Peor que censurar

¡Para lo que vamos quedando! A estas alturas del tercer milenio, HBO, un emporio audiovisual que paga en España menos impuestos que un currela medio, ha retirado de su (ramplón) catálogo Lo que el viento se llevó bajo la acusación de dar una imagen edulcorada de la esclavitud en Estados Unidos. Ya era abominable la decisión inicial, pero ha ocurrido que tras la polvareda que ha provocado el anuncio, la plataforma ha empeorado las cosas. Ahora dice que se trata de algo temporal, lo que se tarda en añadir al clásico una introducción que contextualice y adapte a los tiempos actuales su trama. Tracatrá.

Primero, me pregunto dónde carajo encajarán el sermoncillo, pues, aunque hace tiempo que no me echo a las ojos las desventuras de Escarlata O’Hara y Rhett Butler, creo recordar que la cinta comienza, precisamente, explicando que lo que sucede en la película se remonta a mucho tiempo atrás, a una época, literalmente, “que se fue con el viento”. Segundo y más importante, el atrevimiento de largarle un pegote a una obra ajena es más grave que el borrado del catálogo mondo y lirondo. Es mearse en el autor, pero especialmente en los espectadores, a los que se trata de menores de edad. Justo lo que hizo, por cierto, la censura franquista con Ladrón de bicicletas o Los cuatrocientos golpes. Todo vuelve.

Antirracistas muy racistas

Confieso que el viernes evacué —no hay mejor verbo— un tuit muy desafortunado en las formas sobre quienes llevaban horas cargando contra la candidata a lehendakari propuesta por la dirección de Podemos en Euskadi, Rosa Martínez, por no estar en condiciones de desenvolverse en euskera. Me avergüenzo, no saben cuánto, de la grosería y hasta de la procacidad de mi mensaje, pero mantengo lo que debió ser la sustancia de mis torpes líneas: me resulta repugnante el rancio etnicismo de quienes luego tienen los santos bemoles de ir por la vida como la hostia en verso del antirracismo, el antifascismo y me llevo una.

No, miren, que si quieren un debate sereno y sosegado sobre la conveniencia de que la primera autoridad de los tres territorios de la demarcación autonómica deba ser capaz de dirigirse a su ciudadanía en las dos lenguas cooficiales de los tres territorios, ningún problema. Personalmente, y aunque en el primer bote creo que tendría que ser así, cuando le doy media vuelta al cacumen, concluyo que es mejor que sean los votantes los que lo decidan.

Pero es obvio que esto no va de reflexiones sinceras, sino de la enésima exhibición del pelo de la dehesa de unos miles de campuzos del terruño —Belcebú me libre de poner siglas— que son tan esencialistas como los del háblame en cristiano de enfrente. Acertó de pleno el mengano que, tratando de ponerme a los pies de los linchadores de corps, ironizó con que mi tuit era materia de Cocidito madrileño —¡ahora, Suspiros de España, por favor!—. Los participantes en el acollejamiento de Rosa Martínez forman parte del mismo género de mastuerzos que yo pongo en solfa.

Antirracismo oficial

El Gobierno Vasco anuncia el lanzamiento de una campaña contra las actitudes racistas y xenófobas. Sin duda, no está de más, pero aviados vamos si creemos que un puñado de spots y carteles, por creativos que sean, servirán para cambiar unos comportamientos firmemente instalados en una parte creciente de la población. Bastante éxito será que los mensajes no sirvan para exactamente lo contrario de lo que pretenden. Si en lugar de haber tirado por el buenrollismo y el bienquedismo, nos hubieran interesado los cómos y los porqués del fenómeno, a estas alturas tendríamos claro que insultar a la gente y negarle su realidad diaria no es el mejor modo de llevarla hacia la reflexión. Al contrario, es la receta para encabronarla más.

Todos tenemos claro que el racismo, además de ser una pulsión que probablemente va de serie en la condición humana, se fundamenta en tópicos y estereotipos burdos. Lo que parece más complicado ver es que también el antirracismo oficial funciona a partir de la misma categorización de trazo grueso, es incapaz de atender a razones, y no duda en aventar bulos de similar factura a los que le achaca a la otra parte. Da por sentado que hay una especie de seres inferiores profundamente ignorantes, egoístas y malvados que se levantan y se acuestan pensando cómo joder la vida a los diferentes.

Poco bueno va a salir de este choque de prejuicios. Hasta la fecha, el saldo es la radicalización de las posturas, con la particularidad inquietante de que la que ha crecido más en número es la que, ya sin matices, manifiesta su inquina por los inmigrantes. Y los cazadores de votos, al acecho.