Diario del covid-19 (23)

Acabaremos teniendo que pedir perdón por no dedicar el confinamiento a leer tochos de autores ignotos a 25 euros la pieza. O por no sacrificar nuestras retinas y nuestros cerebelos frente a las llamadas series de culto, denominación que suele querer decir que son tubos infumables producidos con el único fin de tirarse el moco. O, en fin, por no ser capaces de enriquecer nuestro encierro con todas las cosas elevadísimas para el espíritu a las que se entrega esa élite que muestra su desprecio por la zafiedad de las costumbres del populacho en estos días de clausura domiciliaria obligada.

Quizá hayan tenido la suerte de no cruzarse en las redes (que es donde ahora hacemos mayormente la vida dizque social) con estos individuos de mentón enhiesto y rictus, según los ratos, de asquete o de ironía ante lo que arrumban como costumbres bárbaras de la chusma. Yo, sin embargo, no paro de darme de morros con sus diatribas contra cualquiera de las iniciativas con las que los tipos corrientes y molientes tratamos de hacer más llevadero el chape. Enarcan la ceja ante los aplausos de las ocho, fingen erisipela cuando denuncian haber escuchado Resistiré o ¿Quién me ha robado el mes de abril?, se mofan de las pancartas caseras con mensajes de ánimo y, en definitiva, se retratan como los absolutos esnobs que son.

Estrellas en el bolsillo

El que no corre vuela. Dos días después de ser glorificado con la tercera estrella de las maravillas gastronómicas, el Cenador de Amós ha subido el precio de todos sus menús. Y no crean que ha sido cuestión de pellizquitos. Las tres propuestas del restaurante cántabro de moda (ahora más) costaban hasta el miércoles —por supuesto, sin incluir bebidas— 89, 120 y 157 euros. Hoy se han puesto en 109, 137 y 167 euros. ¿Algo que objetar? Bien poco. Por mi parte, lo único que cabe afearle al chef Jesús Sánchez es que, distinción en mano, aseguró que no tocaría las tarifas y ha tardado en desdecirse medio suspiro. Salvado eso, el artista de los fogones y, según parece, de las cajas registradoras, es muy libre de tasar sus viandas como le salga de la casaca. Ya lo dijo aquel genio de las finanzas hoy entrullado: “Es el mercado, amigo”.

Y tan es el mercado, que estoy por apostar que a pesar del subidón, la lista de espera para dejarse adelgazar el bolsillo en el templo de Villaverde de Pontones será ahora mismo inmensa. Tampoco osaré deslizar la menor censura hacia los tipos y tipas que, teniéndolo, se pulen un pastizal en lo que estiman oportuno. Como mucho, y apelando al conocimiento directo de algún que otro Bon Vivant de la señorita Pepis, me permitiré reírme hacia adentro ante la evidencia de que los fulanos tienen el paladar en la cartera.

Por lo demás, no dejará de maravillarme el culto rayano en lo baboso que se rinde a toda esta parafernalia que, como acaba de quedar documentado, no está precisamente al alcance de cualquier mortal. Pero no me hagan caso. Yo soy más de croquetas caseras que de esferificaciones.