Carestía y desabastecimiento

No voy a poner en duda que la salvaje invasión de Ucrania por parte de Rusia conlleva, en su tercera derivada, efectos devastadores sobre la economía de los que estamos a cuatro mil kilómetros de la línea de fuego. Sin necesidad de tener un máster de los que le regalaban a Pablo Casado, se comprende perfectamente que suba el gas, el petróleo, la electricidad y, en efecto dominó, cualquier otro producto cuya elaboración y distribución se ven afectadas por tales subidas. Igualmente, me da la sesera para entender que, puesto que el territorio castigado es el origen de una parte importante de varios de los productos agrícolas que consumimos en este trocito del mapa europeo, vayamos a tener problemas de suministro y, en consecuencia, su precio se encarezca. En palabras del inefable Rodrigo Rato, “es el mercado, amigo”.

Pero lo que ya no cuela es que apenas un segundo después de la caída de la primera bomba, los productos que ya estaban en los almacenes de los supermercados duplicaran su precio, como ha ocurrido con el desaparecido de los lineales aceite de girasol, incluso el de producción española. Claro que también es verdad que hay que citar como factor fundamental de la carestía y el desabastecimiento la inmensa estupidez y el aún mayor borreguismo de muchos de nuestros congéneres que se han lanzado a acaparar botellas que, para cuando vayan a consumirlas, estarán echadas a perder. Al final, es un ejemplo de libro de la profecía que se cumple a sí misma. El miedo a que no haya provoca, justamente, que no haya. Y los especuladores, pescadores de río revuelto, se frotan las manos.

El negocio de los test de antígenos

En mi caminata matutina de ayer pasé por seis farmacias. Tres de ellas anunciaban en su escaparate que disponían de test de antígenos, aunque sin dar más detalles. En las otras tres, sin embargo, se informaba de lo contrario y, en todos los casos, aportando un matiz con olor a denuncia. “No hemos encontrado un distribuidor que nos haga posible venderlos a 2,94 euros”, se leía en uno de los establecimientos. En otro se limitaban a advertir de que se veían obligados a no servir el producto “por problemas de mercado”. Y en el último, el mensaje no dejaba lugar a dudas: “No podemos permitirnos perder dinero vendiendo test más baratos de lo que nos cuestan”, rezaba el folio pegado en la puerta de la botica.

La verdad es que no me siento en condiciones de ofrecerles una interpretación de lo que les describo. De hecho, me confunde semejante disparidad para asumir la norma que establece que las dichosas pruebas tengan un precio máximo de casi tres euros, que sigue siendo casi el doble de lo que se paga en otros estados de nuestro entorno. Eso, sin mencionar, que aquí se ha mantenido la exclusividad de su venta en farmacias, cuando en prácticamente toda la Unión Europea se dispensan en supermercados. Todo, no lo pasemos por alto, cuando estamos hablando de un producto de cuya fiabilidad no podemos estar seguros bajo ningún concepto. Como anotaron el otro día atinadamente nuestros viñetistas Asier y Javier, lo único que hemos sacado en claro con la fijación del precio máximo es que nos saldrá más barato saber si somos falsos positivos o falsos negativos. Cuánta razón tiene Rato: es el mercado, amigo.

Estrellas en el bolsillo

El que no corre vuela. Dos días después de ser glorificado con la tercera estrella de las maravillas gastronómicas, el Cenador de Amós ha subido el precio de todos sus menús. Y no crean que ha sido cuestión de pellizquitos. Las tres propuestas del restaurante cántabro de moda (ahora más) costaban hasta el miércoles —por supuesto, sin incluir bebidas— 89, 120 y 157 euros. Hoy se han puesto en 109, 137 y 167 euros. ¿Algo que objetar? Bien poco. Por mi parte, lo único que cabe afearle al chef Jesús Sánchez es que, distinción en mano, aseguró que no tocaría las tarifas y ha tardado en desdecirse medio suspiro. Salvado eso, el artista de los fogones y, según parece, de las cajas registradoras, es muy libre de tasar sus viandas como le salga de la casaca. Ya lo dijo aquel genio de las finanzas hoy entrullado: “Es el mercado, amigo”.

Y tan es el mercado, que estoy por apostar que a pesar del subidón, la lista de espera para dejarse adelgazar el bolsillo en el templo de Villaverde de Pontones será ahora mismo inmensa. Tampoco osaré deslizar la menor censura hacia los tipos y tipas que, teniéndolo, se pulen un pastizal en lo que estiman oportuno. Como mucho, y apelando al conocimiento directo de algún que otro Bon Vivant de la señorita Pepis, me permitiré reírme hacia adentro ante la evidencia de que los fulanos tienen el paladar en la cartera.

Por lo demás, no dejará de maravillarme el culto rayano en lo baboso que se rinde a toda esta parafernalia que, como acaba de quedar documentado, no está precisamente al alcance de cualquier mortal. Pero no me hagan caso. Yo soy más de croquetas caseras que de esferificaciones.

Picasso, el idealista

Me encantan las polémicas menores, esas que juntan en comunión a escandalizadores al por mayor y escandalizables de garrafón. La penúltima, la toreada que les ha pegado Arturo Pérez-Reverte —de profesión, sus troleos— a ciento y la madre de mordedores de anzuelos a cuenta de si un famoso cuadro de un celebérrimo pintor no sé qué o no sé cuántos.

Vale, se lo traduzco. Ocurre que el académico, tocanarices y (notable con excepciones) novelista anda promocionando su último seguro best seller, donde el protagonista, un cabrón de marca mayor presentado como tipo fascinante, se planta en París en 1937 para evitar que Picasso muestre el Guernica, en pleno proceso de elaboración, en la Exposición Universal. En su, seguramente, lícito propósito de vender más ejemplares y conseguir unos titulares de aluvión, al autor le ha dado por proclamar que el genio malagueño no pintó la emblemática obra movido por los sentimientos ni la ideología, sino por el dineral que le pagó el gobierno de la República.

Vamos, que ha descubierto la gaseosa. ¿Se puede ofender alguien a estas alturas por haber enunciado algo que, por otra parte, se ha venido diciendo en mil y una ocasión? Pues parece que sí. Han salido en tromba los recauchutadores de virgos históricos a leerle la cartilla al que les ha puesto el trapo. Sostienen sin rubor que está documentadísima la versión opuesta, la del arranque patriótico e idealista, y añaden, como si ellos mismos lo acabasen de descubrir, que no hay nada malo en que los artistas sean remunerados por su trabajo de acuerdo con su valor en el mercado. Y este servidor ni quita ni pone, solo sonríe con maldad.