Procedamos, pues

Volvamos atrás. Exactamente hasta el instante en que en mi anterior (y muy borrascosa) columna escribí que en última instancia debería ser la ciudadanía con su voto la que decidiera si era pertinente que el o la lehendakari no fuera capaz de desenvolverse en euskera. Me faltó apostillar que, personalmente, hoy no votaría unas siglas que propusieran para el cargo a una persona no euskaldun. Simplemente quería expresar que no me siento la unidad universal de medida. Como en tantas cuestiones, mi opinión es solamente eso. Tengo la suficiente tolerancia a la frustración como para comprender que, por maravillosos que sean mis planteamientos, si estoy en minoría, ahí me jodo.

Puro principio de realismo, que es del que suelo partir. Y si hay que cambiar las cosas, propóngase abiertamente, pero siempre sin perder de vista las consecuencias. ¿Está algún partido en situación de propugnar la obligatoriedad del conocimiento del euskera y la capacidad de su uso para aspirar a ser la principal autoridad de los tres territorios? ¿Lo extendemos a la presidencia de Nafarroa y a la de la Mancomunidad de Iparralde? ¿Y a las personas que figuran como elegibles para cualquiera de los parlamentos?

Si la respuesta es sí, procedamos. Hagamos una propuesta clara donde no quepan dudas y apliquemos el tantas veces invocado derecho a decidir. Aceptemos después que nos saquen la conocida letanía de los ciudadanos de primera y de segunda —esta vez, quizá con complicada posibilidad de réplica— y, además, el riesgo de que en todo nuestro país o en alguna de sus tres partes haya una mayoría social que no esté por la labor de cruzar ese puente.

Antirracistas muy racistas

Confieso que el viernes evacué —no hay mejor verbo— un tuit muy desafortunado en las formas sobre quienes llevaban horas cargando contra la candidata a lehendakari propuesta por la dirección de Podemos en Euskadi, Rosa Martínez, por no estar en condiciones de desenvolverse en euskera. Me avergüenzo, no saben cuánto, de la grosería y hasta de la procacidad de mi mensaje, pero mantengo lo que debió ser la sustancia de mis torpes líneas: me resulta repugnante el rancio etnicismo de quienes luego tienen los santos bemoles de ir por la vida como la hostia en verso del antirracismo, el antifascismo y me llevo una.

No, miren, que si quieren un debate sereno y sosegado sobre la conveniencia de que la primera autoridad de los tres territorios de la demarcación autonómica deba ser capaz de dirigirse a su ciudadanía en las dos lenguas cooficiales de los tres territorios, ningún problema. Personalmente, y aunque en el primer bote creo que tendría que ser así, cuando le doy media vuelta al cacumen, concluyo que es mejor que sean los votantes los que lo decidan.

Pero es obvio que esto no va de reflexiones sinceras, sino de la enésima exhibición del pelo de la dehesa de unos miles de campuzos del terruño —Belcebú me libre de poner siglas— que son tan esencialistas como los del háblame en cristiano de enfrente. Acertó de pleno el mengano que, tratando de ponerme a los pies de los linchadores de corps, ironizó con que mi tuit era materia de Cocidito madrileño —¡ahora, Suspiros de España, por favor!—. Los participantes en el acollejamiento de Rosa Martínez forman parte del mismo género de mastuerzos que yo pongo en solfa.

Otra vez el euskera

Por más conocido que me resulte el fenómeno, no dejará de maravillarme el empeño obsesivo del PP vasco en avanzar retrocediendo. ¿Cómo va a creer nadie a Alfonso Alonso reclamando la moderación frente al casadocayetanismo que escora a su partido hasta los mismos confines de Vox o, a veces, dos palmos más a la derecha? Ni diez días después de lo que los más ingenuos tomaron como una declaración de intenciones, la sucursal genovesa en Vasconia ha vuelto a revelarse exactamente como tal acudiendo al Tribunal Superior de Justicia del País Vasco para denunciar la ilegalidad del decreto que regula el uso del castellano y el euskera en los ayuntamientos.

Así andamos a estas alturas del tercer milenio, haciendo de la lengua motivo de gresca y, sobre todo, teta de la que ordeñar algún que otro minuto en los medios, a ver si hay suerte y en la próxima cita con las urnas se detiene la sangría de votos. Para que la acción resulte más patética, ni siquiera es original. Los populares autonómicos —que no autónomos— chupan de nuevo rueda de Vox, que se adelantó en el recurso ante los primos togados de Zumosol.

Esto va, lisa y llanamente, de la competición por ver quién se sitúa más al fondo y, sobre todo, más a la derecha. Sería solo una ridiculez que no debería quitarnos un segundo si no fuera por el objeto que han escogido para medir sus crestas ultramontanas. Una vez más, han hecho presa en el euskera, al que pretenden convertir en instrumento de división a base de trolas tan zafias como la que ha desmontado el alcalde de Gasteiz. La buena noticia es que pinchan en hueso. La sociedad vasca ya no traga esos burdos cebos.

Iracunda Beltrán

Desde esta esquinita de la demarcación autonómica, dudo si tomarme en cachondeo o a la tremenda a la Sarah Palin de vía estrecha que lidera o así el Partido Popular de Navarra. Se comprende que la competencia en la cáscara amarga —o sea, rancia— del (requeté)regionalismo está muy jodida, y que debe de quemar un chingo verse como una excrecencia menor en el ultramonte ahora condenado a la oposición, pero lo de Ana Beltrán empieza a ser para hacérselo mirar. Solo el último comunicado evacuado por la susodicha da, como poco, para sendas tesinas de politologia parda y psiquiatría de similar tonalidad.

La iracunda exgerente de la empresa familiar en concurso de acreedores que le debe un pastizal a Hacienda se quejaba a exabrupto pelado de los 50.000 euros invertidos por el gobierno de Uxue Barkos en una campaña para promocionar el prestigio social del euskera. “Hay que parar el gasto con el vascuence [sic] o acabaremos como en Cataluña”, bramaba en el trozo de la filípica que, no por nada, el diario de la acera de choque elegía como titular de encabronamiento para los feligreses habituales. Lo cierto es que, incluso poniendo un dedo con los ojos cerrados en cualquier parte de la descarga de bilis, se habría atinado con una demasía del pelo.

Que si irreverencia, que si locura, que si sacrificio del bienestar de los ciudadanos para engordar una lengua minoritaria, que si arma política para extender el nacionalismo, que si construcción nacional… No falta ni una de las letanías sobeteadas hasta la náusea. Y uno se pregunta —insisto, a 150 kilómetros— si hay público para tales soflamuelas o es puro desfogue.

¡Campaña y se acabó!

Al final, tampoco ha sido para tanto. La campaña que se acaba hoy, digo. Estaba el miedo a la contaminación del pifostio español, y la cosa se ha quedado en casi nada. Cierto, no porque no lo hayan intentado los recalcitrantes visitantes de las cuatro franquicias españolas. Para nota, de hecho, el intento a la desesperada de Pedro Sánchez, en fase regresiva a Ken y copiando el tono no se sabe si a Félix Rodríguez de la Fuente o a DJ Pablo, postulándose desde Portugalete como alternativa al que le suda el yameentienden que haya o no terceras elecciones. Y aun así, poco parece que va a rascar entre nosotros, más allá de unos titulares de aluvión y unos blablablás de los todólogos de guardia. Que le aproveche.

Por lo demás, y quizá habla por mi una suerte extraña de síndrome de Estocolmo, no ha faltado entretenimiento a esta quincena de veda abierta para la caza del votante. Las gildas como mejor oferta, el euskera convertido en asustabobos, el desempoderamiento más descaradamente empoderado (o viceversa), los desahucios trucados para el selfi de rigor,  y la letanía falsaria que asegura que lo que importa es la economía. Queda todo eso como tachuelas coloreadas de las que empezaremos a olvidarnos en medio rato.

Venga, va, y también el momentazo del debate, ese silencio torpón que se tornó en Pili, levántate y anda. Pena que no tuviéramos ocasión de asistir a la recíproca porque hay cosas que todavía no se pueden decir. Y como argamasa para dar sentido a todo, esas encuestas que han sonado a peligroso canto de sirenas para la fuerza señalada obstinadamente como vencedora de largo. Cualquiera se fía.

El PSE, a lo Donald Trump

Venga, va, la perra gorda para el PSE. Quería atención y la está teniendo. Ha conseguido, efectivamente, que corran ríos de tinta y saliva. ¿Por sus propuestas constructivas? ¿Por sus interesantes aportaciones? Más bien no. La sucursal regional de Ferraz debe su cuarto de hora de fama a un vídeo pochanglero, tan pésimamente hecho, que hasta el mensaje principal llega equivocado al espectador. Se entiende exactamente lo contrario que pretende acotar en su parrapla final —entonada de un modo manifiestamente mejorable— la candidata a lehendakari de una formación que está pregonando a grito pelado su terror a la irrelevancia.

De eso va la cosa en realidad: aunque al primer bote sentí la misma oleada de irritación que cualquiera, pronto la bilis se convirtió en una mezcla de pena y vergüenza ajena con vetas de resignación. Fíjense que ni siquiera creo que tras el artefacto audiovisual haya un asco genuino al euskera como parece desprenderse de su guión y ejecución.

Se trata, y ahí está lo triste, de un producto de siniestro laboratorio o Think Tank, como se dice en fino ahora. Buscando nichos de mercado —y tómenlo en sentido casi literal—, alguna luminaria determinó que el único espacio por pelear era el hediondo limo del antivasquismo más cañí. El mismo, claro que sí, por el que se las tienen a dentelladas los naranjitos, el ultramonte (sobre todo alavés) del PP y, desde luego, esa flatulencia llamada Vox. Más que un insulto, esta torpe incursión del PSE en el Donaldtrumpismo apenas llega a desgarrador último cartucho de quien ha concluido que, después de la dignidad, ya no le queda nada que perder.

La persecución del ‘Txori’

Habrá enorme algarabía hoy en las sedes de UPN y PP. Cautiva y desarmada la perversa herramienta de propaganda vasquizante, las tropas regionalistas han alcanzado uno de sus más ansiados objetivos: los canales de EITB han desaparecido de los mandos a distancia de uno a otro confín de la foralidad.

En lo sucesivo, como en los tiempos en que se cruzaba la muga del norte buscando alegrarse el ojo con El último tango en París, será menester traspasar la raya con la CAV para ver programas de dos rombos ideológicos como el de Xabier Lapitz o el de Klaudio Landa. Y no digamos los que se expelen en la lengua del diablo que es, ¡ay!, la navarrorum, esa en la que cada vez más padres y madres, ¡ay, ay, requeteay!, matriculan a sus hijos en el más vetusto que viejo reino.

Morrocotudo éxito del navarrisímo Esparza y la cofradía que desde hace nueve meses no ha parado de ladrar su rencor por las esquinas. Logro, por demás, póstumo, pues como se sabe, el cese de las emisiones es consecuencia de una denuncia que dejó escondida —a modo de esas bombas-trampa de las pelis de mafiosos o de la tierra quemada de Gengis Kan— el gobierno de Barcina cuando ya olía a cadaverina. Una bajeza del quince que retrata a sus perpetradores, sí, pero más que eso, una torpeza inconmensurable. Aparte de la memez de poner literalmente puertas al campo en un tiempo en que cualquiera puede acceder sin demasiado esfuerzo a la televisión local de Pernambuco, la persecución enfermiza del Txori lo único que consigue es elevarlo a la categoría de símbolo y hacerlo, por lo tanto, más peligroso. O dicho en menos fino, un pan como unas hostias.