Un incidente… ¿racista?

No se repite lo suficiente que una de las peores formas de racismo es el paternalismo melifluo de los blanquitos bonachones y cantamañanas que van viendo xenofobia en cada mota de polvo que desplaza el aire. En su ausencia de luces entreverada de soberbia, no se dan cuenta de que, además de dar alpiste a toneladas a los Bolsonaros, Salvinis o Abascales de turno y cabrear tres huevos y pico a tipos corrientes y molientes, sus mandangas justicieras les convierten en supremacistas de talla XXL.

Ha vuelto a ocurrir con el video espolvoreado a tutiplén —viral, se dice en jerga— que además de en su territorio natural, las corralas modernas llamadas redes sociales, ha estercolado espacios de aluvión de los todavía medios tradicionales. Se presentaba, en la versión más suave, como “Incidente racista en un autobús de Vitoria”. Y es rigurosamente cierto que en la pieza se ve a un cagarro humano identificándose como militar que profiere amenazas de muerte a una mujer de raza negra. Ocurre que para los beatones arriba mentados, ese fulano es un personaje secundario. A quien señalan como protagonista y reo de racismo intolerable, es al conductor que pide a la mujer que plegara el patinete de su hija. Lo hace en voz alta, es verdad, porque no era el primer incidente de este tipo, y porque la aludida también habla a gritos. Una bronca como las mil que se producen cada día en el transporte urbano. Si no hubiera colores de piel por medio, casi todos tendríamos claro que la actitud verdaderamente maleducada es la de la persona que se niega a cumplir una norma elemental. ¿Por qué esta vez no es así? Reflexionemos sobre ello.

El blues del autobús

Parecía que no se podía superar el esperpento en el psicodrama colectivo del autobús anaranjado hasta que llegó el juez y mandó que el trasto se quedara en cocheras. De la decisión no digo ni pío. Ahora, respecto a la argumentación del auto, no me digan que no vuelve a ser otra vez lo del infierno empedrado de buenas intenciones. Sostiene el magistrado Juan José Escalonilla que los mensajes de la guagua fletada por los fachuzos de HazteOir “suponen un acto de menosprecio a las personas con una orientación sexual distinta a la heterosexual”. Pues ahí la ha pifiado su señoría, porque según han corrido a explicar los peritos en estas intricadas cuestiones de la palabrotología, lo que realmente se ataca en las leyendas es la identidad de género. Lo definitivamente grotesco es que la prohibición se fundamenta precisamente en la metedura de pata, que para más inri, se repite varias veces en el texto.

Aún queda territorio para profundizar el sinsentido. Se me ocurre, por ejemplo, que la organización ultramontana que echó a circular el bus grafiteado presente el correspondiente recurso basándose en la cantada. Lo chusco residiría, en este caso, en que los carcamales niegan con igual rotundidad los conceptos “orientación sexual” e “identidad de género”.

Quizá no lleguemos hasta ahí. HazteOir tiene suficientes motivos para retirarse en este punto de la astracanada con la satisfacción de haber conseguido su propósito. Aunque la hayan paralizado, su fétida campaña ha tenido un eco infinitamente mayor al que hubieran soñado. Allá donde tenía que calar, su mensaje ha calado. Piensen gracias a quiénes ha sido.