Mobile, ¿quiénes pierden?

Un diario digital nada sospechoso de hacerle el caldo gordo al malvado capitalismo opresor abre a todo trapo con las consecuencias de la suspensión del Mobile World Congres de Barcelona. De saque, palmatorio de 500 millones de euros y 14.000 contratos de trabajo que se van al guano. Y es precio de amigo. Si vamos a los círculos concéntricos, nos encontramos con un efecto dominó calamitoso que trasciende la propia capital catalana por la ingente cantidad de negocios cruzados que se han quedado en el limbo de las transacciones comerciales.

Sin duda, es un mordisco para los gigantes tecnológicos que han preferido pasar un kilo del sarao bajo la excusa del coronavirus o por miedo basado en datos ciertos que habrán evaluado. Un quebranto, en cualquier caso, asumible o compensable por los procedimientos habituales; lo que sale por un lado ya vendrá por otro. Eso, por desgracia, no reza para los últimos de la fila. Los cafés y las copas sin servir, las carreras de taxi o VTC y tantas otras menudencias contantes y sonantes no tendrán retorno hasta el año que viene… si no hay contraorden.

Ese poema que es la cara de la alcaldesa Ada Colau tras la volatización del Mobile está escrito, curiosamente, con la misma tinta que sus (no tan) viejas proclamas contra la mayor cita mundial de la telefonía en particular y la celebración de grandes eventos en general. Llamaría a tomar nota a los molones irredentos que se desgañitan también en nuestro terruño contra la organización de actividades de relumbrón. Sé que pincho en hueso porque así se suspendieran todos, ni sus bolsillos ni sus vicios burguesotes se verían afectados.

Estrellas en el bolsillo

El que no corre vuela. Dos días después de ser glorificado con la tercera estrella de las maravillas gastronómicas, el Cenador de Amós ha subido el precio de todos sus menús. Y no crean que ha sido cuestión de pellizquitos. Las tres propuestas del restaurante cántabro de moda (ahora más) costaban hasta el miércoles —por supuesto, sin incluir bebidas— 89, 120 y 157 euros. Hoy se han puesto en 109, 137 y 167 euros. ¿Algo que objetar? Bien poco. Por mi parte, lo único que cabe afearle al chef Jesús Sánchez es que, distinción en mano, aseguró que no tocaría las tarifas y ha tardado en desdecirse medio suspiro. Salvado eso, el artista de los fogones y, según parece, de las cajas registradoras, es muy libre de tasar sus viandas como le salga de la casaca. Ya lo dijo aquel genio de las finanzas hoy entrullado: “Es el mercado, amigo”.

Y tan es el mercado, que estoy por apostar que a pesar del subidón, la lista de espera para dejarse adelgazar el bolsillo en el templo de Villaverde de Pontones será ahora mismo inmensa. Tampoco osaré deslizar la menor censura hacia los tipos y tipas que, teniéndolo, se pulen un pastizal en lo que estiman oportuno. Como mucho, y apelando al conocimiento directo de algún que otro Bon Vivant de la señorita Pepis, me permitiré reírme hacia adentro ante la evidencia de que los fulanos tienen el paladar en la cartera.

Por lo demás, no dejará de maravillarme el culto rayano en lo baboso que se rinde a toda esta parafernalia que, como acaba de quedar documentado, no está precisamente al alcance de cualquier mortal. Pero no me hagan caso. Yo soy más de croquetas caseras que de esferificaciones.

El cliente siempre paga

Vuelvo a estar en minoría absoluta. Si ayer les confesaba que no entendía los motivos para festejar una decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que no pasa de palmada en la espalda, hoy les cuento que tampoco alcanzo a comprender el rasgado de vestiduras ritual a cuenta de la yenka del Supremo español con el impuesto de las hipotecas. Me suena, ya siento ser tan directo y seguramente inoportuno, a cabreo programado o a modelo de pataleta para armar.

En todo caso, si hay algo sorprendente, casi misterioso, en el episodio, es la evacuación de la sentencia ahora autocorregida. Resultaba imposible de creer que un órgano judicioso como el que nos ocupa le atizara semejante bofetón a la banca, y más —a ver quién se atreve a reconocerlo— en una cuestión que el común de los mortales, con o sin préstamo hipotecario, daba por hecho que le tocaba apoquinar al firmante. No digo que fuera lo justo. Apunto que es exactamente como está montado el invento este del capitalismo: en el precio del bien o del servicio están repercutidos todos los costes de producción, incluidos los impuestos.

Poca escapatoria hay a ese principio. Y si el gobierno justiciero de Robin Sánchez acaba endiñando por ley el impuesto de marras a las entidades, serán los bolsillos de los clientes los que se resientan. Ese “la banca siempre gana” que ha dado para tanto titular ingenioso es literal. Incluso si sus supremas señorías hubieran mantenido el fallo inicial, no hacía falta ser un lince en materia financiera para tener claro que los paganos finales seríamos de forma alícuota todos los usuarios de los servicios bancarios. Así de triste.

Lavapiés blues (2)

Vuelvo a Lavapiés. Incluso aunque la barredora informativa haya mandado la noticia al quinto pino de la actualidad (o al cuarto, por lo menos) en apenas tres días, creo que lo que ha ocurrido en el castizo barrio madrileño es un compendio de muchas de las cuestiones más candentes ahora mismo. En el primer texto me ocupé especialmente de los bulos, los contrabulos, las Fake News, la Posverdad o como quieran ustedes llamar a las mentiras lanzadas para intoxicar que ya conocían las primeras civilizaciones de las que tenemos constancia. Da para tesis del asunto el desparpajo de quienes siguen insistiendo en la versión embustera sobre la muerte del mantero por encima de todaa evidencia. Puede que el ciudadano fallecido participara en alguna persecución, pero no en el desgraciado momento en que se desplomó sobre el asfalto.

Otro punto de abordaje es la inmensa muestra de hipocresía. Como ya anoté, la falsedad sirvió de coartada para unos tremendos actos de vandalismo contra bienes de personas que tienen lo justo para vivir, si es que llegan. Ni una palabra de condena ni de solidaridad de los denunciadores compulsivos de injusticias y primerafilistas de cualquier buena causa. Y ya que los menciono, abundando en la caradura de estos ventajistas, les animo a ir un paso más allá de su martingala favorita. Al señalamiento del capitalismo culpable debería seguir la denuncia de las tramas mafiosas que trafican con seres humanos, se adueñan de ellos, los distribuyen por actividades según su voluntad y les obligan a suministrarse en exclusiva de productos fabricados mediante trabajo esclavo. A que no hay…

Profetas a mí…

Reconozco mi fascinación por los profetas. No hay especie más inasequible al desaliento. O que nos tome por tontos de un modo tan abiertamente descarado. O que nos insulte con una gradación ofensiva directamente proporcional al fiasco reiterado de sus vaticinios. ¿Se pueden creer que los que habían pronosticado todo lo que impepinablemente no ha ido ocurriendo siguen empeñados en leer la buena fortuna en las palmas de la mano de unos hechos que no distinguirían de una onza de chocolate? Y se enfadan y no dejan de respirar si tratas de hacerles ver su persistencia en el error.

Les hablo, como imaginan, de los que no han dado una aventurando por dónde iban a ir los tiros en Catalunya. Por no remontarnos más atrás, son los mismo que en 2014, tras la irrupción de Podemos (que tampoco se habían olido, como nos pasó a la mayoría), empezaron a vender la especie de la inminente caída del régimen del 78. Daban por segura la muerte del bipartidismo —vale, podríamos discutirlo—, la caída en barrena de la monarquía borbonesca y, por descontado, las secesiones en fila india, incluyendo la de Euskadi… ¡Y hasta la de Galicia! La de Catalunya tenía fecha: el 9 de noviembre de ese año, tras un referéndum que, porfiaban entonces, la España en descomposición no iba a ser capaz de impedir. Venidos arriba, como en aquellos días atravesábamos por lo más crudo del invierno de recortes, se subían a la monserga falaz y voluntarista de la “crisis sistémica” y predecían el apocalipsis final del capitalismo en seis u ocho meses como mucho. Como anticipo, acontecería el desmembramiento de la Unión Europea. Profetas a mí…

El bolsillo sí duele

El frente jurídico —judicioso, le llamo yo— es muy dañino para el soberanismo catalán. Ya se ha visto cómo sus españolísimas señorías hacen de su toga un sayo y se dedican a suspender, imputar, condenar o lo que se tercie. Sin embargo, una vez que la república catalana traiga una nueva legalidad, ya pueden echar los galgos que quieran, que todo será papel mojado. Incluso en este ínterin en que ya se ha decidido hacer la peineta al cuerpo legal español, las decisiones que vengan de los tribunales hispanos serán una jodienda, pero no el freno definitivo.

Con la ofensiva policial, tres cuartas partes de lo mismo. Habrá porrazos y pelotazos de goma para parar el Orient Express, pero eso estaba amortizado de saque. Es más, las imágenes viralizadas barnizarán de épica a la causa y conseguirán —ya están consiguiendo— que la prensa internacional cante la gesta del pueblo catalán haciendo frente a la represión inmisericorde de los uniformados mandados por Rajoy.

Ocurre ídem de lienzo con el embate mediático. A estas alturas, no hay que explicar que los regüeldos de la caverna quizá embarren el campo, pero a la hora de la verdad, no hacen ni cosquillas. Al contrario, su indelicadeza convence a los no convencidos y encabrona más a los que ya lo estaban.

Canción aparte es la acometida económica que, según estamos comprobando, se había minusvalorado. Por ahí sí cabe que tiemblen las rodillas. Más, si como está aconteciendo, ya no es fuga sino una estampida empresarial en toda regla, y con algunos buques insignia mostrando el camino. No sería la primera revolución ni la segunda que se naufraga por el bolsillo.

Milonga del Popular

Lecciones sobre el (cruel) sistema financiero en un minuto. Aquí hay un banco, ahora ya no. Se lo ha comido, parece que por encargo, un banco mayor. Por un euro, qué pena no haberlo sabido, bromeamos los perplejos simples mortales. Bueno, no todos. A los accionistas no les hace ni puta gracia. Lo han palmado todo. ¿Todo? Hasta el último céntimo que tenían. ¿Y cómo es eso posible? Por lo que anotaba al principio: igual que dicen del fútbol los entrenadores parraplas, el capitalismo es así. Una veces se gana y otras se pierde. Ahora los aguerridos comentaristas de la cosa deben escoger el discurso para espolvorear en los eructaderos sociales. Unos dirán que así se jodan por codiciosos y por jugar a los tiburones. Otros, que es una injusticia que a los pobres les roben sus ahorros de toda la vida. Y los habrá que combinen ambas martingalas, según el público y las ganas de conseguir Likes o Retweets. Una fiesta, en cualquier caso, para esos bufetes de abogados que cada vez se pueden permitir campañas publicitarias más caras. Volvemos al comienzo: de eso justamente va el capitalismo.

Por lo demás, que me aspen si entiendo algo. No hace tanto, los mismos gurús de la bolsa que ahora pontifican que se veía venir juraban que el Popular era el banco ideal para meter una pasta, verla crecer y cobrar un goloso dividendo. Joder con los profetas. Y joder también con los test de estrés. Que Santa Lucía conserve la vista a los examinadores. Fuera de concurso, el ministro español de Economía, que hace un mes aseguraba que la entidad hostiada no tenía problemas de solvencia ni de liquidez. ¿Mentiroso o inepto? Todo.