Iracunda Beltrán

Desde esta esquinita de la demarcación autonómica, dudo si tomarme en cachondeo o a la tremenda a la Sarah Palin de vía estrecha que lidera o así el Partido Popular de Navarra. Se comprende que la competencia en la cáscara amarga —o sea, rancia— del (requeté)regionalismo está muy jodida, y que debe de quemar un chingo verse como una excrecencia menor en el ultramonte ahora condenado a la oposición, pero lo de Ana Beltrán empieza a ser para hacérselo mirar. Solo el último comunicado evacuado por la susodicha da, como poco, para sendas tesinas de politologia parda y psiquiatría de similar tonalidad.

La iracunda exgerente de la empresa familiar en concurso de acreedores que le debe un pastizal a Hacienda se quejaba a exabrupto pelado de los 50.000 euros invertidos por el gobierno de Uxue Barkos en una campaña para promocionar el prestigio social del euskera. “Hay que parar el gasto con el vascuence [sic] o acabaremos como en Cataluña”, bramaba en el trozo de la filípica que, no por nada, el diario de la acera de choque elegía como titular de encabronamiento para los feligreses habituales. Lo cierto es que, incluso poniendo un dedo con los ojos cerrados en cualquier parte de la descarga de bilis, se habría atinado con una demasía del pelo.

Que si irreverencia, que si locura, que si sacrificio del bienestar de los ciudadanos para engordar una lengua minoritaria, que si arma política para extender el nacionalismo, que si construcción nacional… No falta ni una de las letanías sobeteadas hasta la náusea. Y uno se pregunta —insisto, a 150 kilómetros— si hay público para tales soflamuelas o es puro desfogue.

Enaltecimientos o así

Como para creer en el influjo de las conjunciones astrales. O para pensar que la Justicia se distribuye a granel. Claro que también la explicación puede ser más simple. Por ejemplo, que de un tiempo a esta parte se haya puesto el punto de mira en el derecho al pataleo o al exabrupto, que es lo más parecido a ese unicornio azul que llamamos libertad de expresión. En la misma semana, siete juicios —¡siete!— en la Audiencia Nacional por bocachancladas de variado octanaje en las redes sociales. Tipificadas todas, ahí está lo grave, como enaltecimiento del terrorismo.

Anotemos como primera gran paradoja que sea justamente el momento en que deja de existir en nuestro entorno inmediato el terrorismo que mancha de verdad el asfalto de sangre, cuando se multiplican por ene las causas contra el que se practica con un teclado. La segunda es que los razonamientos más lúcidos al respecto los estén aportando víctimas de ETA y familiares de víctimas de ETA. Una de ellas, Lucía Carrero Blanco, escribía lo siguiente sobre la petición de dos años y medio de cárcel para una joven de 21 años que se mofó del asesinato de su abuelo: “Me asusta una sociedad en la que la libertad de expresión, por lamentable que sea, pueda acarrear penas de cárcel”. Y concluía calificando los chistes como enaltecimiento, en todo caso, del mal gusto y la falta de sensibilidad. No es muy diferente a lo que le hemos escuchado a Irene Villa sobre las macabras chanzas que se han hecho a su costa: “Es algo que afecta a la falta de tacto de quienes las hacen. Si se persiguieran todas, habría colas en los juzgados”. Pues es exactamente lo que está pasando.