La persecución del ‘Txori’

Habrá enorme algarabía hoy en las sedes de UPN y PP. Cautiva y desarmada la perversa herramienta de propaganda vasquizante, las tropas regionalistas han alcanzado uno de sus más ansiados objetivos: los canales de EITB han desaparecido de los mandos a distancia de uno a otro confín de la foralidad.

En lo sucesivo, como en los tiempos en que se cruzaba la muga del norte buscando alegrarse el ojo con El último tango en París, será menester traspasar la raya con la CAV para ver programas de dos rombos ideológicos como el de Xabier Lapitz o el de Klaudio Landa. Y no digamos los que se expelen en la lengua del diablo que es, ¡ay!, la navarrorum, esa en la que cada vez más padres y madres, ¡ay, ay, requeteay!, matriculan a sus hijos en el más vetusto que viejo reino.

Morrocotudo éxito del navarrisímo Esparza y la cofradía que desde hace nueve meses no ha parado de ladrar su rencor por las esquinas. Logro, por demás, póstumo, pues como se sabe, el cese de las emisiones es consecuencia de una denuncia que dejó escondida —a modo de esas bombas-trampa de las pelis de mafiosos o de la tierra quemada de Gengis Kan— el gobierno de Barcina cuando ya olía a cadaverina. Una bajeza del quince que retrata a sus perpetradores, sí, pero más que eso, una torpeza inconmensurable. Aparte de la memez de poner literalmente puertas al campo en un tiempo en que cualquiera puede acceder sin demasiado esfuerzo a la televisión local de Pernambuco, la persecución enfermiza del Txori lo único que consigue es elevarlo a la categoría de símbolo y hacerlo, por lo tanto, más peligroso. O dicho en menos fino, un pan como unas hostias.

Euskadi hoy

Hoy me van a permitir que les hable de mi libro, o sea, de mi programa de radio, que en realidad no es mío, sino de tantas y tantas personas que lo han venido forjando durante seis años. Empezando, faltaría más, por Xabier Lapitz, que es quien le ha puesto voz, cara, alma, corazón y vida a Euskadi Hoy de Onda Vasca desde su heroico nacimiento. Ahora que no nos lee nadie, les confesaré que, egoístamente, habría preferido que las cosas siguieran como estaban.

Yo era feliz en Gabon, pequeña y manejable locura nocturna compartida con militantes de la comunicación. Ni éramos ni aspirábamos a ser la releche. Siempre me ha provocado un pudor indecible venderme como lo que Cortázar llamaba la última chupada del mate. Más, sabiendo que a diestra y siniestra del dial hay productos —públicos y privados— que se pulen en una hora de emisión lo que a nosotros nos llegaría para un mes. Con encontrarnos cada noche a los cómplices a uno y otro lado de las ondas, teníamos de sobra. Y —les decía antes de dispersarme— habría seguido así lo que dieran de sí su paciencia o mi garganta.

Pero, como en la canción de Silvio, las causas y los azares nos fueron cercando, hasta que un día me  vi aceptando la mudanza, no niego que con la esperanza recóndita de que Xabier cambiara de idea en el último minuto. Como no lo hizo, desde el lunes pasado me tienen levantándome a la hora a la que antes me acostaba. Me acompaña un cóctel de vértigo y miedo, pero también las impagables sensaciones de trabajar con personas que humana y profesionalmente superan el diez, y de poder saludarles a ustedes con un Egunon, Euskal Herria!

Su fútbol y mi radio

Como no podía ser de otro modo, en la gresca por el diezmo que le quieren imponer a las radios por transmitir los partidos de fútbol, mi corazón está con los que se dejan la garganta y nos hacen soñar las jugadas de un modo en que jamás las veríamos en el campo. Sentimentalmente, no puedo pertenecer a otro bando que a ese, que es el mío no sólo porque yo también soy de la especie de los piadores hercianos, sino porque desde antes de la primera papilla mi vida ha pendido siempre de las ondas. Sin embargo, mucho me temo que en estas líneas me toque ejercer de desertor de mi mismo, porque el puñetero sentido crítico que también va de serie con mi oficio y mi adiestramiento me dice que la razón no está de nuestro lado.

Me ha dolido escribirlo, pero ya que el obús está lanzado, sigo con la apostasía. Resulta que por mucho que nos empeñemos, y aunque curse como opio del pueblo, el fútbol no es de todos. Ni siquiera es propiedad de los que pagan un riñón por un abono anual o el dedo meñique por una entrada. Ni de los contribuyentes que financian estadios o reflotan equipos para que a los políticos no les monten el motín de Esquilache. Qué va: es de quien lo adquirió —a cambio de un pastón, por cierto— a unos subasteros que creían estar dando el pelotazo del milenio. Luego, se fundieron las ganancias en un chispún y volvieron a quedarse a dos velas. Pero ese tema es de otro parcial.

La lección que nos preocupa ahora es que aunque la inercia nos lleve a tratarlo como deporte, en realidad estamos hablando de un negocio. Y ahí hemos topado con la ley de la oferta y la demanda, que es puñetera y hasta cruel, pero simple: esto tengo, esto cuesta. En ese pulso están las emisoras y, volviendo a mi trinchera, creo que deberían mantenerlo. En el camino pueden descubrir que la transmisión in situ no es imprescindible para que funcionen los programas habituales. Les saldrían, incluso, más baratos.

Gabon

Estas notas que me siento a redactar tienen algo de esas cartas póstumas que dejan algunos suicidas. Quienes las lean lo harán después de que haya ocurrido lo inevitable. Nadie se alarme. Hablo sólo de mi reestreno radiófonico, que por esas paradojas espacio-temporales, habrá tenido lugar horas después de que yo envíe estas líneas al periódico, pero horas antes de que ustedes las lean. Me voy haciendo una idea de que aprender a vivir entre hoy y mañana será una de las principales tareas que me aguardan en los próximos meses.

No les puedo contar, por tanto, cómo fue el nacimiento de Gabon en Onda Vasca. Espero que lo noticiable, en todo caso, se quedase en la deliciosa sensación de vértigo y miedo de las auténticas primeras veces y en cuatro anécdotas para aburrir dentro de un tiempo a cualquier víctima propiciatoria. Convenientemente exageradas, naturalmente. Por lo demás, ayer entre las diez y las once y media de la noche no debería haber ocurrido nada más -y nada menos- que la inauguración de un espacio donde las palabras se sientan cómodas, valoradas, seguras y, lo más importante, libres. La última, eso debe quedar claro, la tendrán siempre las y los oyentes, que habrán elegido libre y voluntariamente sintonizar ese punto del dial y que tendrán al alcance de sus dedos la facultad de abandonarnos sin que nadie les pida cuentas.

Simple: información y opinión

No hay programa -nuevo o veterano- que no se anuncie como la reinvención definitiva de la radio, el bálsamo infalible contra todos los males y el generador instantáneo de la felicidad de quienes reciben sus benéficas ondas. Me temo que no es el caso de Gabon. Lo nuestro es más modesto, pero también sincero. La receta que combina información con opinión es, con total seguridad, la más utilizada ahora misma de este a oeste y de norte a sur del espectro radioeléctrico. Si algo nos distinguirá, y en ello sí que nos aplicaremos, será la preparación, la forma de servir la mesa, y el paladar exquisito de quienes nos presten su tiempo desde el otro lado. Las ruedas de molino quedan fuera del menú.

Guiados por la experiencia, hemos comenzado con lo mínimo imprescindible. Los formatos chachipirulis de los arranques suelen convertirse en mazmorras inexpugnables para cualquier brizna de creatividad que brote después. Será una estupenda señal que el programa que vino al mundo ayer, minutos antes de que la renovada Onda Vasca cumpliera su primer año, no tenga mucho que ver con el que escuchen dentro de unas semanas. Sé que nos ayudarán a conseguirlo.