantes del Congreso de Estados Unidos o que los fascistas que el otro día intentaron tomar la sede de uno de los principales sindicatos de Italia. Todo, como si no fuera en el sueldo de cualquier mandarín que una parte de sus administrados le pusieran a caldo de perejil.

¡Vamos, Rafa!

No voy a negar que las victorias de Rafa Nadal suelen ir acompañadas de torrentes de caspa patriotera. Este año, en víspera de 12 de octubre, en medio de una pandemia y con la carcunda monárquica (y la monarquicana) en plena operación de salvamento del Borbón mayor y del chico, la rojigualdina más rancia ha corrido, si cabe, con mayor furor. Se diría que para muchos de esas y esos exaltadores postureros, el decimotercer Roland Garrós del manacorí equivalía a la derrota definitiva del virus y, por el mismo precio, a la perpetuación de la jefatura del estado transmitida por vía inguinal.

¿Habrá algo que empate en patetismo ridículo? Sí, lo hay: el exceso de bilis hirviente derramada por los que se pretenden lo plus de lo plus del guayprogresismo, empezando por los que moran en mi terruño y ejercen, además, de megamaxiantiespañolistas. Queda para las antologías cómo el domingo por la tarde fueron dejándose los higadillos y vomitando inquina tontorrona de cuarta contra quien, por lo visto, encarna su particular anticristo. Así que yo, que en materia de golpes tenísticos me quedo con el revés a dos manos, disfruté un huevo y medio, no tanto por la victoria merecidísima de Nadal frente al tocapelotas Djokovic (que también), como por el encabronamiento sideral de sus odiadores. Valientes merluzos.

El buen salvaje, otra vez

¡Ultraje intolerable! A mediodía de ayer, hordas y hordas de imperialistas españolazos festejaban en los bares de mi pueblo la conquista a sangre y fuego de un continente. No contentos con no haber acudido a su lugar de trabajo como era su deber cívico, se entregaban a una orgía de marianitos, txakolís —¡otra afrenta!—, verdejos, cañas, rabas y hasta gambas a la plancha. Quedan anotadas sus filiaciones, que ya arreglaremos cuentas en 2027, si es que no volvemos a retrasar la hoja de ruta.

Completamente de acuerdo. He escrito una absoluta ridiculez. Alego a mi favor que trataba de empatar en la liga del bochorno con la sarta de demasías patrióticamente antipatrióticas que me asaltaron desde el punto de la mañana. En serio, ¿no basta con decirlo una sola vez? ¿Es necesaria la reiteración de eslogancillos de cinco duros y la pertinaz torrentera de indígenas fotografiados como para el Cosmopolitan? Deténganse ahí, por favor: ¿Es que a nadie le apesta, otra vez, al paternalismo supremacista del buen salvaje? Ya estamos, como dice uno de mis más admirados columnistas, con los selfis.

Y sí, fue un genocidio. No hay la menor duda. Procede recordarlo, pero sobran el resto de los adornos y, sobre todo, la insistencia posturil. De igual modo que está de más arrumbar de fascistas desorejados a quienes sienten que tienen algo que celebrar el 12 de octubre. ¿Qué hay de ese respeto que reclamamos respecto a nuestro sentimiento de identidad? Por lo demás, para el común de los afortunados mortales que conservamos el currele, todo se queda en un día para levantarse más tarde y desayunar sin prisas. ¿Es un crimen?