Convivir es más que un verbo

Bajo el inspirador y me consta que nada casual nombre de Udaberri 2024, el pasado viernes se presentó el Plan de Convivencia, Derechos Humanos y Diversidad —con todas esas mayúsculas— para los próximos tres años, incluido este, en la demarcación autonómica. Como conozco y aprecio especialmente a algunas de las personas que están detrás de tan noble propósito, me declaro a favor. Pero como también ellos y ellas me conocen a mi, dan por hecho que mi respaldo será necesariamente crítico y, ya se sabe lo que pasa donde hay confianza, un pelín tocanarices.

En todo caso, empiezo aplaudiendo que por fin hablemos de convivencia no solo en relación a nuestra triste experiencia con la violencia, sino además, en función del factor fundamental que ha cambiado las relaciones entre personas en nuestra sociedad. Efectivamente, me refiero a eso que nombramos para no liarnos demasiado como diversidad. Ojo, que ahí es donde está el quid de la espinosa cuestión. Como fallemos en el diagnóstico, de nada servirán las mejores intenciones, la palabrería pomposa y vacía recién inventada, los beatíficos comités anti rumores o los encuentros, simposios, congresos y jornadas alrededor del asunto, siempre con participantes de parte y una única visión.

¿Ven? Ya he ido un poco más allá de donde me había propuesto llegar. Pero precisamente porque, insisto, quiero que el objetivo se cumpla, no puedo evitar dejar por escrito mi temor a que se esté haciendo un planteamiento de arriba a abajo. Paradójicamente, en nombre del respeto a las minorías —que nadie discute— se obvia, no sé si decir a la mayoría, pero sí a una parte muy importante de la ciudadanía.

Peor que censurar

¡Para lo que vamos quedando! A estas alturas del tercer milenio, HBO, un emporio audiovisual que paga en España menos impuestos que un currela medio, ha retirado de su (ramplón) catálogo Lo que el viento se llevó bajo la acusación de dar una imagen edulcorada de la esclavitud en Estados Unidos. Ya era abominable la decisión inicial, pero ha ocurrido que tras la polvareda que ha provocado el anuncio, la plataforma ha empeorado las cosas. Ahora dice que se trata de algo temporal, lo que se tarda en añadir al clásico una introducción que contextualice y adapte a los tiempos actuales su trama. Tracatrá.

Primero, me pregunto dónde carajo encajarán el sermoncillo, pues, aunque hace tiempo que no me echo a las ojos las desventuras de Escarlata O’Hara y Rhett Butler, creo recordar que la cinta comienza, precisamente, explicando que lo que sucede en la película se remonta a mucho tiempo atrás, a una época, literalmente, “que se fue con el viento”. Segundo y más importante, el atrevimiento de largarle un pegote a una obra ajena es más grave que el borrado del catálogo mondo y lirondo. Es mearse en el autor, pero especialmente en los espectadores, a los que se trata de menores de edad. Justo lo que hizo, por cierto, la censura franquista con Ladrón de bicicletas o Los cuatrocientos golpes. Todo vuelve.

Antirracistas muy racistas

Confieso que el viernes evacué —no hay mejor verbo— un tuit muy desafortunado en las formas sobre quienes llevaban horas cargando contra la candidata a lehendakari propuesta por la dirección de Podemos en Euskadi, Rosa Martínez, por no estar en condiciones de desenvolverse en euskera. Me avergüenzo, no saben cuánto, de la grosería y hasta de la procacidad de mi mensaje, pero mantengo lo que debió ser la sustancia de mis torpes líneas: me resulta repugnante el rancio etnicismo de quienes luego tienen los santos bemoles de ir por la vida como la hostia en verso del antirracismo, el antifascismo y me llevo una.

No, miren, que si quieren un debate sereno y sosegado sobre la conveniencia de que la primera autoridad de los tres territorios de la demarcación autonómica deba ser capaz de dirigirse a su ciudadanía en las dos lenguas cooficiales de los tres territorios, ningún problema. Personalmente, y aunque en el primer bote creo que tendría que ser así, cuando le doy media vuelta al cacumen, concluyo que es mejor que sean los votantes los que lo decidan.

Pero es obvio que esto no va de reflexiones sinceras, sino de la enésima exhibición del pelo de la dehesa de unos miles de campuzos del terruño —Belcebú me libre de poner siglas— que son tan esencialistas como los del háblame en cristiano de enfrente. Acertó de pleno el mengano que, tratando de ponerme a los pies de los linchadores de corps, ironizó con que mi tuit era materia de Cocidito madrileño —¡ahora, Suspiros de España, por favor!—. Los participantes en el acollejamiento de Rosa Martínez forman parte del mismo género de mastuerzos que yo pongo en solfa.

Un incidente… ¿racista?

No se repite lo suficiente que una de las peores formas de racismo es el paternalismo melifluo de los blanquitos bonachones y cantamañanas que van viendo xenofobia en cada mota de polvo que desplaza el aire. En su ausencia de luces entreverada de soberbia, no se dan cuenta de que, además de dar alpiste a toneladas a los Bolsonaros, Salvinis o Abascales de turno y cabrear tres huevos y pico a tipos corrientes y molientes, sus mandangas justicieras les convierten en supremacistas de talla XXL.

Ha vuelto a ocurrir con el video espolvoreado a tutiplén —viral, se dice en jerga— que además de en su territorio natural, las corralas modernas llamadas redes sociales, ha estercolado espacios de aluvión de los todavía medios tradicionales. Se presentaba, en la versión más suave, como “Incidente racista en un autobús de Vitoria”. Y es rigurosamente cierto que en la pieza se ve a un cagarro humano identificándose como militar que profiere amenazas de muerte a una mujer de raza negra. Ocurre que para los beatones arriba mentados, ese fulano es un personaje secundario. A quien señalan como protagonista y reo de racismo intolerable, es al conductor que pide a la mujer que plegara el patinete de su hija. Lo hace en voz alta, es verdad, porque no era el primer incidente de este tipo, y porque la aludida también habla a gritos. Una bronca como las mil que se producen cada día en el transporte urbano. Si no hubiera colores de piel por medio, casi todos tendríamos claro que la actitud verdaderamente maleducada es la de la persona que se niega a cumplir una norma elemental. ¿Por qué esta vez no es así? Reflexionemos sobre ello.

Demagogias del balón

Cuando uno creía haber cubierto el cupo de memeces futboleras y extrafutboleras para un siglo a cuenta de la verborrea cuñadil de Camacho en las transmisiones de Mediaset, apareció esa gran luminaria de Occidente que responde al nombre de Juan Carlos Monedero para elevar el listón hasta la estratosfera. O sea, para bajarlo hasta la sima de Las Marianas. Tomen nota de la mendrugada, que les transcribo incluyendo un cuesco gramatical que se le escapó al zutano: “Los negros han ganado el mundial de fútbol. Podría Europa salvar a los que vienen en pateras aunque sea pensando que alguno seguro ese [sic] es un genio del fútbol”.

Ahí tienen la lógica argumentativa de un tipo que, además de dar clases en una universidad pública y atesorar una descomunal colección de másteres y doctorados —¡reales, en su caso!—, cobra las asesorías a ciertos gobiernos a casi medio millón de euros la pieza. Excuso el comentario de texto completo, pero basta esa retahíla para tener el retrato preciso de una especie por desgracia muy abundante, el blanquito bueno que chorrea paternalismo sin darse cuenta de que, sin rascar mucho, enseguida se ve que es más supremacista que el más descerebrado del Ku Klux Klan de Nashville.

Como les digo, aunque el bocabuzón fundador de Podemos es el que ha llegado más lejos en el regüeldo, la idea que late en el tuit ha sido ampliamente repetida. Y sí, está muy bien reparar en el evidente mestizaje de la selección que ha conquistado el campeonato en Rusia, pero es una trampa no subrayar a continuación que todos los jugadores, salvo Umtiti y Mandanda, han nacido en territorio francés, o sea, europeo.

La solidaridad hecha circo

¡Pasen y vean! ¡No se pierdan el mayor espectáculo del mundo… de la solidaridad de pitiminí! ¡Solo para sus ojos y para sus egos chipendilerendis! ¡630 vidas convertidas en material para el selfi, el tuit molón, la proclama justicialista que lo flipas y/o el lagrimón de cocodrilo primermundista! Nunca antes los blanquitos requetebuenos habían tenido a su entera disposición un cargamento así de negritos necesitados de su conmiseración, de su paternalismo nauseabundo, de su —vamos a decirlo claro de una puñetera vez— asqueroso supremacismo disfrazado exactamente de lo contrario.

Miren que desde los primeros compases, la milonga del Aquarius olía a festival sideral de la hipocresía, pero lo visto en las últimas horas desborda las previsiones más pesimistas. El puerto de Valencia ha vuelto a ser, como Níjar o Boiro recientemente, capital provisional de carroñerismo. Un plumilla acreditado por cada inmigrante, o sea, persona migrante, que es como los incansables pero muy cansinos comisarios del lenguaje nos conminan a decir so pena de parecer fachas insensibles.

Preciosas las fotos, emocionantes las historias reales o inventadas, nadie lo niega. Lástima que los ganadores de esta primera fase de la obscena lotería humanitaria todavía deben pasar varias eliminatorias. Cuando los focos dejen de apuntar, el destino de más de una de las personas que sonreían al desembarcar puede ser igual de incierto que el de cualquiera de las decenas de miles de seres humanos que han llegado a la presunta tierra prometida sin tanto bombo. Y aun deberán dar gracias de no haber acabado en el fondo del Mediterráneo como ni se sabe cuántos.

Procés, punto seguido

Grandiosas noticias. Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, líderes de los otrora bastiones del bipartidismo español —actualmente, tercera y cuarta fuerza, según Metroscopia—, se fotografían a las puertas de Moncloa con un palo y una zanahoria. Dicen que por ahora levantan la bota del 155, pero que al primer mal gesto de los perversos soberanistas, les vuelven a calzar el cepo, menudos son ellos. Y por si las moscas, pactan que en el ínterin controlarán las cuentas de la taifa traidora. Desde la pradera de San Isidro y junto a Begoña Villacís vestida de chulapa (se lo juro), el figurín figurón Rivera hace como que echa las muelas y aboga por “extender un 155 duro” para que los disolventes con mayoría en el Parlament se enteren de lo que vale un peine.

En otra viñeta del (tragi)cómic, el recién investido president (gracias a la abstención de la CUP, no lo olvidemos) peregrina a Berlín para que no quepan dudas sobre su obediencia al hombre que lo señaló como portador interino de la vara de mando. Qué papelón para los amigos del Procés, incluyendo los que habitamos en este trocito del mapa entre el Cantábrico y el Ebro, tener que contemporizar con la infame bibliografía presentada por Quim Torra.

Alguien con más capacidad de análisis que servidor quizá tenga a bien explicarme el porqué de semejante elección. Y ya puestos, sería magnífico conocer el motivo de la feroz defensa del personaje por parte de quienes se pasan la vida señalando xenófobos y racistas por doquier. Claro que si hay algo por lo que pagaría a gusto es por los pensamientos íntimos, allá en su lejana celda de Estremera, de Oriol Junqueras.