Lo de Mick Jagger y el ‘Guernica’

Lo cierto es que vi la foto que tuiteó Mick Jagger junto al Guernica de Picasso y no le concedí mayor importancia. De hecho, más que en el cuadro, me fijé en el envidiable aspecto que luce el líder de sus satánicas majestades con casi 79 castañas en el cuerpo y una vida muy vivida. Lo otro me pareció absolutamente normal: una figura de relieve planetario recibe un trato diferente al del resto de los mortales. Lo último que se me ocurriría sería escandalizarme u ofenderme. Y lo penúltimo, pensar que semejante menudencia pudiera provocar una polémica de talla XXL en las redes sociales.

La queja mayoritaria iba, como pueden imaginar, porque al astro del rock se le permitiera retratarse junto a la icónica obra, cuando los visitantes de la pinacoteca lo tienen expresamente prohibido. Otros anotaban como agravio añadido intolerable que se le hubiera dejado entrar un lunes, día de cierre del centro. “¡Claro, como yo no soy Mick Jagger, a mí no me dejaron!”, proclamaba uno de los enfurruñados, sin darse cuenta de que estaba dando en el clavo, pero no necesariamente a su favor. Cuando el tipo haya cosechado la mitad de los logros de Jagger, quizá se habrá ganado un pequeño privilegio como este del que estamos hablando. Eso, sin mencionar el incalculable valor promocional que tiene para el museo la difusión urbi et orbi de una imagen así.

¿Que quizá se deba relajar la dichosa norma y permitir también hacerse fotos a los visitantes? Puede ser, pero entonces la nueva bronca sería por haber convertido en una verbena de selfis la contemplación del cuadro. Siempre encontraremos algo por lo que quejarse.

Picasso, el idealista

Me encantan las polémicas menores, esas que juntan en comunión a escandalizadores al por mayor y escandalizables de garrafón. La penúltima, la toreada que les ha pegado Arturo Pérez-Reverte —de profesión, sus troleos— a ciento y la madre de mordedores de anzuelos a cuenta de si un famoso cuadro de un celebérrimo pintor no sé qué o no sé cuántos.

Vale, se lo traduzco. Ocurre que el académico, tocanarices y (notable con excepciones) novelista anda promocionando su último seguro best seller, donde el protagonista, un cabrón de marca mayor presentado como tipo fascinante, se planta en París en 1937 para evitar que Picasso muestre el Guernica, en pleno proceso de elaboración, en la Exposición Universal. En su, seguramente, lícito propósito de vender más ejemplares y conseguir unos titulares de aluvión, al autor le ha dado por proclamar que el genio malagueño no pintó la emblemática obra movido por los sentimientos ni la ideología, sino por el dineral que le pagó el gobierno de la República.

Vamos, que ha descubierto la gaseosa. ¿Se puede ofender alguien a estas alturas por haber enunciado algo que, por otra parte, se ha venido diciendo en mil y una ocasión? Pues parece que sí. Han salido en tromba los recauchutadores de virgos históricos a leerle la cartilla al que les ha puesto el trapo. Sostienen sin rubor que está documentadísima la versión opuesta, la del arranque patriótico e idealista, y añaden, como si ellos mismos lo acabasen de descubrir, que no hay nada malo en que los artistas sean remunerados por su trabajo de acuerdo con su valor en el mercado. Y este servidor ni quita ni pone, solo sonríe con maldad.